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Palabras para la presentación del libro “La Oficina” de Felipe Victoriano

Rodrigo Hidalgo M.

 

 

 



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El título de esta novela guarda una alegoría de la cual el autor tendrá que hacerse cargo a lo largo de sus páginas. Porque sabemos de entrada, lectores informados, que la oficina era el siniestro organismo de inteligencia que de la mano del socialista Marcelo Schilling, llevó a otro nivel la represión política durante los primeros años de la democracia utilizando la delación compensada. Y como no podemos poner entre paréntesis este dato, enfrentamos la lectura atendiendo al calce, al espejeo constante entre la novela y la realidad.

Comenzamos entonces con el olfato alerta, y damos los primeros pasos guiados por el autor, que rápidamente se revela mañoso. ¿De qué oficina trata esta novela? Estos personajes forman parte de una entidad medio secreta, intangible, que opera en red, o mejor que es la red, un organismo en el que los oficinistas son agentes-engranajes, convocados y escogidos para cumplir un rol específico y concreto desconociendo el sentido final o total de la misión. Bien podría ser la oficina de Schilling.

Pero de pronto el suspenso, esa necesidad que experimentamos de saber si se trata o no de esa macabra oficina, ese prurito se convierte en otra cosa. En claustrofobia. Porque nos vamos dando cuenta de que probablemente no lo sabremos, que el autor nos ha encerrado, que esta oficina es una suerte de matrix kafkiana a la que hemos ingresado.

Porque, veámoslo, entremos al detalle: la novela comienza con la llegada del último integrante, Vergara, quien con su incorporación a la oficina, generará nuevas desconfianzas, estimulando una competencia descarnada al interior del grupo. Vergara es director o guionista, productor de televisión, creador de reallities. Un tipo conectado directamente con el poder, con familiares en el gobierno incluso. Alguien sin escrúpulos, que en sus intervenciones demuestra una sicología perversa, cínica y morbosa.

Luego está Miranda, que es psicólogo de la UC, y gracias a él, que es más viejo y proviene más bien de la academia, nos enteramos de la turbiedad con que funcionan los delirantemente burocráticos sistemas administrativos universitarios. Cómo se transan ascensos, se sepultan las carreras de los críticos que incomodan, se premian las delaciones entre pares, profesores, ayudantes o estudiantes.

El tercer integrante es Ruiz, un joven periodista que busca hacerse un espacio en ese mundo culpable y cómplice que es el periodismo. Sus habilidades para sobrevivir en ese pantano de codazos y traiciones lo convierten en un admirador y seguidor de Vergara. También el dinero y el ráting son los nuevos dioses para él.

Y está finalmente Ibarra, que es escritor, que aporta provocándonos algo parecido a la risa con la ya triste y conocida hoguera de vanidades que es la escena literaria. Por supuesto, Ibarra tiene un perfil bajo, y vive con resignación metódica su condición de escribiente, de secretario, de apuntador.

Estos 4 personajes se mueven alienados como un Sam Lowry en el Brazil de Terry Gilliam, y trabajan con denuedo y compiten por el éxito y por el aplauso del jefe, a pesar de que intuyen pero no saben a ciencia cierta cuál es el objetivo perseguido. Y cuando lo saben, no se lo cuestionan. De modo que con riguroso profesionalismo, con auténtica vocación de superación personal, se entregan a una labor cuyo norte poco importa. Pero, de nuevo ¿qué hacen en concreto, a qué se dedican estos 4 sujetos, además de pelarse mutuamente unos a otros? Y acá viene lo que decía al principio, la desconcertante respuesta. No hacen otra cosa que especular. Saben que están en la oficina y eso es suficiente, están en la matrix, en el ojo mismo del poder.
 
En esta ambigüedad desesperante, radica una de las gracias del proyecto escritural de Felipe Victoriano. Porque le da algo de humor. No diría que estamos ante una narrativa humorística, pero creo que si menciono a Marcelo Mellado como un posible autor con el cual establecer un paralelo o diálogo, estaré dando alguna pista, siempre dentro del ámbito subjetivo de estas apreciaciones, se entiende. En mi experiencia como lector, Mellado tiene una obra que desde la ironía hace una crítica a los sistemas burocráticos, donde se hace gala de una absurda verborrea y de un abigarrado lenguaje técnico propio de muchos funcionarios de los circuitos administrativos culturales. Mellado se ríe del exhibicionismo con que hablan esos seudo-intelectuales, para cubrir con nubes de conceptos sus intereses y mediocridad. Creo que Felipe Victoriano circula por una avenida similar o paralela. Porque dadas sus proveniencias profesionales, los 4 personajes hablan muy parecido. Utilizan una misma retórica, como de sociólogos o de teóricos de las comunicaciones. Es eso lo que siento vincula a Victoriano con Mellado: el uso paródico de una forma de hablar en sus personajes. Y claro, los 4 personajes de esta oficina hablan muy parecido porque no son tan distintos entre sí, y además vinieron a dar a esta matrix que los homologa aún más en su limbo, como a los integrantes de un reallity.

Todo lo cual me hizo revisar el epígrafe de Fernando Pessoa con que se abre el libro. Pensé entonces que a lo mejor al final de la novela terminarían los 4 siendo un mismo personaje. Quizás algo de eso hay, y los 4 personajes que llevan la historia no son más que heterónimos del propio Victoriano, que se ha dado maña para plantearnos su peculiar visión del Chile actual. Pensaba en eso cuando al traspasar la página 100 hallé la que me pareció ser una llave maestra:

“había comprado un libro de autoayuda que por entonces se había vuelto célebre: Cómo ser chileno y no morir en el intento: 99 recetas para sobrevivir en un país indigno. Le había costado la suma estratosférica de $35.000 pesos y al preguntarle al dependiente el por qué de tal valor, éste la había dicho que el problema era el lujo, que tener un libro es un lujo, un privilegio de aficionados, de coleccionistas, que están hechos de árboles, argumentos que en aquella oportunidad le habían parecido razonables. Sin embargo tres meses después, al pasar por fuera de otra librería, vio en el escaparate el mismo libro pero esta vez bajo el valor de $45.000 pesos. Entró e interrogó al dependiente ¿qué pasa con este libro? ¿Cómo puede tener ese precio si sólo cuenta con 85 páginas? A lo que el empleado replicó “se trata del lujo, no podemos hacer nada. Si quiera algo más módico bájelo de Internet”.

He citado en extenso por el puro placer de la risa. Lo importante para la reflexión que estaba desplegando está en el título de ese libro carísimo: Cómo ser chileno y no morir en el intento: 99 recetas para sobrevivir en un país indigno. Felipe Victoriano, en pleno uso de sus facultades como autor, recurre, como para terminar de cerrar esta claustrofóbica oficina, a una de las a estas alturas clásicas estrategias para escribir una novela. Me refiero ahora a esa meta-referencialidad, al juego de matrioskas que hace que al interior de una novela se guarden las semillas de otras más chicas, y adentro de esas, otras más. La alusión dentro de la novela a otros libros, y la inclusión de un personaje que es escritor y de otro que escribe guiones de reallities tiene precisamente ese sentido. Comprensión y sátira del oficio escritural: somos víctimas y victimarios; homicidas, cómplices y encubridores. Al final lo que hay es una reflexión profunda, una mirada sardónica al cómo sobrevivimos en este Chile, tan parecido a una joda de Tinelli. Y eso nos incluye a los que detrás de la impune cámara escondida, escribimos el libreto.

Finalmente, para no dar una impresión errónea y ya que he utilizado las figuras de Mátrix y de Brazil, cabe aclarar que en esta novela no hay futurismo ni ciencia ficción. No hay propiamente tal una distopía orwelliana porque el énfasis no está en lo tecnológico. Se trata más bien, de cómo lo tecnológico puede estar implícito en las redes humanas. En las conciencias. Se trata del Poder, con mayúsculas, porque finalmente la Oficina es un panóptico. Todo ojo, todo sujeto es una posible cámara de vigilancia. De modo que sí, cuando cierro el libro y vuelvo a esta realidad de circo y bonos, de represión y censura, de crímenes impunes y terrorismo de Estado, comprendo que sí, esta novela se trata, en una clave no tan encriptada, de La Oficina de Schilling, de las siniestras delaciones compensadas y del Chile que nos heredaron quienes hicieron de la traición y la desconfianza una norma.

Dicho todo lo anterior, no me queda más que saludar el debut de Felipe Victoriano en las letras chilenas, felicitar a Das Kapital, y agradecerles que me hayan dado el honor de venir a presentarlo. Esperemos ahora que los zombies den su veredicto.


Santiago, Mayo 23 de 2013



 

 


 

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