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Condenados desde el nacimiento
Sobre No leas a los hermanos Grimm de Iván Maureira y Charapo de Pablo D. Sheng
Por Rodrigo Hidalgo
Publicado en https://www.elguillatun.cl/ 25 de agosto de 2016
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He pensado en Manuel Rojas y en Roberto Arlt al ponerle título a estas notas. Algo de ese sino trágico hay en los dos libros que me convocan. Una cara de la desgracia en la situación del inmigrante que abandona su tierra, mujer e hija; la otra en la de los hijos abusados y abandonados. En ambos casos se enfrentan abismos, infiernos, destinos terribles de los que parece no se sale, porque para ellos, condenados, nacer no más ya fue delito.
Charapo de Pablo D. Sheng (Editorial Cuneta) es la historia de un peruano de apellido Camacho que sobrevive o malvive en el Santiago actual, cambiando un precario empleo por otro, durmiendo ora en una pieza de conventillo, ora en el mismo lugar de trabajo, comiendo poco y mal, sin poder asearse ni ir al baño regularmente. Un tipo al que la suerte no acompaña, no logra contrato, es maltratado y ultrajado, el destino lo pone en contacto con un bajo fondo mugriento, donde se debaten otros como él, extranjeros en el país del éxito, donde los cités se demuelen para levantar centros comerciales.
Camacho en tanto extranjero cobra ribetes casi como de un Meursault (Camus) devenido linyera, al borde de la delincuencia. Porque hay un existencialismo soterrado, un mundo interior en conflicto que se asoma de dos maneras.
Por un lado está el fraseo fragmentario. El cómo habla, con pura frase corta, aséptica, dura, propia del que no confía ni en el lenguaje. No se duele: constata. Camacho desde el principio tiene la actitud de quien camina al despeñadero sin intentar la búsqueda de inexistentes alternativas. Resignado, sabe que en su situación ni siquiera la satisfacción de la carne reporta placer. Sospecharán de él, lo acusarán de maltratar a una anciana cuando en realidad él sólo la haya ayudado, aún cuando no ocultará que esa ayuda tampoco ha sido desinteresada. La acompañará en su agonía y deceso como un agente de la muerte, como un paria que con tal de recibir migajas lava los pies a los moribundos de un leprosario.
Y por otro lado están las yuxtaposiciones de los hechos reales y los oníricos, porque a Camacho el cansancio lo traiciona y de pronto alucina, sueña: lo persigue la pesadilla de haber abandonado y perdido a su mujer e hija en el Perú. Se le asoma desde el subconsciente la tragedia de haber partido a un país en busca de dinero para mejorar su situación y la de los suyos; y que no haya resultado si no todo lo contrario.
El protagonista de Charapo tiene en ese sentido una verosimilitud que uno ha tenido la suerte de ver y conocer en una variada gama, el registro de los inmigrantes pobres, cuya única carga es la esperanza de dejar de estar con una mano delante y la otra detrás. Digámoslo así para que se entienda: mapuches o haitianos llegando a Santiago, lo mismo que cholos o chinos llegando a Lima. La misma actitud sumisa. El mismo miedo. Camacho logró en su mirada esquiva, en su parca tosquedad de bestia maltratada, que recordara que allá en el Iquique del 1900, en las salitreras bañadas de sangre, ingleses, asiáticos, bolivianos y chilotes cantaban «no hay que ser pobre hijito, es peligroso».
Pablo D. Sheng, con este debut se instala en la línea de la narrativa actual que trabaja con este material histórico y a la vez emergente del Chile globalizado: el fenómeno de la inmigración. En ese sentido dialoga muy claramente con Migrante de Felipe Reyes (Ventana Abierta Editores). Pero creo que las conexiones posibles son más amplias, no tan obvias, y en ese sentido me parece que en Charapo hay, por ejemplo, un eco de la Nancy de Bruno Lloret (Editorial Cuneta), por la resuelta progresión hacia el todo o nada, por cierto ritmo de viaje hacia lo indeterminado.
Ahora, rescatando esto último y para cerrar con Pablo Sheng D. y pasar al otro libro, huelga decir que el sino trágico, ese destino miserable del que parece no poder escaparse, tiene al final del relato un inesperado giro abierto, que deja al lector con gusto a poco, con ganas de más, lo que es sin duda otra demostración de la habilidad del joven autor. Como si un adictivo «continuará» se nos hubiese negado. La primera te la regalan, la siguiente la compras. Bravo por ello.
Entonces, y para entrar ahora en el libro de Iván Maureira O., e intentando responder a su impositivo título: ¿por qué habríamos de «no leer» a los hermanos Grimm?
Los hermanos Grimm, igual que Charles Perrault y Hans Christian Andersen, son conocidos por haber escrito gran parte de la más canónica y universal literatura infantil: La caperucita roja, Blancanieves, Hansel y Gretel, Pulgarcito, La cenicienta y un largo etcétera. Vastas generaciones crecimos con esos cuentos de angustiante final feliz y moraleja. Pero lo cierto es que conocimos esas narraciones sin su crudeza original, porque cada uno de esos autores recopiló a su manera las historias orales del salvaje y supersticioso medioevo europeo, edulcorándolas para hacerlas más digeribles. Si se piensa bien, muchos son relatos protagonizados por menores de edad que viven espantosas situaciones de abandono, pobreza o injusticia. Aún hoy pasa lo mismo con muchas rondas del popular cancionero de jardín infantil, que se cantan ignorando su terrible origen, como la tétrica «Alicia va en el coche». Y vale la pena anotar que entrados ya en el siglo XX y el mundo contemporáneo, sería Walt Disney quien diseminaría de la mano de su imperio cinematográfico ese imaginario infantil de príncipes y de brujas, por cierto en su versión más dulcificada.
Probablemente todo lo anterior pueda resultar hoy en día más que sabido. Más allá de ello, No leas a los hermanos Grimm (Edicola Ediciones) de Iván Maureira se sitúa con inteligencia entre dos planos, imbricando muy bien una propuesta de ficción concreta con esa otra historia, la de cómo evolucionó aquella literatura infantil.
Por un lado tenemos entonces la biografía de Gabriel Cambiasso, hijo de dos inmigrantes en el Valparaíso de principios de siglo, heredero de un pasado glorioso vinculado al cine animado; y por otro, como un telón de fondo, la evolución del tratamiento literario de las infancias amargas, de los hermanos Grimm a Disney. En el entramado concurren hábilmente media docena de personajes como sacados del más cruento Dickens. Es una novela sobre cómo puede marcar una biografía el infortunio y las desgracias vividas en la niñez. Dos tipos de calamidad predominan en ese sentido, condicionando y cayendo como una maldición inexorable sobre la mayoría de los niños personajes de Maureira: el abandono y la orfandad, o el abuso sexual.
No quisiera contar muchos más detalles, por peligro a mellar el disfrute del lector, pero no puedo sustraerme de mencionar al menos a los personajes que sostienen la novela. Primero están los padres de Gabriel, el protagonista. Se trata de un italiano aficionado al cine y una norteamericana que trabajó para Disney. Ella muere al momento del parto y el padre queda sumido en el dolor y el recuerdo, hecho un zombie. Gabriel crece cuidado por una niñera de apenas 18 años, Anastasia. Anastasia es huérfana, y es devota de Emile Dubois, el legendario asesino en serie que como un santo popular porteño cumple los deseos de sus feligreses. Finalmente, cuando Gabriel comienza a ir al colegio, se topa con el profesor Ovidio Márraga, un personaje turbio y perturbador, que marcará su vida. Este profesor, pareciendo lateral o de tercer orden, termina siendo central, como un vórtice oscuro. Maureira despliega hábilmente un procedimiento que difumina jerarquías, en el que todos sus personajes (aún he tenido el cuidado de no mencionar a varios otros) van siendo salpicados por la degradación, por la desgracia, por el dolor y el odio.
Acaso el único paso en falso de Maureira es el final. La novela está íntegramente narrada en tercera persona, desde un omnisciente clásico, que como hemos dicho interviene incluso aportando información sobre quiénes eran los hermanos Grimm o cómo operaba la industria Disney. Pero en los 5 párrafos finales la voz muta y por primera vez la narración la asume un personaje. Ese gesto provoca un disloque notorio. Pero como es un asunto meramente formal hacemos la concesión al momento de leerlo, y lo pasamos por alto. Por lo mismo hemos podido mencionarlo sin cometer en rigor un spoiler.
No leas a los hermanos Grimm (Edicola Ediciones) me ha parecido una excelente primera novela para un autor que no habiendo cumplido los 30 años, con anterioridad sólo confiesa un libro de poesía. Maureira no llega al escabroso y frío resultado a que llegan, salvando por cierto todas las distancias, los descarnados niños de una Agota Kristof en El gran cuaderno, pero sin duda se acerca a algunos pasajes de Las partículas elementales de Michel Houellebecq. Infantes a quienes la vida transforma dolorosamente, sujetos que no conocen el amor y que en apariencia se adaptan a la soledad, pero que en el fondo guardan un irremediable resentimiento, naturalizando en su interior una relación mórbida con la muerte. El niño víctima que se torna adulto victimario, para quien el primer crimen es simplemente haber nacido.
Para terminar entonces, estimado lector imaginario, anótalo: Charapo de Pablo Sheng D., y No leas a los hermanos Grimm de Iván Maureira O. Narrativas que dan cuenta del Chile actual y del pasado, siempre desigual y entregado a la voracidad del individuo y del mercado, que siguen rizando el rizo de la realidad. Recomiendo su lectura casi como terapia incluso. Dos novelitas para reconciliarte con la vida. Porque siempre, indefectiblemente siempre, hay alguien que la padece más que tú.