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No escribas nada que no te obsesione
Sobre El cielo ideal, de Ricardo Herrera Alarcón (Lom, diciembre de 2013)

Por Luis Riffo




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De vez en cuando aparece un libro que respira el mismo aire que el lector, palabras que parecen compartir las mismas preocupaciones que la persona de carne y hueso que lee ese libro, como si estuviera conversando con un amigo.

Eso me sucede con El cielo ideal, de Ricardo Herrera Alarcón, un extenso e intenso razonamiento poético acerca de la poesía en general, la poesía chilena en particular, ciertos discursos de voluntarismo político, algunos rituales literarios y, sobre todo, sobre la tensa relación entre literatura y vida, que también se puede traducir como poesía y suicidio. En ese sentido, estos poemas asumen con determinación esa caminata al borde del abismo sobre la cual se sostiene el empecinamiento de la escritura, esa porfía inútil con la que el hablante trata de descifrar un misterio invulnerable o iluminar una evidencia banal, en un territorio que vacila entre las palabras y los actos que construyen u obstruyen nuestra vida. En esa intersección confluyen el amor y la muerte, la fe y la desconfianza en la literatura, la esperanza y la decepción, una tristeza vaga y una tristeza contundente, una amargura burlona y un humor amargo.

El curioso título de este libro, que alguien pudiera verse tentado a confundir con el de un manual de autoayuda o un panfleto religioso, en realidad es una referencia a un espacio ficticio que aparece en la novela Auto de fe, de Elías Canneti, un subterráneo donde unos personajes singulares conviven en un ambiente sórdido, tal como se describe en el epígrafe. Es, en cualquier caso, un título irónico que desmantela la placidez utópica que alguna vez pudo haber sido la característica de los lugares anhelados, ya sea en el ámbito de la realidad política, los sueños personales o las expectativas literarias. A su vez, parece establecer un contrapunto con el anterior libro del autor, Sendas perdidas y encontradas, título este que dialoga con las visiones poéticas del haikú, es decir, con esa actitud vital que se concentra en la belleza y plenitud de la inmediatez y asume la existencia no por su finalidad sino por su transcurso, mientras que los términos del título El cielo ideal recogen conceptos propiamente occidentales, con esas implicancias de escatología religiosa que no puedo dejar de relacionar con una especie de ansiedad por construir una imagen del futuro o de una vida ultramundana, sujeta tanto a la esperanza como a la decepción, a la búsqueda de una improbable felicidad a costa de un presente signado por el sacrificio.

En ambos casos, la intención parece irónica, porque la mirada que alimenta los poemas de ambos libros no alcanza el reposo de la contemplación ni la esperanza de una gozosa paz ulterior. Lo que hace es manifestar un desasosiego radical durante la tentativa de dar un salto hacia una hipotética trascendencia. Se trata de una inquietud crispada que despliega un discurso lacerante contra el propio hablante y su entorno.

La primera víctima de ese distanciamiento crítico es la literatura en sus diversas manifestaciones. El oficio de la escritura se pone en tela de juicio desde el primer poema, que fustiga la tentación de los recursos manidos o la racionalización de los contenidos poéticos e instala el tono general del libro con respecto al oficio de escribir:

Estructura interna/Hilo conductor del texto

La tentación de hacer tema al foso
Y hacer de la caída libre un tema de jilgueros
Mi tema preferido es el sonido de los catres
Alucino con los catres de huinchas que parecían hamacas
Un tema para ti es la miel te lo regalo
La literatura y su panal de angustia te lo regalo
Y hacer esos tediosos libros con el nombre de Lugares que le den una Estructura Interna
O nombres de Personas como Hilo Conductor del Texto
Y la presencia de las hermosas flores afiladas (te las regalo)
Siempre retozando señeras entre abejas y picaflores
Esa mi tentación de escribir sobre la floresta
Y la felicidad de encontrarse mientras esperas el almuerzo
Tantos poemas sin verte que era de tu vida
Hoy es un día hermoso como una paloma en el cielo

El hablante duda de su trabajo y de la poesía en general, de modo que parece estar elucubrando siempre sobre las posibilidades y limitaciones del poema y establece un diálogo agudo, punzante, con la tradición poética chilena, desde la Mandrágora hasta nuestros días, y trama una serie de complicidades con autores como Lihn, Teillier y Cárdenas. También convoca a autores universales, sobre todo a los poetas malditos y a los suicidas. Ese gesto hace notoria una asimilación de lecturas que se incorpora con naturalidad a su propio discurso y que no solo constituye un recurso intertextual, sino que se convierte en ejercicio de estilo al mismo tiempo que alimenta un diálogo tenso entre literatura y vida. Leamos uno de esos poemas:

Poética del pequeño dios

Misericordia para mis manos cuando cae la tarde y se posan sobre el teclado
O la hoja en blanco como alas o mariposas
Piedad para mi escritura automática mi poema que se hace trenzas frente al espejo
Y espejea antes de salir a escena a altas horas de la madrugada
Bendice Oh Padre de la Poesía mis voladas
Que no quede a mitad de camino en medio del páramo más desolado y terrible
Con la boca seca y la botella vacía en ciudad extraña o potrero
Que no sea mi canto el rechinar de palabras en la boca
Sino el bálsamo la oración el salmo para los desamparados de la tierra
Poesía necesaria como el pan de cada día oh padre celestial como el aire que exigimos Trece veces por minuto…
No permitas la ironía en mis humildes versos el chiste fácil la insolencia irresoluta
Hazme un humilde siervo de este parnaso donde pululan las ratas escribientes
No me hagas oler las heces con que manchan todo lo que dicen todo lo que tocan
Que sea puro mi palabrar en el gólgota o el bar donde los ángeles beben de tu cáliz
Dame el nam de las palabras que caen del cielo cuando llueve la ceniza del hastío
Hazme fuerte en la adversidad de los días aciagos cuando las musas de meretrices ofician

O putean maraquean derechamente hablando padre mío
Y solo me dejan con mis libros mi vino agrio la inconmensurable soledad
Y el desvarío

Además de esa mirada inquisitiva (a veces tortuosa, a veces sarcástica) en torno a la propia escritura y a la de los otros, Herrera logra perfilar un submundo de fantasmagorías literarias que incluye rituales asociados habitualmente al oficio, como las conversaciones de bar y los recitales de poesía. El poema “Lectura poética” es una especie de inventario de las formas de leer en público, que va de la descripción de gestos mínimos a la creación de situaciones absurdas, surrealistas, y pese al trazado caricaturesco de las imágenes, el discurso trasunta cierto grado de afecto que convierte la ironía en una manifestación de empatía, que mueve a la sonrisa cómplice antes que a la mueca sarcástica. Vale la pena leer ahora ese poema:

Lectura poética

Lee tocándose la cara como si se tocara una barba que no existe.
Lee de pie gesticulando y casi a gritos.
Lee manso y tranquilo, susurrando
Como si su único interés fuera que lo escucharan sus amigos
Sentados en primera fila.
Coloca una cama sobre el escenario y lee abanicándose
Mientras absorbe
Una pajilla que conecta sus labios con la jarra de vino sobre el velador.
Como una metralleta suelta sus palabras con el pelo suelto:
Es una bella especie:
Una gata que frota sus manos como si la hoja que lee fuera una pequeña fogata que arde
. . . .. . . .................... . . . . . . . . .................. . . . . . . .. . . . . . .. .. .. . /sobre la mesa.
Esconde casi toda su cara con sus manos mientras lee y arroja sus palabras
Como si se escondiera entre los árboles de un cerro y lanzara piedras
A los automóviles que cruzan la autopista.
Lee como tagua posada sobre un mirlo
Se queda dormido sobre los papeles, ronca.
Se rasca la cabeza como si tuviera piojos.
Se demora demasiado entre un poema y otro
Como si el tiempo sobrara
Como si todo el tiempo le perteneciera:
El suyo, el del público, el de las lámparas a media luz
El de la guitarra y el guitarrista al fondo
Se demora demasiado tiempo entre un poema y otro
Busca, ojea, avanza, retrocede en las hojas, hasta que se decide y exclama “este”
Como si la palabra “este” fuera un cuerpo que se abre
Un puente que se alza entre la niebla
Como si “este” fuera un hacha que destruye una puerta.
Lee sin ganas
No quiere estar ahí
No quiere en verdad estar en ninguna parte
No sabe por qué llegó a ese lugar.
Lee mirando hacia el techo
Observando un punto inexistente al fondo del salón.
Lee como buscando a la novia de su mejor amigo
A su madre o a su pequeña hija
Lee buscando un rostro amable entre la gente
Alguien que se toque los senos, se muerda los labios mientras él lee
En un tono neutro
Sin tratar de ocultar el ripio
Sin encabalgar demasiado la falta de prosodia
Sin avivar tanto el fuego.
Lee de memoria se sabe sus textos de memoria
Se le ve a sus anchas
Como si cruzara estilo mariposa un río caudaloso.
Lee nervioso moviendo la pierna derecha
Acompasando el ritmo de las palabras con el movimiento de su mano izquierda
Que sube y baja en el aire como una espada laser.
Lee sonriendo y en mitad del texto se pone serio. Luego vuelve a sonreír.
Lee bebiendo un vaso de algo transparente que la gente cree vodka tónica
Pero acontece agua mineral.
Lee tomando una bebida baja en calorías.
Lee porque siente amor por todos los que están y lo acompañan
Y siente amor por los que no están.
De puro agradecido saca sus papeles y lee.

Otro de los temas centrales de este libro es el suicidio. Camus decía que ese era el problema filosófico fundamental, porque nada podía ser más importante que plantearse si vale la pena vivir. En este caso, el cuestionamiento adopta la forma de una conversación con las sombras, en la que el poeta interroga, sufre y cae en el abismo de la incertidumbre frente a la muerte que por mano propia encontraron sus amigos, aquellos con los cuales compartió el oficio de la escritura, ese que no fue capaz de salvarlos. La emotividad de estos poemas le viene tanto de ese duelo, como por el intento de comprender el misterio de una vida que se desvanece, tentativa inútil que queda suspendida en un enigma melancólico, cuyo escudriñamiento se extiende hasta los grandes poetas de la historia que decidieron acabar con su propia vida. “Mientras caes” es un hermoso poema que puede considerarse al mismo tiempo una conmovedora elegía a los amigos suicidas y un homenaje a la poesía que ellos escribieron:

Mientras caes

Primero leer a los que se matan
Tienes que dejar de leer cualquier otra cosa
Apenas se mate alguno debes ir a las fuentes
Mojarte la cabeza y leer sin parar
Tratando de descifrar los motivos
Allí siempre están las pistas
El precipicio al borde de la página
Tienes que darte cuenta
En qué momento las palabras
Se transforman en ventanas abiertas
En balcones de edificios
Torres de cuarenta pisos
Donde te arrojas al vacío leyendo
No debes dormir
Debes leer a los que se matan
Y tratar de entender
Tratar de descifrar
Con lupa y cuchillo
Con lupa para amplificar
Las heridas en las páginas
Y cuchillo para ir
Haciéndote cortes mientras lees
No puede haber distracción
Piensa que para ti escribieron
Piensa que se mataron por ti
Y tu deber ahora es leer
Hasta que el río vuelva a su curso
Y vuelva a tener sentido
El oleaje o la arcilla
No debes parar hasta que amanezca
O sientas que tu tarea está cumplida
La última página leída
El último corazón sacrificado
Ahora puedes seguir con los otros
Ahora puedes dormir si quieres
Celebrar que estás vivo
Salir al balcón y respirar
Observar el sol que amanece
La calle que despierta
Mientras caes

Con una fuerza emotiva semejante, el poeta ha logrado también plasmar el amor del padre a su hija en un par de poemas que construyen un puente entre esos dos mundos personales, en apariencia tan distantes, y que pese a cierto dejo de tristeza logra arrastrar la mirada hacia un instante más luminoso:

El corazón de Fernanda

Quiero una semilla para arrojar en tu corazón
Una semilla que haga crecer ciudades donde entremos de madrugada
Luego de caminar horas tomados de la mano
Una semilla que haga crecer árboles en tu corazón
Una semilla que haga crecer ríos que de tu corazón desemboquen en el mío
Quiero ir a tu sonrisa desde el patio de una escuela
Donde saltamos sobre los neumáticos enterrados
Quiero ser yo la semilla que crece en tu corazón
Y convertirme en una plaza donde juegues por las tardes
Quiero ser la semilla que se transforme en la cama donde duermes
Y ser la sábana y las frazadas que te cubren
Y si es invierno ser la frazada que nunca dejará de taparte
Para que nunca más entre el frío
Y la fruta partida que comes mientras ves una película
Quiero perderme en tu pelo
Saber que abres un libro y me recuerdas
Y cuando miras el cielo por las noches
Quiero ser la estrella fugaz que cae en tu corazón
Y perderme en la noche de tu corazón
Sin que nadie más que tú pueda encontrarme.

Un tema secundario, aunque no menos relevante, es el relacionado con los discursos políticos de izquierda, que son objeto de una parodia que en ningún caso pretende ser reaccionaria, sino más bien la expresión de una decepción, signo de la derrota infligida al proyecto revolucionario de los años setenta y su fallida restitución durante el retorno a la democracia. La utilización descontextualizada de ese discurso parece reclamar para que ese ímpetu no se convierta en consigna vacía. Si bien hay una radical manifestación de desesperanza y escepticismo en ese recurso, no está ausente el deseo utópico incluso cuando las circunstancias no parecen las más propicias, como se ve en estos versos que pueden ser interpretados tanto en términos existenciales como políticos:

(…)
Cómo poder
Ser
Ese rayito
De sol
Y no esto
Que gime
Y se desangra
Entre los
Escombros

El cielo ideal es continuidad y profundización de un trabajo poético que sigue fiel a sí mismo, en la búsqueda de un decir que explora tanto en las palabras como en la vida, que rehúye el conformismo y recorre la historia de la poesía chilena desde la propia experiencia vital y poética. El poeta que uno imagino en este libro, enfermo de literatura, no puede separar su existencia de sus lecturas y escrituras, y realiza un ejercicio verbal que vigila y se vigila, para no caer en la tentación del escribidor vacío, sino llevar a cabo ese imperativo que él mismo se impone: “No escribas nada que no te obsesione”.



 



 

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