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Rubén Jacob: Ese
poeta misterioso
Nicolás
Campos Farfán
Valparaíso, Junio del 2005
*
Sé,
por medio de la primera edición de su The Boston Evening Transcript
y por un par de artículos, los únicos que sobre él he hallado,
que es un poeta que ha optado por el silencio, pero que a pesar de esa probable
automarginación es reconocido por sus pares como el auténtico poeta
que es. Sé, también,
que el también autor de Llave de sol es abogado, que es experto
en poesía inglesa y que es un viajero sedentario que lleva más de
cuarenta años afincado en Quilpué, dedicado, como señala
la contratapa del Boston, al noble ejercicio del oficio de leer.
Leyéndolo, se desprende que es un lector y un melómano excelso.
Aparte de estas pinceladas, tan vagas como para dimensionar bien a alguien, no
sé nada más de Rubén Jacob.
*
Tres
o cuatro años atrás, cuando mi amigo el poeta Felipe Alfonso me
dio a conocer a Jacob, fuera del hecho de convertirme en un fascinado por su lectura,
descubrí para mí un fetiche perfecto, justo a la medida que entonces
necesitaba. Averigüé los escasos datos que reseñé recién,
y, esa falta de información, sumada al velo de extrañeza que gira
alrededor de su The Boston Evening Transcript, hizo que, desde entonces
hasta ahora, pensara mucho en él. Un poeta sombra. Un poeta que parece
haber hecho suyo como lema el precepto de Borges -a quien él mismo tributa-
que dice que "somos los libros que nos hacen mejores", y que edifica
su yo con sus lecturas. Porque así como el Boston, Jacob
mismo es misterioso. No ofrece ningún retazo de su intimidad. Y si lo hace,
lo hace tan solapadamente que no lo advertimos. Se diría que lo hace casi
con pudor, como en un pasaje del poema en el que se topa con sus padres. Al menos
las pocas insinuaciones que hace sobre su vida las fue descubriendo en la medida
que lo iba releyendo. A primeras, es difícil imaginarlo en alguna otra
cosa distinta a la lectura. A primeras, el Jacob que se imagina uno se parece
a un Frankenstein, construido con pedazos de los personajes literarios e históricos
que se pasean por el Boston: pedazos de Amiel, de Eliot, de Nicomedes Guzmán,
de los héroes de la batalla de La Concepción, de los jugadores de
la selección uruguaya de fútbol que derrotó a Brasil en la
final del mundial del 50 (la gesta del "Maracanazo"), de La Rochefoucauld,
de Kant, de los personajes de Beckett, de Jarry… y así.
*
Escrito
en 1993 (dato irrelevante para una obra que intenta hacerle el quite a la historia
entendida como temporalidad lineal, que discurre en un tiempo fantasma), The
Boston Evening Transcript está estructurado como si fuera una obra
musical, a partir de veinticuatro variaciones del poema de T.S. Eliot que le da
el nombre al libro (aparece en Prufrock y otras observaciones), y una coda,
basada en El Aleph, de Borges, a manera de grand finale. La parte inicial
del libro consiste en el deambular despacioso de un narrador a través de
un poema, el de Eliot, el cual es reescrito varias veces por este narrador, acaso
Jacob mismo. Y el poema, un poco a la manera del verso de Vallejo aquel sobre
"el traje que vestí mañana", queda convertido en esa calle
irreal y sin tiempo, donde no hay antes ni después. Y esa calle se muestra
como el aleph borgiano, es decir como un portal mediante el cual Jacob, llevando
bajo el brazo el mismo vespertino que Eliot en su poema, transita y se cruza con
sus fantasmas, en su mayoría escritores. El poema, si quiere, es comparable
con el periplo que describe Bolaño en Un paseo por la literatura,
pero mucho mejor.
*
He
visto solamente una fotografía suya, en uno de esos artículos recién
mencionados, y no desmerece la imagen que se forma uno con sus lecturas; la de
un hombre de unos cincuenta o sesenta años, de barba, con anteojos de marco
grueso y un traje oscuro cuyo corte, sumado al hecho de que la fotografía
es en blanco y negro, refuerza el aire de atemporalidad o anacronismo de su personaje.
Una vez, incluso, me parece haberlo reconocido, paseándome cerca del edificio
de los tribunales en la calle Tomás Ramos, en Valparaíso. Pero no
le hablé, preferí no hacerlo. "Hay metáforas que son
más reales que la gente que vive en la calle", decía Pessoa.
Y así, en una cuerda parecida, supongo que preferí quedarme con
el Jacob de los libros. Aunque tampoco mentiría si dijera que no me atreví
a acercarme.
*
Finaliza
el carnaval (un carnaval más bien taciturno, que quizá se llamaría
"La decadencia de Occidente", al igual que el libro de Spengler, que
Jacob también parafrasea) y se clausura con la coda de El Aleph.
Y es entonces, al asumir la conexión Borges-Eliot, cuando esos paseos por
los recovecos de la historia de lo que pudo haber sido toman mayor coherencia
y fuerza. Incluso podríamos elaborar algunas hipótesis. Como la
del escritor que se quedó dormido leyendo a Eliot; o la de un Jacob que
ha descubierto su propio aleph entre los versos del mismo poema, y etc. Podríamos
continuar con otras, como la sospecha, algo delirante, de que el Boston
es una especie de puzzle con pistas para descifrar a Jacob, una especie de autobiografía
inconsciente. Aunque lo cierto es que estamos ante un libro de poesía del
homenaje, del tributo. Y esto podría hacer que varios se inclinen por opinar
que se trata de una apuesta menor -cosa que bajo cierta luz es verdad, para qué
negarlo-, ese uso de la literatura como velo o máscara. Pero más
cierto aun es que un gran libro, un libro de esos que reafirman en uno el cariño
por la literatura, por los gestos literarios que acarreamos, a veces como idiotas
y otras como algo peor que eso. Un libro de una poesía alta y pulcra, obra
de un autor culto, poseedor de un manejo envidiable de su arte.
(Sus
obras, The Boston Evening Transcript y Llave de sol -donde el tributo es
a la música docta-, se han reeditado el año pasado, por la editorial
de la librería Altazor, de Viña del Mar.)