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DECLARACIÓN
JURADA
Poesía de Rodrigo Lira.
El
grado cero de la escritura
Por
Camilo Marks
Revista de Libros de El Mercurio,
Domingo 15 de Octubre de 2006
Rodrigo
Lira no es un mito más de la literatura chilena, sino la figura arquetípica
que reúne, en su vida y creaciones, todo el potencial de extravío,
perdición, descarriamiento de una vocación llevada a sus últimas
consecuencias, en el límite extremo de la ruptura con el lenguaje. Aunque
en el Proyecto de obras completas (2003) Roberto Merino exprese que "la
¡dea es enfocarse a la obra, más
que al personaje, para contrarrestar esa mitologización del poeta maldito..."
pues "Lira no era el desesperado canónico, ni el poeta destruido por
sus vicios que se enfrentaba a la sociedad que no lo comprende", resulta
imposible separar a la persona de sus textos. Y tal como sucede con otros ejemplos
de posibilidades malogradas —Teófilo Cid, Stella Díaz Varín,
Rolando Cárdenas—, Lira, cuya escasa producción recibe descomunales
hermenéuticas —"la más radical de las continuaciones tanto
de la antipoesía parriana como..." del trabajo "metapoético
e intertextual de Lihn"—, se niega a la crítica divorciada del ser
humano que fue.
En ninguno de sus títulos esto es tan evidente como
en Declaración jurada. Quizá en la primera infancia el escritor
comenzó a drogarse con sus propias fantasías, a contarse historias
a sí mismo. El aislamiento, sobre todo en instituciones psiquiátricas,
la inactividad, el silencio, amenazan las fronteras del yo, tienden a borrar esa
línea oscilante entre la propia identidad y sus contornos físicos.
Si nuestro ego se fortalece mediante la comunicación o la convivencia,
su disolución es ineludible ante la soledad prolongada. Bajo una situación
semejante, la mayoría de la gente se zambulle en ensoñaciones descontroladas,
hasta el punto en que no pueden distinguir la fantasía de la realidad,
la imaginación de sus invenciones. El artista, estigmatizado en cuanto
excéntrico fabulador, paradójicamente triunfa sobre los demás
gracias a sus conversaciones solitarias, al dirigirlas y no ser manipulado por
ellas. Esta potestad deriva en el señorial arbitrio del autor, quien es
libre de hacer lo que quiere con las palabras: "... afirmé al Señor
Comandante de la Patrulla de la Comisión Civil esa que era yo. Él
realmente creyó que era yo, aunque lo que le dije fue que si quería
que alguien le dijera 'era yo', yo se lo decía, pero el problema era que
no soy bueno como mentiroso". Este fragmento ilustra poco el clima delirante,
la escritura sincopada de un documento que se supone oficial, las ráfagas
de sinsentido lírico acompañadas por datos triviales, lacónicos,
absurdos, a veces estúpidos, que, al presentarse en forma tan concreta,
se traducen en fantasmagorías, espectrales visiones de la cotidianidad:
"si bien mis botas eran similares a las de las FF. AA., las había
comprado en Argentina"; "hice lo mismo, pero en dirección Nor-noreste";
"cruzando Avenida Grecia en diagonal".
Si en Declaración
jurada Lira se refiere al menos a un episodio de intercambio de marihuana,
en "Curriculum vitae", "Carta al director de Artes y Letras"
y "CARTA relativamente ABIERTA al Señor Raúl Zurita",
las advertencias, solicitudes, aclaraciones adquieren un tono alucinatorio y desternillante:
si no se le acepta como redactor, quiere ser modelo, guía de
turismo, jardinero, decorador de exteriores. En la misiva a El Mercurio corrige
nombres, enumera lugares, felicita al "Sr. La Fourcade". El último
mensaje convoca al "prof. Lihn", "al Electorat", a "el
Polhammer", "el Jolly", "el Toño Gil", "el
Bertoni... quien obtuvo el tercer lugar en el c/curso de la bicicleta".
Sin
duda, "Grecia 907, 1975", único poema del volumen, es la pieza
más escalofriante de cuantas concibió Lira. El quiebre, el cuestionamiento
y burla hacia los círculos consagrados, la marginalidad de los años
70, cobran una siniestra fuerza, prediciendo su propia muerte: "De repente/
no voy a aguantar más y emitiré un alarido/ un alarido largo de
varias horas/—previamente habrá que tomar precauciones—/ habré electrificado
mi balcón/ cerrado la puerta con llaves.../ (se me olvidaba que he de instalar
una reja/ en la ventana del baño)". Declaración jurada,
pese a su carácter intensamente estrafalario, nos sirve para tener en claro,
en cierta medida, quién era Rodrigo Lira.
DECLARACIÓN
JURADA
Poesía de Rodrigo Lira.
Ediciones Universidad Diego Portales,
Santiago, 2006, 97 páginas.