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Acerca de Rolando Rojo Redolés y Germán Marín

Por Rodrigo Hidalgo

 

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Sabía de la obra de Rolando Rojo Redolés (Ovalle, 1941). Sabía por su propia boca el argumento central de "La Muerte de la Condesa Prokofich” (novela, Mosquito ediciones, 2002). Sabía de su pluma por algunos cuentos recogidos en antologías clásicas. Pero no había tenido la fortuna de dar con un libro suyo. Bueno, asumo que uno no es precisamente un sabueso. Claro, su obra no está en el mall, ni en las cadenas libreras grandes, y hay que echar una herradura por el hombro para hallar algo suyo en las librerías “de viejos” de Merced/Lastarria, Torres de Tajamar o San Diego. Lo cierto es que Rolando Rojo no es sólo el primo de Mauricio Redolés o el recordado profesor de muchos colegas periodistas, si no que además y principalmente, es un escritor de fuste con varios premios a su haber, que bien debiera leerse con más profusión y concitar un mayor elogio de la crítica. Rolando Rojo Redolés (R.R.R.) es de los caballeros que lejos de la farándula literaria, quitados de bulla, sin aspavientos, y sin siquiera el reconocimiento merecido, han elaborado una obra rigurosa, honesta y potente.

“El mundo no cambia en una tarde de sábado, Susy” se relaciona con otros cuentos de don Rolando por el prurito nostálgico de pintar el Santiago de los años 50, la bohemia de los 60’s. Los cines y teatros que ahora se han convertido en templos evangélicos. Algo que otros autores también han plasmado como pintores impresionistas (pienso en José Leandro Urbina, o en Germán Marín sin ir más lejos), pero que en esta novela de R.R.R. resulta inusitadamente conmovedor por la franqueza devastadora con que el protagonista mira desde el hoy, ese pasado.

El protagonista, que puede leerse como un alter ego de R.R.R., está tan casado con su mujer, Susy, como con ese Santiago. Su matrimonio sucumbe por el mismo desgaste o la misma mutación que afecta a la ciudad: ese nefasto smog, esa pátina de publicidad, el plastificado de las plazas, ese maquillaje burdo. Lo que le hizo el progreso a la capital, con sus años 80, con la violencia de la dictadura de por medio, lo que la cambió radicalmente, es lo mismo que le pasó a su relación conyugal. Susy no soportó esa transformación terrible. Debió irse cuando los hijos de la aristocracia se treparon a la cordillera y abandonaron sus casonas en Yungay y República. Pero no se fue, y ahora Susy no soporta al nuevo habitante santiaguino. El problema es que R.R.R. se ha ido mimetizando con ese sujeto, adaptándose a golpes de corriente y por necesidad de sobrevivencia a las micros y sus bocinazos, a los botones de pánico. Es una novela de amor y desamor. De cómo me enamoré de ti cuando pololeábamos en el parque de una urbe primorosa, amigable, con dignidad en sus barrios. De cómo cambió ese paisaje y a la par cambiaste tú conmigo, escandalizada, negándote a quererme en este nuevo país que yo tampoco quise.

No va a faltar quien halle de un machismo brutal a R.R.R. o a su personaje al que le endilgo condición de alter ego. Y es que hay efectivamente un machismo, triste acaso, que se manifiesta en la confesión de este personaje, profesor exonerado, que prefiere finalmente acostarse con las putitas nuevas que este nuevo habitar le trajo como consuelo, resignado ya al gesto de amargura que tiñó a la que fue su amada, cuando el mundo era otro.

No diré más sobre la novela, ya he dicho demasiado. Rolando Rojo Redolés es un escritorazo y hay en sus páginas un hermoso Santiago patrimonial, una memoria cruda. Un Bello Barrio como canta su primo.

Ahora, como uno tiene la costumbre de no dejar nunca solos los libros sobre la mesa del velador, ocurre que el vecino de Susy y R.R.R. es nada menos que “El Guarén” de Germán Marín, novela corta que podría compartir contextos geográficos e históricos con ella, pero no, sus páginas van en otro sentido.

Me pasó con Marín al contrario que con don Rolando. Es decir: de Marín sí había leído ya gran parte de su obra, de ahí que entusiasmado al saber de su nueva publicación, corrí a comprarla. No es literal. No corrí: la compré por Internet. Me costó 8 lucas. Y bueno, aunque por 87 páginas parece demasiado, uno ya sabe que es el precio de leer en un país gobernado por ignorantes orgullosos de su ignorancia. Además Marín no es sólo un lujo de escritor. Es quizás también uno de los menos conocidos. ¿Cuántos chilenos habrá que sepan quién es Germán Marín o que lo hayan leído? Señalo esto porque de nuevo haciendo el parangón con R.R.R. no se trata ni siquiera de qué editorial te publica, de si te coloca en vitrina o no. Incide algo, sí, la capacidad de distribución, la dimensión del sello. Sí, claro, obvio. Pero uno recuerda haber adquirido la trilogía autobiográfica completa de Marín en ventas de saldos al irrisorio precio de 5 lucas. Quizás la distinción que corresponda es que hablamos de escritores, y no de best sellers. Por eso con Marín uno puede decir que va a la segura, que no hay manera de salir defraudado.

Entonces uno parte leyendo “El Guarén” ya sabiendo de qué va, cuál es más o menos la historia, el teje-maneje de Marín con sus personajes. Citaré al colega Careaga que en La Tercera del 19 de mayo pasado[1], lo resumió brillantemente:

" Se llama William Araya y está condenado. Nacido en la población La Pincoya, su madre murió cuando él era un niño. Su padre era un ladrón que se escapó a Argentina al que jamás conoció. Antes de ser un adolescente ya llevaba una cuchilla hechiza. Fue obrero de la construcción, dio lanzazos en el centro de Santiago. Quiso encontrar una salida enrolándose en la Escuela de Gendarmería, pero terminó ahogado en la cárcel. Corren los 80. Araya entra en la CNI, para terminar cuidando las instalaciones del Ministerio de Hacienda. Al regreso de la democracia, desahuciado, consigue ser el guardaespaldas de un ambicioso empresario de doble vida. Y ahí, al servicio de una poderoso familia de La Dehesa, echa mano de todo lo que le ha enseñado la vida -humillación, sangre y violencia- para aferrarse a ese mundo ajeno que llega a imaginar como suyo. Desde niño arrastra el sobrenombre de “El Guarén” y según Germán Marín (78) es parte de la “historia anónima del mal”.

Ahora, lo primero que me llamó la atención, de puro lector aguja y pajero, es que “El Guarén” está escrito en primera persona, y a uno le cuesta hacer la concesión que de todos modos hace: aceptar que “El Guarén” sea capaz de articular frases tan propias de Marín: “Sabiendo dónde ubicar a Cancino, lo encontré en el domicilio del Polaco en la población Los Areneros, pasada la Estación Central, donde cada viernes se reunían a sacar cuentas de su comercio, a cargo como estaban de otras tareas más que a veces hacían por encargo.” Para ser más claro en mi punto destaco ese brevísimo fraseo en cursivas porque es una fórmula clásica de Marín: “caliente como estaba con la María Paz…”, “obligado como estaba a callar…” etc. Eso está siempre en él, es parte de su estilo reconocible. Lo que quiero decir es que me pareció demasiado nítida la voz del autor de “Círculo Vicioso”, y confesaré que en realidad no sé por qué esperaba otro modo de hablar para este nuevo engendro mariniano. Pensé que un tipo nacido en La Pincoya como “El Guarén” no podía, no debía hablar así. Recuerdo que lo comenté al pasar con Carlos Tromben, y que él me dio una clave: ¿por qué no puede hablar así? Uno cuando se enfrenta a situaciones de este tipo, termina concediendo que es posible hacer hablar a un personaje desde un supuesto más allá, desde cómo podría haber llegado a hablar. Sí, puede ser. Marín es finalmente un medium para que este condenado creado por él, nos cuente su terrible historia.

Entonces, más allá de esta pueril reflexión, de este devaneo para llenar la página, digamos que “El Guarén” es otro golpe maestro de un maestro. Un librito de peso pesado, lleno de todas las virtudes que uno ya le conoce a este caballero, sus bajos fondos, su obsesión por lo erótico en binomio con la violencia, su trazo rudo para pintar la degradación de este supermercado charcha en que se ha convertido la nación. Lo que Marín llama “la historia anónima del mal”. Una joya.

Dicho esto, estimado lector / auditor, lo insto, lo conmino a que se acerque a la SECH en perentoria busca del inamible[2] Rolando Rojo Redolés, y que se dé una vuelta por el Paseo Bulnes y en el Fondo de Cultura Económica se haga de un Germán Marín que se devora de una patada, pletórico como está, de acción y sexo.

“El mundo no cambia en una tarde de sábado, Susy”
Bravo y Allende Editores, 2012.
Precio de referencia en SECH: $5.000 pesos

“El Guarén”
Fondo de Cultura Económica, 2012
87 páginas
Precio de referencia en librerías: $8.000 pesos

 

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Una versión de este comentario se emitirá por Radio USACH, 94.5 FM,  en el programa ACCESO LIBERADO (sábados de 14:00 a 15:00 hrs.)

 

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NOTAS

 [1] http://diario.latercera.com/2012/05/19/01/contenido/cultura-entretencion/30-108853-9-german-marin-los-fracasados-son-los-unicos-que-me-interesan--en-la-refriega-de.shtml

[2] Inamible: en el cuento de Baldomero Lillo el protagonista es un policía coincidentemente apodado “El Guarén”. Todo calza.




 

 

 

 

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