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Escritores en aprietos
Sobre «Tsunami» de Juan Ignacio Colil y «Las despedidas perfectas» de Mili Rodríguez Villouta
Por Rodrigo Hidalgo
Publicado en El Guillatún, 17 de julio de 2015
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A veces pienso que ser escritor es tener una licencia, darte internamente el permiso de sentirte especial y que te sucedan cosas extrañas, particulares. Por ejemplo, si estás escribiendo una novela, todo cuanto cotidianamente suceda tendrá que ver con ella, te conducirá inevitablemente a sus páginas aún no escritas: te llamará de improviso una persona clave para tu historia, aparecerá en el diario un dato fundamental para tu protagonista, encontrarás en un abrigo una reveladora foto olvidada. Quizás del mismo modo, yo no sé qué constelaciones se dan para que sobre mi velador coincidan las novelas que voy leyendo. Causalidad o casualidad, en este caso resulta que enfrento la lectura de dos colegas cuyos libros dialogan con tanta facilidad que todo me resulta sospechoso.
En Tsunami de J. Ignacio Colil hay un escritor en una playa del sur chileno donde se espera un maremoto. En Las despedidas perfectas de Mili Rodríguez hay un escritor en el trópico ecuatoriano donde se espera un huracán. Las atmósferas se cargan de esa electricidad fantasmagórica, con muertos que penan y persiguen a los protagonistas. Y en ambos casos el tiempo se altera, transcurre de manera extraña, como si estuviésemos bajo el efecto de alguna droga, o se colara en la realidad algo de la irrealidad del sueño: el efecto de estar a las puertas de una tragedia, ora climática, ora humana. Un reloj de arena con la arena mojada. Pero la mediocridad municipal de Pelluhue contrasta con el exotismo de clase turista ABC1 de Guayaquil. El escritor de Colil es un papanatas, un borracho mediocre, un caso arquetípico de escritor picado a maldito que en su caída al hoyo negro llega a involucrarse en un crimen absurdo, aunque no sabremos si es por mera estupidez o por genuino desequilibrio. El escritor de Rodríguez es un argentino exitoso y bien aspectado, alguien que se ha alcanzado a codear y ensuciar con la farándula, alguien a quien le pesa, lo atora y atormenta la muerte accidental de su amada, una modelo chilena también regia y exitosa. Pero vamos por partes.
La novela de J. Ignacio Colil ha sido criticada principalmente porque después del final se atreve a proponer una serie de epílogos, anexos que en alguna medida complementan el cuerpo central del relato, pero que también abren aristas nuevas que quedan entonces inconclusas, de suerte que el final abierto queda aún más ídem. Esto como puede verse, es meramente formal. Yendo al fondo, lo que me veo obligado a confesar de entrada es que no siempre me gustan las novelas que son protagonizadas por escritores, tengo cierto prejuicio al respecto. Pero el humor lo puede todo. Creo que eso es lo que me permitió soportar al escritor que protagoniza Tsunami. Como dije, me pareció un papanatas. Al tipo lo invitan a participar en un homenaje póstumo a otro escritor, Fontana. Y a pesar de que apenas sabe quién es el homenajeado, ni siquiera lo ha leído cabalmente, muy suelto de cuerpo acepta la invitación pues «no se encuentra en posición de rechazar la oferta». Este tipo de cosas son las que a uno lo van irritando. Ya en la playa, le preguntan «¿por qué viniste?» y espeta «es mi trabajo, hoy Fontana, mañana Coloane, pasado el que sea». Entonces uno se ríe, porque ese nivel de cinismo no puede sino resultar una ironía. El protagonista se nos va mostrando así, poco a poco, con salidas tan patéticas como clichés: «Quizás necesitaba regresar a mi casa, encerrarme y comenzar a escribir aquella novela que dejé en sus páginas iniciales. Era una especie de novela negra. La idea no era mala, pero aún no encontraba el tono preciso». A medida que avanza el relato, este tipo de vagas justificaciones se van haciendo normales, y deducimos que hay en el fondo un patrón sicológico: no sabe cómo, pero llega a tal lugar; no sabe por qué, pero sigue a tal persona; lo confunden con otro autor y no aclara nada, se hace pasar por él. Así, de pronto, a pesar de que alega inocencia, está metido en medio de un doble crimen. Y como es él, el protagonista, quien nos va contando la historia, sólo accedemos a su versión de los hechos. Quedan lagunas entonces, nos asaltan las sospechas, el tipo es un mar de incongruencias. Dan ganas de agarrarlo a cachetadas. Entonces la novela termina y vienen los mencionados anexos que refuerzan la pregunta obligada: ¿qué fue mentira y qué fue verdad de todo esto? Como telón de fondo permanente, una amenaza de maremoto perturba a los asistentes al homenaje y habitantes del pueblo. Pero la amenaza al fin se diluye sin más, y al igual que el homenaje y los crímenes, todo queda en nada. Preciosa metáfora nacional: esa ética, tan chilena, tan mesa de diálogo, tan reforma educacional, tan justicia en la medida de lo posible.
Hay por parte de Colil, en el tratamiento del tópico, un gesto que lo emparenta definitivamente con Marcelo Mellado, al caricaturizar al funcionario municipal, al escritor mediocre, toda esa fauna de provincia. Ese sentido del humor, como dije. Pero más allá de esto, pienso que estamos ante una novela que plantea una pregunta de fondo en torno al oficio escritural y la relación con el lector (que es siempre un posible infinito: el resto del mundo). No creo que sea posible que uno como lector no se sienta incluso violentado por el descaro del protagonista, que actúa como si por ser escritor fuera alguien especial, o tuviera alguna prerrogativa o licencia. Esto que puede parecer una queja no cae sólo sobre él, el protagonista. También Fontana, el muerto al que se homenajea, era una mierda a ojos de algunos vecinos, no sabemos por qué, pero se nos da algunos indicios. El crimen doble que se produce durante el homenaje tiene por víctimas a una empleada del hotel y a otro escritor asistente, que es también un soberbio ególatra farandulero, mujeriego y drogadicto. Todos los escritores en esta novela, cual más cual menos, tienden a resultar sujetos bastante cuestionables en su dimensión humana. Reflexión obligada entonces, en tanto lector: admiramos la obra, pero la escindimos de la vida del autor. Nunca es grato descubrir que quien escribió una obra que nos conmovió, en su vida real fue un mal padre, un mal marido, o un abusador de menores. ¿O no? Por este camino entramos a cuestionar nuestros propios paradigmas éticos: ¿quién es uno para juzgar a nadie? En este sentido la novela de Colil me resulta tan honesta como valiente.
Pero he hablado al inicio de este comentario, justamente, de las licencias que creemos tener los escritores. Estoy obligado entonces a hacerme cargo. No hay licencia alguna, digámoslo fuerte y claro. Por ahora mejor vayamos al otro libro, total vamos a seguir hablando más o menos de lo mismo. Volveré sobre este asunto de las licencias hacia el final de este comentario.
Para marcar una radical diferencia, habría que decir que Las despedidas perfectas de Mili Rodríguez Villouta es antes que nada una novela de amor. Con eso ya salimos del aprieto. El problema es que se trata de un triángulo amoroso entre la narradora, Inés, periodista (pero en el fondo escritora); su amiga Toni (Antonia), una hermosa modelo de pasarela; y el afortunado jamón del sándwich, Vittorio, un escritor argentino que como adelantamos tiene un grado no despreciable de éxito financiero y social. Y en realidad el tema no es tanto que haya una pareja de escritores revolcándose, sino que la tercera del triángulo está muerta. Y no se trata de necrofilia. Es más bien como en ese film de Kieslowsky, La doble vida de Verónica. O como en el cuento de Cortázar, Lejana. Alguien que es tu doble, que te vive a ti, o tú la vives a ella. Es una novela que se plantea ese desafío. La soledad de los espejos. ¿Dónde termina uno y empieza el otro, cuando el otro es un ser amado?
La realidad del escritor que nos plantea Mili es la de algunos profesionales de primera línea. Una cotidianeidad idílica de hoteles lujosos. Vittorio escribe y vive de eso gracias a un millonario contrato editorial. Ganó un premio importante con su debut, y de ahí que la editorial lo tenga a su disposición: lo mantienen, así que hacen lo que quieren con él, lo exponen y mandan a programas de TV y de radio para que viva sus 15 minutos de fama. Huyendo de todo eso, Vittorio fue a dar a Guayaquil, donde vivió un romance inconcluso con la despampanante Toni. Vittorio no ha vuelto a escribir desde aquella muerte. Toni ronda en el hotel, en el bar y la piscina, es un fantasma habitué para los músicos del club de jazz que frecuentan las estrellas del Caribe y de Las Vegas. Ha pasado un año de aquél fatal accidente automovilístico. Y ahora Inés regresa al lugar de los hechos, al hotel donde se conocieron y amaron Toni y Vittorio, atraída por el poder de los rastros de ese amor viudo. Eran amigas, estaban juntas entonces y ahora lo siguen estando. Inés escribe para un diario o revista que tiene la suficiente envergadura como para mandarla de corresponsal con todos los gastos cubiertos. Pero no ha vuelto a Guayaquil a trabajar. Inés y Vittorio viven un romance que pareciera haberse postergado mientras Toni vivía, y al mismo tiempo pareciera ser lo que la mantiene viva. «Caben demasiadas horas en seis días. Toda una vida, y él estaba como un jodido fantasma parado en una puerta, esperando que Toni volviera. Buscándola, esperándola, desafiando al universo entero, como si ella no se hubiera pulverizado a las tres de la mañana en un mal camino de Puerto Crucita». Inés usa el kimono azul que era de su amiga. Vittorio vuelve a escribir. «¿Nunca quisiste parecerte a mí?» le pregunta a boca de jarro la fantasma. ¿Dónde termina Toni y empieza Inés? O bien: ¿cuál es la frontera entre ficción y realidad?
Dadas estas preguntas, y dado que es una novela de amor y muerte, me parece destacable la elaboración de la atmósfera que logra Mili Rodríguez. La atmósfera lo es todo acá. La historia fluye como una banda sonora de smooth jazz y be bop. Una escritura que me recuerda a la Natalia de Pablo Azócar, una escritura anímica, que atrapa al lector como si fuera un licor delicioso. Es algo en el modo de narrar. Guiños permanentes a Borges y a Cortázar, pero también algo muy beatnik, muy on the road. Los personajes secundarios son parte de la escenografía. Por ejemplo el músico amigo de Vittorio, que bajo el apodo de Chamo desliza constantes notas de Miles Davis o de Paquito D’Rivera, y acodado en la barra del bar con un permanente whisky en las manos nos transporta casi a Nueva Orleans o a Casablanca; o el chamán Elisio, que con sus enigmáticas declaraciones el año pasado le había anticipado a Inés el deceso de Toni, como quien anticipa la lluvia en una selva donde llueve siempre. Guayaquil es una locación perfecta, calor y humedad como sinónimo de erotismo, la permanente electricidad en el aire como sinónimo de aventura y exotismo, el anticipo de la tormenta. Todos en Ecuador están alerta ante la proximidad del huracán Malcom, uno de esos temidos ciclones tropicales que desde el Caribe ocasionalmente cruzan por Panamá al Pacífico, y descienden hacia las islas Galápagos sin alcanzarlas nunca disolviéndose en el nuevo hábitat andino. En ese estado de excepción, en esa circunstancia anómala de extrema ansiedad, es que se da el tórrido romance. Un paréntesis ideal para que aparezca, como si nada, a bañarse en la piscina con su diminuto bikini blanco, una espléndida fantasma de pasarela.
Vuelvo entonces sobre mis palabras. Si un lector ingenuo lee la novela de Mili Rodríguez, puede pensar que la vida de los escritores es así. Hoteles, pasión, Caribe. Es quizás lo que muchas personas piensan. Que los escritores son como muestran las películas de Hollywood. ¿Cuántos autores vivirán gracias a sus contratos editoriales? Y si un lector desprevenido lee la novela de Colil, puede llegar a pensar que todos los escritores locales son así. Tipos mediocres, ambiciosos, miserables y probablemente pervertidos. Secretos, envidias, cahuines. ¿Cuántos autores aceptan dar charlas sobre personajes que no conocen o materias que no manejan?
Afortunadamente sí hay una licencia para uno en tanto escritor: la de ponerse a leer de manera aleatoria lo que tiene más a mano. Felicito a Das Kapital Ediciones por la novela de Juan Ignacio Colil (colega profesor), y a Editorial Cuarto Propio por la de Mili Rodríguez Villouta (colega periodista). Y le recomiendo al lector cualquiera de estos dos libros, que de seguro son más baratos que quizás cuánto best seller. Dicho lo cual, me doy una última licencia, ya que ni de conducir tengo. Dígame licenciado.