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Pueblo chico / infierno grande
Sobre «El Sur» de Daniel Villalobos y «Valpore» de Cristóbal Gaete

Por Rodrigo Hidalgo
Publicado en El Guillatún, 9 de Diciembre de 2015


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La provincia es todo un tema, una línea de trabajo, casi una tendencia. En el Chile actual hay autores que han dedicado exclusivamente a pintar cada cual con su estilo los rostros del interior del país. En esa casilla es que el entomólogo debiera colocar a estos dos libros. Elogiados por la crítica y la prensa, El sur  de Daniel Villalobos y  Valpore  de Cristóbal Gaete agregan crudos colores y trazos personales al cuadro colectivo que en torno a Temuco y Valparaíso hemos ido leyendo los aburridos comentaristas del margen.

Este año anduve en varias ferias editoriales de provincia. Y siempre que voy, a Puerto Montt, Antofagasta, Valparaíso, la que sea, regreso con la misma sensación lamentable de desasosiego. Seré políticamente incorrecto. A pesar de que lo he pasado bien, son un desastre. Cualquiera y todas. Son, como dice el adagio, infiernos chicos. Todo lo espantoso, mediocre y ramplón, toda la corruptela, la violencia y el descaro que uno soporta a diario en la capital, es en la provincia más intenso, más pequeño pero por lo mismo más cargado, como sometido al efecto de una lupa. Hablamos de lo que uno tanto acá en la capital como en las regiones ha visto con vergüenza: las peleas (incluso a combos a veces) entre escritores, editores y críticos. Hablamos de lo que con auténtico asco ha presenciado y por lo que ha sido incluso afectado: las disputas y/o favores entre gestores culturales y operadores políticos. El comportamiento abusivo y prepotente de todas las autoridades. Y lo que sucede es que en la provincia los personajes se tornan eso mismo, personajes. Caricaturas grotescas de empingorotados alcaldes, relamidos y engreídos escritores sin obra, gestores y operadores turbios y megalómanos. Ya Marcelo Mellado ha hecho casi patrimonio de su obra todo este asunto.

En fin. Vamos mejor entonces a los libros.

Luego de que fue nombrado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, Valparaíso comenzó a ser retratado como el rincón miserable y violento que es. En rigor este retrato ya era tal, no es que haya comenzado tras el pomposo nombramiento. Ya había páginas con escenas memorables como algunas de Manuel Rojas por ejemplo. Pero sí había un tipo de narrativa que venía como anillo al dedo y que no había explotado, o no en toda su magnitud: todos los tributarios de Bukowsky, incluyendo por cierto a Gaete, comenzaron a proponer un Valparaíso lo más cerdo posible, que desdice, que busca ensuciar esa medalla onerosa que se asocia al aséptico concepto de patrimonio.  Valpore  es eso. Muy en la línea de  Barrio Miseria  de Daniel Hidalgo, otro porteño. Mucha droga, delincuencia, prostitutas. El bajo fondo que es todo puerto. Ese caldo humano caliente, picante, peligroso. Seres que bajan de los cerros como zombies, mutantes, muertos de hambre, angustiados por la pasta base. En el momento que me resultó más conmovedor, el protagonista acompaña a La Madre en el parto, y desde entonces se refiere al bebé como «la cajita», como si se tratase de un tetrabrik de Bodega Uno tinto. Es interesante por lo demás y para marcar distancia con el aludido Barrio Miseria, cómo en Valpore los personajes pueden moverse socialmente e integrarse a otra clase social, de suerte que El Pulpo puede terminar siendo la autoridad municipal, en un giro que algo recuerda al film  La Naranja Mecánica. En realidad Gaete apuesta por una miseria y decadencia que es acaso la droga, y no la pobreza. El personaje que mencionamos, La Madre, también parece ser una  niña bien, una chica de clase acomodada, pero caída en desgracia. Hay en otro momento un pederasta prófugo que pone en jaque a la policía, y que había sido en su juventud director de una revista. La policía bombardea los cerros del puerto. El delirio se apodera a ratos de la acción, se busca una escritura que del sucio Bukowsky nos lleva a la poesía de almuerzo desnudo de William Burroughs, o de las interzonas de los trópicos de Henry Miller.

Queda una pregunta que es más bien por la estructura, y que me va a permitir pasar a hablar del otro libro convocado, porque tanto Valpore como  El sur tienen este otro elemento en común: ambas son en el fondo novelas, pero se presentan fragmentadas, con un índice que engaña, como conjuntos de textos híbridos, crónicas, escenas, imágenes, anécdotas e incluso cuentos. Mi conclusión: es el efecto de la década del  blog. ¿Será vicio de periodistas, ya que ambos lo son?

El sur de Daniel Villalobos se ubica en un espacio mucho más íntimo, personal. O sea, muy  blog  también. Muy colección de recuerdos, casi testimonial. No hay una ficción declarada, nítida y delirante como en el porteño Gaete. No. Haber pretendido pintar así la ciudad de Temuco, recurriendo a personajes caricaturescos, habría sido repetir lo que hizo o intentó hacer el también periodista y escritor Luis Antonio Marín en su libro Ciudad sur. Villalobos es honesto, habla desde su propia experiencia y lo hace sin pretensiones diríamos incluso literarias.

Aunque yerro, porque no sólo hay literatura buena y pura, sino que hay incluso lírica. Quizás uno de los mejores momentos de El sur es el capítulo titulado «El sur y mi abuelo viendo tele», que es un hermoso poema (digo, escrito así, en versos, «hacia abajo») donde vemos, o mejor dicho escuchamos, al abuelo del protagonista quejarse de la realidad que lo rodea, cuando la realidad se ha convertido apenas en una mala película de acción en una tarde de provincia, en esa calamidad que era la televisión durante los años ochenta.

Villalobos va y viene en sus recuerdos, sin más orden aparente que su propio libre albedrío. No hay una linealidad que seguir y que podamos establecer como arco narrativo, dramático o argumental. Pero sí podemos resumir de alguna manera de qué se trata el libro. Se trata de la infancia, adolescencia y primera juventud del narrador, vividas en Temuco. Vemos primero que nada la separación de sus padres, lo que para el contexto (la época y la provincia), es de una anormalidad brutal. Las parejas no se separaban con la facilidad con que lo hacen hoy. Vivían un calvario con tal de aparentar, con tal de ser aceptados socialmente. Los padres del protagonista tienen el tino, la sagacidad y valentía para separarse. El protagonista pasará por todas las dificultades del caso, pues las relaciones familiares siempre son un caldo de chismes, rumores, pelambres, dimes y diretes, odios mal callados, resentimientos. Una madre esforzada, mudanzas por distintas casas, el incendio de alguna de ellas, la del abuelo. Luego el paso por un internado en donde termina la enseñanza media, el ingreso a la universidad. La normalidad de los golpes. Crecimos en un país donde era normal pegarle al más chico, al pajarito nuevo, al alumno recién llegado. Los abuelos, los tíos, primos y amigos, los compañeros de andanzas, el aprendizaje de los terribles códigos de la sobrevivencia, la violencia juvenil, el descubrimiento de las pasión por los libros, la música y el cine, el telón de fondo de la dictadura, y el televisor permanentemente encendido, con tan pocos canales y tan mala programación. El sur de Villalobos, es una novela, insisto. Disfrazada de cualquier cosa, pero novela al fin y al cabo.

Resumiendo y para cerrar este episodio de capitalino furioso, de federalista resentido, para dejar de ganar enemigos fuera de la metrópolis, digamos que Valpore de Cristóbal Gaete fue publicado en 2009 por la Editorial Emergencia Narrativa de Valparaíso, y ahora acaba de ser reeditado en Santiago por un nuevo sello, Garceta Ediciones. Enhorabuena. Por su parte, El sur de Daniel Villalobos, fue el debut de su autor con el sello Libros del Laurel, que dirige la destacada editora Andrea Palet. Además Villalobos publicó este 2015 un nuevo título, El tren marino, igualmente aplaudido. La literatura «de provincias», más allá de Marcelo Mellado, abarca en Chile a gente tan disímil y tan potente, que estoy tentado de mencionar un par de ejemplos. Piense usted en Hernán Rivera Letelier pintando la pampa salitrera. Piense en su extensa obra novelística al respecto. Y luego resulta que aparecen otros muchachos jóvenes que empiezan a contar el mismo Norte Grande pero sin salitreras, sino con drogas, policías corruptos y prostitutas colombianas. Cómo se actualiza el paisaje. Cómo se actualiza en sus relatos. De una mirada épica y casi paisajista, a una mirada de cómic, violenta, de pulp. Lo que hay es complemento. Piense en Punta Arenas, ese sur magallánico es hecho policial en la mano de Ramón Díaz Eterovic, mientras en la mano de su coterráneo Óscar Barrientos Bradasic es relato fantástico/mitológico. Etcétera. Creo que si de algo sirven estos libros, aunque es absurdo esto que digo, porque la buena literatura no tiene por qué servir para nada, no hay utilidad; pero vale, supongamos que sí la hay, que es válido decir que estas novelas, que estos libros tienen un mérito, sirven para algo. Esa utilidad, ese mérito sería que como hablan de la provincia, como hablan desde la provincia, nos permiten visibilizar más allá de las caricaturas o de los estilos, el funcionamiento del Poder en el margen, en la periferia, en la provincia. Y eso, para quizás muchos zombies metropolitanos, puede equivaler a abrir los ojos, asomarse a un mundo absolutamente nuevo, desconocido. Lo que, por lo demás, es precisamente el genuino valor de la buena literatura.

Dicho lo cual, hago un llamado a que las provincias exijan no sólo bibliotecas, sino librerías y ferias editoriales gratuitas y de calidad. Y me despido con una cita que por supuesto habla de vivir en la provincia. Te la dejo, lector o lectora, como adivinanza, como tarea o como desafío: ¿en cuál de los dos libros que he comentado estará?:

«No reconozco nada, creo que estoy en el infierno»


 

 

 

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