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Acerca de “El Día de los Muertos”, de Sergio Missana

Por Rodrigo Hidalgo

 

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Veamos. Los datos básicos del autor: Sergio Missana nació en 1966, estudió periodismo en la Universidad de Chile y cursó un doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Stanford. Es autor de las novelas El Invasor (1997), Movimiento Falso (2000, novela finalista del Premio Rómulo Gallegos 2001), La Calma (2005), El día de los muertos (2007) y Las muertes paralelas (2010).

Entonces ahora me voy a referir a un libro que no está “fresquito”. El Día de los Muertos. ¿Y por qué? ¿Por qué hablar de un libro publicado hace ya 5 años? Bueno, la respuesta a ese tipo de preguntas no puede sino venir del ámbito más subjetivo y antojadizo que se pueda imaginar. Es que todo lo que uno pueda decir de un libro, es necesariamente subjetivo. En este caso puntual, es uno de los libros que leí durante febrero, en mis vacaciones, y tiene relación con mi personal búsqueda en torno a las narrativas que de una u otra manera abordan la situación de las generaciones de jóvenes en el Chile de la dictadura y post dictadura.

Leí por lo tanto El Día de los Muertos, en necesaria relación con otras novelas, por ejemplo en relación a Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra, y a Estrellas muertas de Álvaro Bisama, dos libros de los cuales ya había justamente hablado y escrito algo, siempre en un modo más cercano al comentario periodístico que al rigor académico de un texto crítico. En esta misma línea, más conversacional y menos pretenciosa, diremos entonces algunas palabras que ojala sirvan de algo al lector/auditor, declarando por cierto que el fin último es contagiarle las ganas de ir en busca del libro en cuestión.

El Día de los Muertos se divide en dos partes. En la primera asistimos a lo que sucede durante la jornada del 4 septiembre del 73, días antes del Golpe. Tras la multitudinaria concentración de apoyo a la UP, un grupo de jóvenes amigos partidarios del régimen, se reúnen a planificar algo. Nada del otro mundo en realidad. Un viaje. Pero quien narra los hechos, Esteban, no lo sabe, lo va descubriendo, instalado en la reunión de manera totalmente casual, de hecho no es del todo bienvenido: es, en realidad, un integrante advenedizo del grupo, es varios años mayor y se define como una suerte de opositor ligth, pero se encuentra allí, por qué otra cosa iba a ser, por una mujer, por Valentina. Ah, un  dato no menor, Esteban, el narrador, es un plomazo: quiere ser escritor, pero se confiesa en el fondo una rata mediocre.

La segunda parte del libro nos lleva 30 años más tarde, a presenciar el periplo de una pareja de jóvenes que deambulan por el mundo en busca de algo. No son estrictamente una pareja, pero claro, en algún momento tienen sexo, se hacen amigos, y tienen lo que ahora llamamos sin más explicaciones “algo”. Entre ambos, “hay algo”. Ella es hija de Valentina, y él… bueno, él va a descubrir eso, que ella es hija de Valentina, y que además, es hijastra de Esteban. Ambos personajes, Valentina y Esteban, reaparecen entonces convertidos en caricaturas, parodias de lo eran en la primera parte del libro, resultados amargos de lo que fueron en su juventud. Han pasado 30 años, y no lo han hecho en vano. Pero dejemos algo para que el lector descubra, no lo contemos todo.

¿Qué andan buscando los protagonistas de la segunda parte? Porque recorren el mundo, vamos de Francia a Chile y hasta el místico Oriente, son hijos del exilio, andan por todos lados. ¿Qué buscan estos hijos, estos 2 jóvenes de finales de los 90? Bueno, no es necesariamente una bandera. Pero estoy tentado de decir que sí, que casi. ¿Un proyecto de vida? La ausencia de meta-relatos, el derrumbe de las ideologías, el fracaso de las grandes causas colectivas ha dejado al mundo, y particularmente a la juventud como sujeto social, huérfano en más de algún sentido. No creemos ni siquiera en instituciones como la familia. Se siente como una carencia: el verbo pertenecer se devela como una necesidad acaso inherente al ser humano. Por eso es inquietante ese limbo al que me refería: entre ellos “hay algo”. Pero qué.

Y es que en la primera parte tanto como en la segunda hay una permanente reflexión sobre el “pertenecer”: a alguien, a un grupo de amigos, a una tribu estética, a una familia, a una manera de pensar, a una religión, a una moda, a una generación. Pertenecer en el sentido de el formar parte de. Quizás eso es lo que más concentró mi atención. En gran parte del libro los personajes reflexionan muchísimo sobre esto. Sobre cómo se dan las relaciones al interior de distintos grupos. La aceptación del otro. Cómo se dan liderazgos, sumisiones, los roles que jugamos en distintos contextos. Y Missana dibuja al menos 2 escenarios: cómo se dan las recriminaciones internas, los afectos, los celos, dentro del grupo de amigos universitarios con intereses políticos e intelectuales, defensores del pueblo en plenos años 70, y cómo se nota que son más adinerados, no son del pueblo del que se creen voz. Y lo mismo luego, al interior de un colectivo de artistas visuales que quieren ser políticos y rupturistas a finales de los 90, cuando parece que es francamente imposible, cuando el discurso posmoderno los enfrenta a un escepticismo radical, paralizador incluso, y todo es sospechoso de tener como motor al puro ego.

En la novela lo generacional aparece entonces en tensión, hablamos de las complicaciones que suponen formar parte de un grupo en distintos contextos históricos y políticos. En ese sentido me parece notable que este libro no se trate directamente de la dictadura, o de la generación de la dictadura. Más bien, Missana la hace sentir, narrando las dificultades a que se ven expuestos interiormente sus personajes, cuando cuestionan en cierta medida sus impulsos gregarios, las necesidades de formar parte de algo en dos generaciones distintas, la de quienes hoy tienen cerca de 70 años, y la de quienes se aproximan a los 40. Por edad, Missana no pertenece a ninguna de ellas.

Finalmente, me quedo con unas palabras del propio Missana, en alguna entrevista a propósito de este libro suyo: “Lo que una generación aprende o hereda de la otra no es un proceso lineal. Tampoco me parece que se les pueda acusar, como hace Houellebecq, de creerse personas que iban a cambiar el mundo y que no eran más que idiotas que además se cargaron el mundo en términos políticos y ecológicos. Nosotros no sabemos qué embarrada vamos a heredarles a nuestros descendientes.”

Antes de terminar de aburrir al lector/auditor, advertirle que he dejado bastantes cabos sueltos, no sé si podría decirse que en estas líneas he dicho de qué se trata la novela. Creo que no. No he dicho siquiera por qué se llama de hecho, El Día de los Muertos. De modo que si puede, vaya y averígüelo. Le prometo que no se arrepentirá.


Una versión de este comentario se emitirá el sábado 14 de abril
por Radio USACH, 94.5 FM,  en el programa ACCESO LIBERADO
(sábados de 14:00 a 15:00 hrs.)



 

 

 

 

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