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Primer round, de Marcelo Arancibia (Bogavantes, Valparaíso, 2015)
Por Ricardo Herrera Alarcón
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La plaquette Primer round anticipa algunos poemas de una obra mayor titulada Terrolirismo, que Marcelo Arancibia (Valparaíso, 1960) viene escribiendo hace ya bastantes años. Autor de Ojos de mi tamaño mundo (Bogavantes, 1997), libro que en nada anticipaba el tono y la forma de estos nuevos textos, donde no solo el concepto de originalidad es destruido, sino también cualquier pretendida hermandad o condescendencia con los supuestos compañeros de ruta. Si la literatura chilena es un campo minado donde reina el ninguneo abierto y la descalificación solapada, uno de los méritos de estos poemas de adelanto es instalar el campo de batalla al interior del mismo poema y no en el contexto de una supuesta “sociabilidad literaria”. El pelambre, por así decirlo, ocurre hacia adentro, esa es la zona donde el hablante deslenguado de Arancibia quiere dar esta batalla, cuyas principales armas son el humor y una gran destreza intelectual para ir desmenuzando distintas poéticas a las que hace frente en un gesto “en el que conviven paradójicamente la irreverencia y la admiración”, como señala la contratapa del libro.
Arancibia conoce bien el mundo literario objeto de su crítica: sabe del enemigo tanto como de sí mismo, para que la admiración trueque en desprecio y duda frente a cualquiera que pretenda creer y venir a vender el cuento. Así lo plantea en el texto inicial, una declaración abierta de lucha a quien vista los ropajes gastados del creador: “Desde hoy y para siempre/ Declaro la Guerra Sucia/ La batalla poética/ Sin tregua ni perdonazos/ De todos contra todos/ Sin excepciones de pedigrí/ Ni realengo de castas/ Tiraré a matar al menor verso que se mueva/ Así que pobre del que asome la cabeza/ Entre los barrotes del poema”. No es difícil rastrear la genealogía literaria de estos textos. Leyendo Primer round creo que Marcelo Arancibia es, por naturaleza, el continuador de una tradición que, por lo menos en nuestro país, intenta romper con la idea del vate oracular, sepultando las pretensiones alquimistas de la palabra. Si Lihn introduce a los poetas de la claridad en el escepticismo de un arte de la palabra trabajado a medio camino entre la reflexión política y poética, erótica y existencial; si Martínez lleva al extremo el gesto vanguardista de crisis autorial; si Lira es el gran bufón de una corte cuya realeza haraposa come empanadas y bebe tinto, Arancibia pasea entre todos ellos y no solo recoge el guante, se toma también el brazo, empina el codo y orina las plantas interiores de la casa. Leyéndolo es difícil no recordar la parodia a Huidobro en “Ars poetique” (“Que el verso sea como una ganzúa/ Para entrar a robar de noche”). Los poetas son esencialmente eso, plagiadores, parece rezar el apostolado de Arancibia. Su trabajo será desnudar los mecanismos a través de los cuales estos anguitas, parras, huidobros, lihnes, teillieres, zuritas, camerones, bertonis, maquieiras y “otros chicos del montón”, otros “wevetas” o “los del más allá” nos tratan de pasar gato por liebre.
La única actitud válida para el hablante es desfilar por las ruinas del campo literario, como un cuatrero, sacrificando vacas sagradas. Textos dirigidos a las mismas huestes que amorosamente se denosta: no hay otro destinatario posible: “Parodiamos, pero no nos gusta que nos parodien”, decía Lihn, en el prólogo a Proyecto de Obras Completas. Lo peor que les podría pasar a estos textos es quedarse en la denuncia, la ironía, el chiste fácil, la metapoética intertextual. Pero no es así: la parodia es, en muchos casos, la entrada a un diálogo profundo en que se discute con el texto de origen abriéndolo a nuevos significados, como sucede en “Venus en el chiquero”, donde el notable poema de Anguita se desarrolla ahora en una nada metafísica sala de tortura:
“Os contaré, putos, que hacíais cuando torturabais
Los canallas
Lo que yo sentí y me dijeron
En la parrilla de espigas eléctricas
El ánodo en medio del sexo,
Y el cátodo en el trasero
Mojados para que la corriente fuera más
Certera y silenciosa”.
La reflexión sobre la transitoriedad del amor y el ser humano y la omnipresencia de la muerte, presente en el poema original, se transforma en el texto de Arancibia en la metáfora del país como un chiquero donde la pregunta relevante no es el paso del tiempo sino el interrogatorio y la delación forzada: “Escucháis los gritos de los torturados a/ La hora del té/ Mientras al príncipe impune lo coronaban/ Yo pienso en zutano/ Oís los alaridos de los torturados en el granero/ Al anochecer, mientras las púas de la manopla/ Se clavan en el rostro/ Y el ventilador dispersa la ceniza”.
Algo similar ocurre con la intertextualidad que se establece en el poema “Porque no escribí” donde invierte gran parte de las razones expuestas en el arte poética del texto original, para establecer los límites de una ética y estética que tiene como valor supremo la absoluta independencia de cualquier centro entendido como poder, sea geográfico o político-literario:
“Porque no escribí soy un viejo de mierda y no un aprendiz de brujo
Porque no escribí no sufro el rubor precoz del arrepentimiento eterno
Porque no escribí no gozo del miedo del aburrimiento puto
Porque no escribí no seré la voz del más allá algún día
Porque no escribí no chupé las tetas de mi musa inspiradora
Porque no escribí no seré víctima ni verdugo de lectores y críticos de pacotilla
Porque no escribí, no escondo la garra inmunda ni mis
Malos versos bajo la alfombra
Porque no escribí no hice metáforas ni retruécanos
Ni empeoré ni pené a nadie por bendito
Porque no escribí no moriré en París con aguacero
Porque no escribí puedo morirme por las puras trilces
Ni asistir al juicio final de los terribles dioses y demonios”.
Escuché a Marcelo Arancibia leer este poema en la ex cárcel de Valparaíso con motivo de un encuentro de editoriales independientes en que participé junto al escritor y editor de Bogavantes Luis Riffo. Marcelo debía leer en una mesa junto a nosotros pero llegó tarde y se improvisaron unas sillas y un grupo de personas asistimos a su lectura, de la cual quedó un registro audiovisual que circula por las redes sociales. Ese desplazamiento físico de la mesa y los micrófonos, a la informalidad del pasto y el círculo asimétrico formado por sus oyentes (mientras desmontaban el escenario y el público comenzaba a marcharse) no eran una mala postal de hacia dónde quieren mover la cámara estos poemas: desestabilizar al que está cómodamente sentado y se levanta a mirarse en el espejo.
El tema es serio, pero no tanto: Arancibia le quita gravedad a la reflexión sobre el trabajo literario. Otro mecanismo que utiliza el hablante para distanciarse hasta del propio discurso es adjudicar sus juicios a otros. Por ejemplo, en los poemas de la sección Yo maté a Zurita, señala: “Ahí va el tonto de Zurita/ -dirán algunos-/ Encarnando al loco/ al pájaro raro/ De don quijote sin manchas”. Para decir más adelante: “El hincha pelotas de Zurita/ me conmueve hasta las tripas/ -dirán otros”.
Un diálogo de igual a igual con los poetas que no son más que otros chicos del barrio. Así en el título de secciones como Maquieirianas, Teillierianas, Anguitanas o Lihnianas, parodia el gesto metaliterario de las Morellianas de Rayuela. Sarcasmo y juego que en “Afirma Maraqueira”, por ejemplo, no esconde su crítica a El Mercurio y sus relaciones con la dictadura y cierta pretendida aristocracia de la poesía chilena:
“Yo la maraqueira cambucha ñecla de la luftwaffe
Yo la yuri cagarin de las avionetas manchadas por los sputnik
Yo la puta cartucha de los sea harrier y los cocos hunter
Moneda en llamas más macabra que la tiranía
La pálida con zurita con zutano y merengano
Y mirábamos golosos los portaaviones
Volar echo un peo, un cuete por el cosmos del imperio
Más arriba del sol y de las estrellas mercuriales
Cuando bombardeábamos con versos de clase alta
La pura, la sangrienta, la resentida poesía chilensis”.
El hablante que se autoflagela, que acusa de resentidos a los otros, que se ríe de sí mismo al tiempo que celebra las acciones de arte de Zurita y sus amigos del CADA, con el fondo de los aviones hunter que bombardearon La Moneda (imagen yuxtapuesta a la icónica aérea y bélica que tan bien construye el poeta de Los sea harrier) es y no es Maquieira, porque Arancibia juega a levantar estereotipos esquizoides, medio locos y enfermos de tanta poesía, que son los autores citados pero que también los anteceden y trascienden, como si los tomara prestados para elaborar su propia fauna, su propio lenguaje mezcla de cita y palimpsesto.
Hay que tener un conocimiento acabado de autores y textos para acometer el trabajo de Arancibia. Pero no solo eso: hay que estar dotado de una gran sensibilidad, de un particular humor y tino poético para arriesgarse en estas aguas. Marcelo Arancibia lo hace en este Primer round, apenas el preludio de los asaltos y batallas por venir.