JOHN LENNON, EL PROLETARIADO Y LA VERDAD RELATIVA
Sobre la novela Karma instantáneo para John Lennon, de Arturo Delgado Galimberti
Por Rodolfo Ybarra
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“Cuando alguien del espectáculo participa de una manifestación política, está haciendo
algo
que se
considera un enorme sacrificio personal, e incluso, un riesgo personal”.
Richard Nixon
I
Karma Instantáneo para John Lennon (en adelante KIPJL) es la cuarta publicación del escritor y periodista Arturo Delgado Galimberti. En esta ocasión, bajo el pretexto de una ucronía deliciosa (John Lennon vive, Paul McCartney muere), nos muestra cómo hubiera evolucionado (o involucionado) el “pensamiento lennonista”, desde su posible visión socio-comunista hasta su deserción-desilusión frente a un sistema de capitalismo draconiano que ha blindado toda posibilidad de protesta estigmatizándola con el desorden, el caos y el “terrorismo”, y donde los artistas solo les queda fungir de payasos, mirar a un costado o mostrar la sonrisa de dientes perfectos frente al hambre y la miseria que asuela el mundo y el espíritu predador y antropófago de los empresauros y nuevos ricos del mundo (y donde el Beatle McCartney tiene en sus cuentas bancarias 2100 millones de dólares, libre de polvo y paja y de toda crítica).
La dupla McCartney-Lennon, la misma que se inició en la adolescencia en las épocas de The Quarry men cuando ambos pierden a sus madres (una, muere de cáncer; a la otra, la atropella una ambulancia), le sirve a Delgado Galimberti para desarrollar una historia que toma de tangente a las famosas teorías de conspiración (¿acaso no se dice que la CIA junto a Theodor Adorno estuvieron atrás de las letras de estos Fab Four?)y, también, de suplantación (McCartney habría muerto en un accidente de moto en noviembre de 1966 y habría sido reemplazado por el inefable William Campbell a partir del álbum Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band de 1967). Lo que le da un “plan de acción” al magnicidio que ocurre en Japón bajo la catana de Yukio Iwai, un personaje extraño y delirante al modo de los psicópatas o fanáticos histéricos, y, a su vez, lector de Mishima, Kawabata y Akutagawa, quien justifica su crimen diciendo que no ha matado a McCartney sino a un impostor y que, por lo tanto, ha cumplido con un acto higiénico-liberador-desprofanador en honor a la verdad maquillada e impuesta por las disqueras transnacionales y ciertos grupos interesados (entre ellos la imperio-embrutecedora y arreadora de ganado: MTV).
Quizás el personaje Yukio Iwai merece un análisis aparte. Primero, porque a través de él se filtra toda una teoría que va desde el Club Bilderberg, el príncipe Bernardo de Holanda, los tentáculos de la CIA, el FBI, el paranoico Edgard Hoover, etc., etc., hasta la crítica a una realidad impuesta por el poder imperialista y el derecho a la sublevación o “corrección” de una falsedad en donde el asesinato termina siendo una medida desesperada, casi una ofrenda, un literal seppuku. El problema está en el valor del interlocutor; es decir, al posicionarlo en un cuadro patológico se vulnera la verdad, se crea un ruido entrópico en donde no se puede reconocerla falacia, el sofisma o el paralogismo de lo verosímil (o quizás la tautología, hablando en términos lógicos); en otras palabras se crea una lógica difusa o “lógica fuzzy”, la misma que en informática se usa para otorgarle a las variables niveles de verdad casi como los grados de color entre el negro y el blanco, y en donde se puede llegar a conclusiones como “probablemente verdadero”, “posiblemente verdadero”, “posiblemente falso”, “probablemente falso”, etc. Y ocurre el sincretismo; saludable cuando de ficción se trata (no olvidamos que es una novela en que se desarrolla una ucronía), pero enfermizo cuando el lector-avisado intenta tomarse referencias para reelaborar algún concepto o intentar mantenerse a flote en un maremagnun de preceptos, conceptos o contraconceptos. Y ocurre lo mismo como cuando en la serie televisiva Dharma y Greg, Harry (el padre de una y suegro del otro) teoriza sobre la contracultura, la guerra de Vietnam, el caso Watergate o la manera como el Big Brothers espía a los ciudadanos norteamericanos, etc., etc., y en cada caso termina siendo más delirante al punto de ahorrar en un frasco de mantequilla de maní para que los grandes bancos no le roben su dinero y convirtiéndose en objeto de mofa y escarnio antes que en voz disonante o mensajero de una verdad incómoda.
II
La novela narra un tiempo en el que John Lennon ha quedado adormecido por los grandes cambios, viviendo en el tristemente célebre hotel Dakota (el mismo del aprendiz de brujo Aleister Crowley) y que después de su imposible separación con Yoko Ono, disfruta con su enamorada Halle Berry de un pasado exitoso (que lo pudo haber sido más sino fuera por la “muerte” de McCartney convertido en icono de jóvenes desclasados y parte del folcklore mediático) pero con un presente de rutina en donde la posta de los reclamos y vanguardia contracultural ha sido tomada por Michael Moore, Naomi Klein, Noam Chomsky, Edward Said, Oliver Stone, David Bowie, etc. Lennon viejo, a punto de cumplir setenta años, a las justas frecuenta a sus grandes amigosy se apresta a recibir el homenaje de sus otrora expoliadores y representados por el MTV.
La ucronía cierra el círculo cuando Lennon, después de haber entendido (o al menos eso queremos suponer) que no es ni fue líder de nada, salvo de ese cuarteto ditirámbico del puerto de Liverpool, se acerca a su final frente al mismo asesino de hace unas décadas, el mismo que lo privó de (re)vivir estos tiempos de caos financiero, apocalipsis ecológico, destrucción y estupidez mediática donde tenemos que soportar a Justin Biebers, Selenas Gómez, Rhinas, Shakiras o especímenes de zoológico aullando en los parlantes o grotescos imitadores de circo (los ridículos “yo soy” de nuestra televisión local) que se ganan la vida endosando esa única moneda acuñada en el estro de los verdaderos artistas: la autenticidad.
Apuntemos este último párrafo donde el autor alcanza el cenit del mensaje sobre los Beatles, la sociedad de consumo y sus funestas consecuencias: … John Lennon moría esa noche donde comenzaban a arreciar los piquetes y las barricadas en Nueva York, en un mundo donde los ricos se enriquecían cada vez más y los pobres eran cada vez más pobres, esa noche en que muchos ya lo comenzaban a nombrar como el más grandioso héroe de la contracultura, porque su destino parecía ser el mismo en todos los mundos y en todos los universos posibles, siempre será San John Winston Lennon, el Héroe de la Clase Trabajadora y eterno cantor de todos los losers, porque, como el propia beatle John decía, había que morir asesinado para ser un puto mártir.
Sobre la ucronía (y el trajinoso“punto jombar”) se tendría que recalcar a Vallejo y su Piedra Cansada escrita en 1937 y que se mueve dentro de la dramaturgia (leer la reseña de Rafael Inocente: http://rodolfoybarra.blogspot.com/). En poesía y con el perdón de la autoreferencia, quisiera anotar que en Construcción del Minotauro (2006) planteo la huida del Minotauro que le perdona la vida a Dédalus y a su hijo Ícaro y este a cambio le entrega las alas para que escape del laberinto eludiendo la fatalidad que le esperaba bajo la espada de Teseo y la regencia de Minos. En novela, salvo otro parecer, esta sería la primera ucronía o al menos en lo que a los Beatles se refiere.
Entre las críticas que le alcanzaría al autor puedo decir que aquí no se recrea (al menos no en el sentido en que se debiera) el juicio por parte de Paul Mcarney a sus compañeros para disolver al grupo en 1971, ni ese otro problema legal por la creación de las canciones Lennon-Macarney (o Macarney-Lennon) teniendo como albacea de los derechos del creador de ‘Imagine’ a la “arpía” y “bruja” Yoko Ono, sin la cual quizá Lennon no hubiera escrito muchas canciones, ni ejecutado ese acto de “Bed-in for Peace” en un hotel de Ámsterdam en protesta contra la guerra de Vietnam. Tampoco se habla en esta novela del Grammy que se le otorgó póstumamente a Lennon en 1991 convirtiéndolo, tour de force, en parte de lo que detestó o que en 1994 fuera elegido para entrar en el Rock and Roll Hall of Fame, que siempre será más un insulto que un premio (en todo caso le endoso la pregunta al autor: ¿Lennon viejo hubiera rechazado estos premios? O, peor aún, insistiendo en la pregunta de Moore en algún momento de la novela: -Mister Lennon, cuando usted cantaba “imagina un mundo sin posesiones”, ¿podía imaginar siquiera en su peor pesadilla un mundo como este, donde cincuenta empresarios acumulan la fortuna de la mitad del orbe? Pg. 47). En cuanto aMcCartney, hay que recordar que aparte de sus millones fue elegido en 1996 como Caballero del Imperio Británico (al igual que Mick Jagger o David Bowie, aunque este último lo rechazó), reconocimiento que aceptó genuflexo besando como marsopa la mano de la reina olvidándose para siempre de esa frase que le sirvió a los Beatles alinearse con los que ellos consideraban el “pueblo”: “Que los de atrás aplaudan y que los de adelante sacudan sus alhajas”.
III
En la pg. 108 encontramos la siguiente posible respuesta de Lennon ante la increpación del escritor-clochard sudamericano Gianneti (contracción anagramática y posible alter ego de Delgado Galimberti):
–Pero, míster Lennon –corrigió con sorpresa Gianneti–, en los años sesenta y setenta las protestas detuvieron la guerra de Vietnam.
–Esa fue una quimera, un cuento revolucionario del flower-power para ilusos –contestó John–. El Vietcong hizo más a favor del retiro de los marines que las arengas de los hippies.
El análisis de este diálogo se podría acabar citando la letra de “Revolution 9”: You say you'll change the constitution/ Well, you know/ We all want to change your head/ You tell me it's the institution/ Well, you know/ You better free you mind instead/ But if you go carrying pictures of chairman Mao/ You ain't going to make it with anyone anyhow/ Don't you know it's gonna be all right/ all right, all right/ all right, all right, all right/ all right, all right, all right. Que en una traducción rápida apunta: “Dices que cambiarás la constitución/ Bien, sabes/ A todos nos encantaría cambiar tu cabeza/ Me dices que es la institución/ Pero sabes/ Mejor libera tu mente/ Pero si vas llevando cuadros de Mao/ No vas a hacerlo con nadie de ninguna manera/ Sabes que estará bien/ Bien, bien.
Pero, creo con justicia, que este KIPJL amerita un análisis mayor, porque asociar a John Lennon a la clase trabajadora es por demás un exceso, una ilusión o una ingenuidad. Habría que recordar que el melenudo cantante de lentes redondos y su disparatada pareja, Ono, no representaban para el establishment más que dos mariguanos o dos desternillados personajes, más cerca de la locura que de la política revolucionaria o de la clase obrera. Lo irónico de todo esto es que el acercamiento de J.L. a los líderes probos y convencidos fue a través de una lucha por liberar al activista John Sinclair, quien por haberle alcanzado un cigarro de mariguana a un policía encubierto es condenado a diez años de prisión. El líder Jerry Rubin logra convencer a J.L. para que participe en un concierto por las “libertades” y de esta forma (vía el “comunismo” del hidrocannabinnol) se gesta el Lennon rebelde, el que supuestamente haría alianzas con el agitador Abbie Hoffman y el blackpanthere incendiario Bobby Seale, el mismo que decía que los conciertos de rock por la paz no valían nada sino lograban comprar un arma para defenderse de los enemigos.
J.L. no firma ninguna carta de solidaridad y/o “sujeción” ni intenta la línea del aggiornamiento con la izquierda radical, simplemente le parecían que estos “rebeldes” eran “lúcidos”, “divertidos” e “inofensivos”, tal y como afirman en una entrevista para la televisión norteamericana (y tal y como quisieran verlos los señores del establishment).
Aquí unas declaraciones extraídas del documental “The U.S. vs. John Lennon” que podrían explicar el por qué J.L. no miraba a la izquierda como si tuviera algún poder de tranformación o representara una fuerza con un poder de cambio real, sino como una institución lúdica donde las manifestaciones públicas podrían convertirse en conciertos masivos (como ocurrió en Michigan con John Sinclair o como ocurrió luego en Washington donde la gente coreaba: “démosle una oportunidad a la paz”, etc., etc.). Imaginar que Lennon podría, por algún motivo, pensar (así se trate de una ucronía) que la lucha de los vietcong hicieron más por la paz que el power-flowers es, por decir lo mínimo, un despropósito:
“Nos metíamos en el terreno del otro al igual que muchos pasan del country al pop, lo hicimos de la izquierda vanguardista a la izquierda del rock. Tratamos de encontrar un terreno que nos interesara a los dos, a ambos nos entusiasmaba y estimulaba la experiencia del otro”. J.L.
“Si soy revolucionario o somos revolucionarios, somos artistas revolucionarios, no terroristas armados. Creo en la declaración de las Panteras Negras, el programa de diez puntos, que no es violento y dice que hay que defenderse de los ataques, puedo considerar eso, pero no consideraría nada más. Sigo a favor de la paz, de una paz revolucionaria, pero, primero, soy un artista y, luego un político”. J.L.
Y claro que J.L. habla de la “paz revolucionaria” y sabemos perfectamente qué significaba eso: carteles y paneles pegados en todo el mundo con la palabra “paz”, el “embolsamiento” como protesta ante el racismo y a favor de la “igualdad”, el “encamamiento” y el dejarse crecer los cabellos hasta que llegue la paz, canciones que le canten al amor y le arrojen flores a los cañones y a las panoplias militares (casi al modo de los cátaros que peleaban desnudos y sin armas porque decían que el enemigo no existía), etc., etc. En última instancia, la paz revolucionaria para John Lennon pasaba más por el divertimento, la sorna, la adolescencia rebelde contra los padres autoritarios (¿Lacán?), el engreimiento del artista frente a la incomprensión de la crítica, etc., etc.Y se corrobora con la aseveración de Yoko Ono (la hija de un multimillonario japonés y que hubiera sido mejor cambiar por Björk que por Halle Berry): “Proveníamos de entornos muy distintos pero, al mismo tiempo nos parecíamos en que los dos éramos tremendamente rebeldes”. Y rebelde no es ser subversivo, ni conspirativo (esa palabra le sirvió a Polay Campos para atenuar su caso a nivel mediático: “¿Terrorista o Rebelde?”, dice el título de su libro).
Finalmente, la canción “Revolution 9”, la misma que había alimentado las inquinas entre John y Paul, terminó siendo usado como anuncio publicitario en 1987 por la transnacional Nike (la misma que usa niños asiáticos para coser sus zapatillas deportivas) y aunque los Beatles sobrevivientes y Yoko Ono hicieron su demanda legal, nada pudieron hacer porque, como es sabido, los derechos terminan perteneciendo a las grandes disqueras, en este caso Capitol Records. Quizás las palabras de John Fogerty, podrían resumir la indignación que este hecho causó en sus seguidores: “yo fui una de esas personas que reaccionó violentamente cuando vi el anuncio de Nike; estaba en un hotel y me subía por las paredes estaba muy cabreado, aquello me volvía loco porque cuando John la compuso no lo hacía por dinero y utilizarlo para algo comercial....me puso de mala leche”.
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De todas formas, KIPJ, narrada con notable solvencia, alcanza sus mejores logros cuando el autor se aleja de la euforia del fan y logra enrumbar la historia a través de personajes controversiales de la literatura clásica, como el mismo Yukio Iwai o el escritor sudamericano Gianneti, que finalmente conmina a Lennon a tomar posición en la lucha contra el poder y sumarse a la masa de protestantes; o quizás, el extrotkista Tariq Ali, quien vuelve del pasado conspirativo para tratar de poner las cosas en su lugar o el periodista Richard Lear del Daily Mail quien en todo el capítulo “Look at me” (“mírame”, “mira hacia mí”) logra una entrevista tan bien lograda que uno termina aceptando una realidad paralela o dudando no del texto sino de los hechos: El periodista británico no daba crédito a las teorías de Iwai. ¿Por qué un raciocinio podía estar tan trasvasado de locura, por qué un argumento podía parecer convincente sin serlo en absoluto?, se preguntaba interiormente. ¿Existía la verdad o cada ser parapetado en sus realidades virtuales construía sus propias verdades a la medida de su falta de entereza o su falta de humildad? ¿No fue el sofista Gorgias quien negó la existencia de realidad alguna y quien al mismo tiempo afirmó que de existir una realidad, esta sería impensable? pg. 77-78
A toda esa jerarquía ontológica de “árbol de Porfirio” con pinceladas de filosofía de Gorgias (“nada existe; si algo existe, no puede ser conocido; si algo existe y puede ser conocido, no puede ser comunicado”), hay que sumar el dominio idiomático con raptos poéticos y con reminiscencias de la mejor novela japonesa, y, cómo no, la pulcra edición de Mesa Redonda. Con todo ello, KIPJL termina siendo un libro necesario en todas las bibliotecas de novelas-rock e imprescindible para todos los beatlesmaníacos.