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Personajes, peligrosa materia prima
Sobre «Nancy» de Bruno Lloret y «Rabiosa» de Gustavo Bernal
Por Rodrigo Hidalgo
Publicado en El Guillatún, 2 de septiembre de 2015
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He aquí dos maneras de abordar una novela a partir de esa materia prima que es el personaje. Lloret construye una potente y entrañable Nancy, la hace vivir ante nuestros ojos con la maestría de un prestidigitador ducho en el juego visual y oral. Bernal toma a un ícono de la vida real, a Pedro Lemebel, y entabla con él un diálogo procaz en clave beatnik, conformando un retrato que se mueve entre el homenaje y la caricatura.
Vamos por partes.
Lo primero es lo primero. No ocultaré mi entusiasmo: la novela con que debuta Bruno Lloret hace que quiera gritar ¡albricias! Estamos ante un escritor sumamente sensible, inteligente y talentoso. Sencilla y a la vez original en un contexto de tantas búsquedas, Nancy es una excelente novela, que hace que uno desee pronto mucho más de su autor.
Me emociona, para comenzar, el notable hablante femenino que logra Lloret. Qué bien le sale, qué espontánea la jerga coloquial, qué naturales los giros del testimonio, nada de impostación, nada de falsete, y además qué verosímil la historia. En la presentación del libro, hace un mes más o menos, Natalia Berbelagua reconocía esta primera habilidad del autor, la de ponerse en la piel, en la cabeza, pero sobre todo en la lengua de una mujer que vive rudísimas experiencias límite. Nancy nos cuenta su vida con un lenguaje real, visceral, doloroso. Nadie que pase por lo que pasa esta mujer de entrañable fuerza, puede hablar de otro modo. Alguien que jamás hace el amor, aunque sí culea, harto y desde muy chica.
Quiero aventurar algunas conexiones. El tipo de introspección, el tipo de narración que elabora Lloret me hicieron pensar en Faulkner, ciertamente en Manuel Rojas, acaso en Droguett, y hasta en Diamela Eltit. Me refiero a las estrategias que se utilizan para transmitir exitosamente al lector el estado mental de quien narra, que el lector perciba las alteraciones por las que pasa una psique enfrentada a experiencias tremendas, de turbulencia trágica. Esas tentativas extremas de narrar desde un autista, desde un esquizofrénico, desde un maníaco depresivo, desde un alcohólico, un suicida o un miserable, etc. Nancy no es nada de eso, por cierto, ella es una sobreviviente fuerte y resiliente. Pero con la vida que le ha tocado, no se puede uno extrañar de que un cáncer fulminante la liquide antes de los 40 años. Nancy nos cuenta todo a ratos en tono de confidencia, precario flujo de conciencia, monólogo interior quebrado y quebradizo, salpimentando, dando espesor a la cruda relación de hechos que gobierna su franco y directo testimonio. Como la protagonista de una crónica roja ante las cámaras, Nancy es oralidad pura, a ratos introspectiva, pero el resto del tiempo con la fiereza expositiva de quien refiere sus anécdotas sin esperar risas o aplausos.
Seré aún más concreto, más específico. Porque lo señalado cobra relevancia o nitidez sólo cuando se identifica otro recurso que es utilizado con inteligencia ejemplar. He dicho que Nancy no es ni loca ni nada de eso, entonces ¿a qué me refiero? ¿qué particularidad es la que se sugiere a nivel de estado sicológico? Lloret llena su novela de equis. La letra X como recurso visual, no como mera letra. Una equis que es también una cruz oblicua. Y uno no entiende de buenas a primeras cuál es el sentido de esas intervenciones. De hecho el relato fluye con rapidez y uno deja de prestarles atención a esas X que se distribuyen mañosamente. Hasta que de pronto entiende: hay que mover la antena. Son interferencias. Suciedad. Algo borrado, tachaduras. Huellas de vacíos. Es como cuando uno lee un documento que se ha rescatado de algún incendio o de algún naufragio, y el investigador a transcribir pone «ilegible en el original». O como cuando en un registro de audio hay un ruido que impide escuchar lo que se esté escuchando. Mezcla de silencio y estática. Este recurso visual conecta al autor con todos los otros autores que transitan la vía experimental. Nancy habla sucio, a veces hay letras que no le salen y aparece una X. Hay cosas que no puede decir, golpes que la sacuden y ante los que sólo puede quedar murmurando una larga mancha de X. Se combinan entonces el plano puramente visual del texto, y el plano auditivo, el ritmo, la musicalidad del habla de Nancy, su jerga. Nancy no dice weón ni huevón, dice ueón. Entendemos que este recurso nos dice algo de su pronunciación. Y es tal el grado de fiato, que la experiencia del lector es prácticamente la de estar en presencia de la protagonista. Se nos aparece Nancy. Una maravilla.
Otra entrada. Hay dos parientes literatos más que se asomaron a mi lectura. Encontré cierta familiaridad de Nancy con Mentirosa de Yuri Pérez, por el descarnado trabajo con la compleja, tantas veces vacía y burda, espiritualidad de los evangélicos, mormones y Testigos de Jehová. La violencia íntima del machismo y la hipocresía en esos cerrados mundos familiares. Pero el acercamiento de Lloret no es irónico ni compasivo. Nancy escapa de ese hogar enfermo y termina viendo a la virgen en las radiografías de sus metástasis. No puede hacerse chiste con eso. Lloret quiere a su personaje, con todos los vericuetos y zonas oscuras de su espiritualidad, con toda la precariedad contradictoria de su fe, y logra que también uno la quiera. En cambio sí permite que nos riamos de Jodorowsky, que aparece más que como un lejano eco. Quiero decir, no sólo evocamos al psicomago por la omnipresencia de los gitanos y del desierto, pues gran parte de la vida de Nancy ocurre en Chañaral, Tocopilla, o alguna localidad igualmente pobre y olvidada del norte grande; sino que llega a materializarse de verdad en la novela, como un gurú que filma una película con lugareños como extras, que invita y convoca a los marginales que son familia de Nancy, pues resulta sabido ya que a Jodorowsky le gusta recordar su infancia nortina como si fuera un mundo habitado por una galería de freaks, un circo de bichos raros. Nancy pasa por el set de filmación, toma unos billetes y sigue su camino. No hay nada más que le pueda entregar esa gente.
Bueno, quedé encantado con Nancy. La amé, se nota, pero debo decirlo. Bravo por Bruno Lloret, un maestro titiritero.
Cambio de libro, voy a Rabiosa de Gustavo Bernal.
Se trata antes que nada de una novela difícil de tragar por lo políticamente incorrecta. A menos de un año de haber fallecido uno de los más grandes escritores chilenos del último tiempo, Bernal se permite retratar a Pedro Lemebel, despachándose diálogos como el siguiente:
Pedro lee unos pasajes de mi novela. En las páginas iniciales dice «la vaselina puede guardarla porque yo no tengo intenciones de ponérselo». Pedro se enfurece de súbito:
—¿Qué quieres con esto, que me ponga a llorar? Cuando era chico pensaba que lo más doloroso en la vida era que no te quisieran. Pero tú no me quieres porque me tienes miedo. Me estás retratando como a un sediento en el desierto. ¿Qué es querer? Dímelo. ¡Nada! No es nada contra ti Cruzila, pero ese Pedro Lemebel que está ahí no soy yo.
—Eso quería escucharte decir. Hace rato estoy cansado de que las personas tapen sus granos con cremitas.
—Pero no es para tanto, no es para tanto, no te subai por el chorro Cruzila.
—La frase es demasiado superficial para hacerte sentí mal. No es la idea. Alguien debe escribir sobre ti aunque sea una caricatura, y esa rata voy a ser yo.
Elver Cruzila es o viene a ser el alter ego de Gustavo Bernal. Es un escritor principiante, de blogs, que se acerca a Lemebel cuando éste está pasando por su peak de fama y reconocimiento, para pedirle que lo ayude con sus proyectos escriturales. Estos diálogos, las escenas que nos propone Bernal, parecen corresponder al período en que a Pedro aún no le han detectado el cáncer de laringe que finalmente se lo llevará. Son escenas reconocibles para todos quienes vimos transitar al autor de Tengo miedo torero de una lectura a otra, de un lanzamiento a otro, iluminando la noche bohemia de Lastarria y Bellavista. Gustavo Bernal se da maña para que esa relación ficticia entre Cruzila y Pedro, parezca real. Pedro en un permanente asedio sexual, Cruzila al borde de ceder. Una relación turbulenta entre maestro y aprendiz como se dice en la contratapa del libro. Absolutamente ad hoc, el lenguaje utilizado es el de la noche. Se abusa conscientemente de la referencia genital. Hay una escritura sumamente procaz que evoca al Chinasky de Bukowsky o al Bandini de Fante. Cruzila trata teóricamente de dejar una adicción a la cocaína, pero para ello se somete a un tratamiento siquiátrico en donde lo estabilizan usando otras drogas. Literatura del fracaso. Entonces asistimos a un combinado que satura de alcohol, drogas y sexo. Casi cliché. Dije que Rabiosa es un libro difícil de tragar. No de leer. De hecho su lectura es fácil, llana, directa, vulgar. Es difícil de tragar, como un chorro de semen.
A pesar de todo, lo que más perturba es la duda que siembra el autor sobre el finado. ¿Es posible que haya habido una relación de verdad entre Bernal y Lemebel, se habrán conocido? No es del todo imposible, para nada. Hay quienes dirán «no, pero por favor, si en algún momento Pedro conoció a Gustavo Bernal, lo debe haber mandado a la punta del cerro, si es un borracho odioso». Y hay quienes no querrán recordar que Pedro mismo también podía y solía serlo. Cuesta decirlo, qué fuerte. Además, si hay algo que ha caracterizado la desconocida propuesta narrativa de Bernal, es su acercamiento fiel y crudo al bajo fondo. En sus tres libros anteriores, Bernal se mete con esa materia que es tan preciada para Lemebel, la miseria, el margen, la nada glamorosa cuerda de los angurrientos, herederos del delincuente que fuera, antes de ser escritor, Alfredo Gómez Morel. Maldita literatura, ¿dónde comienza la ficción y termina la realidad?
Creo que hay un mérito enorme en correr ese riesgo. Quiero decir que si uno lee Rabiosa sin tener idea quién es su autor, y apenas sabiendo quién es Lemebel, puede indignarse y encontrar que se trata de una broma de pésimo gusto. Pero habrá quienes lejos ya del intento por discernir si hay aciertos o desatinos, si son gruesos o finos los trazos de la caricatura, nos preguntaremos ¿qué habría dicho el propio Pedro de este libro? Y asumiendo la especulación, me atrevería a decir, es lo que yo creo, que Pedro quizás sí lo habría celebrado.
Por último, entonces, y para volver sobre las líneas del principio, he aquí una forma completamente distinta de trabajar con un personaje en tanto materia prima de una novela. ¿Dónde comienza la ficción y termina la realidad? El escritor peruano Mario Vargas Llosa, cuando escribió su exitoso La tía Julia y el escribidor, pagó el costo de esa frontera caprichosa. Su tía, Julia Urquidi, escribió su propia versión de los hechos, y tratando de limpiar su imagen publicó Lo que Varguitas no dijo. Sólo Lloret sabe de dónde sacó el material para construir su Nancy. Sólo él sabe cómo se llaman las no-Nancys que le dieron forma. Acaso sea una sola. Nancy no tiene cómo defenderse. Ninguna de las miles de Nancys que existen y recorren Chile y el mundo tienen cómo hacerlo. Lemebel, ahora muerto, tampoco. Pero sí tiene adláteres y admiradores que rasgarán vestiduras si el homenaje es un gesto fallido. Por mucho incluso, que el propio Pedro delezne vivo o muerto la idea de que otros pontifiquen con su nombre en la boca.
Dicho lo cual, te dejo como siempre lector, invitado a la lectura de estos dos librazos, Nancy de Bruno Lloret (Editorial Cuneta), y Rabiosa de Gustavo Bernal (Ediciones Librosdementira), cuyos precios, además, los convierten en una ganga.