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PROYECTO DE EVALUACIÓN DE RODRIGO LIRA: OBRAS COMPLETAS
Por Carlos Iturra
Diario La Nación, 6 de septiembre de 1985
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"Proyecto de obras completas" de Rodrigo Lira, coedición Minga-Camaleón, es un volumen notable a lo menos por dos razones. Por su contenido, primero, y luego por la forma en que vio la luz. Rodrigo Lira se suicidó en 1981, a los 32 años de edad, sin haber editado él sus poemas, dejándolos en innumerables manuscritos y originales que sus compañeros de generación y sus padres ordenaron y editaron. El prólogo, que pertenece a Enrique Lihn, señala estas circunstancias y traza algunos rasgos de la figura del poeta, a la vez que intenta algunas aproximaciones críticas a su obra; creo que tiene más suerte en la primero que en lo segundo.
No recuerdo haber visto a Rodrigo más de dos veces; bien pudo ser una sola. Fue en el Alero de los De Ramón, hará cinco años quizá; alguien nos presentó y me temo que no nos caímos nada de bien. Como queda claro en el prólogo de Lihn, no era Rodrigo una persona de trato demasiado fácil; al contrario, había en él una forma de aspereza que me pareció, cuando lo conocí, deliberada y cultivada. La circunstancia de que se quitara la vida hace cambiar completamente la luz con que deben observarse o recordarse estos hechos, revestidos por lo irreversible de una gravedad que era imposible reconocerles antes.
Arriesgo la teoría de que la obra de Lira es importante; no soy el primero en pensarlo, desde luego, y ahí están ante todo los editores del libro, aunque supongo tener otras razones; habría que darle varias, muchas, vueltas al asunto antes de llegar a convicciones definitivas, si las hay, respecto de su valor final, pero es a primera lectura que resalta una extraña fuerza de estos poemas, una consistencia que no se parece a otras, que lleva el sello personal de su creador. Partiendo en otro sentido, podría decir que más allá del valor exacto y del sitio preciso que al fin de cuentas debe asignarse a Lira en la poesía chilena, la suya es una obra independiente, autónoma, producto de un espíritu identificado perfectamente, individualizado con características inconfundibles entre la masa de poetas más o menos parecidos entre sí que siempre ha hecho telón de fondo para las figuras que tienen algo distinto que decir.
Lihn, de acuerdo a una de las obsesiones interpretativas que le corroen el cerebro actualmente a muchos escritores, quiere ver en el incesante juego verbal de los poemas de Lira un camino para burlar la censura, o algo así. Una afirmación semejante carece del menor afán por ser inexpugnable, evidentemente; se la puede atacar desde todos los ángulos. En un sentido lato, cualquier escritura verdadera, o con pretensiones, para decirlo frívolamente, se propone vencer la censura: la más drástica de todas, que es la ejercida por el lector. Si bien el lector -ideal talvez- toma un libro y lo abre y lee en la esperanza de que le diga cosas a la vez entretenidas y sabias, encontrándose, en este sentido, en una actitud pasiva, o receptiva, por otro lado está vigilante, justamente para no aceptar lo que no sea
entretenido o sabio. Los grandes autores están venciendo permanentemente la censura de sus lectores v no hay metáfora que no cuente entre sus finalidades la de lograr deslizarse
entre los barrotes de la crítica que le opone el lector para llegar hasta los centros de la
comprensión y del goce estético de manera persuasiva. Una obra literaria es siempre una metáfora toda ella, un símbolo, una cosa que siendo ella misma, exactamente ella, dice otra,
mejor o más grande o sólo distinta. Y lo dice mejor de lo que lo dice esa otra cosa representada. Con palabras de Schopenhauer, "el artista parece decir a la naturaleza "esto es lo que tu querías decir", y el inteligente repite "sí, eso era".
Afirmar que tal o cual obra literaria utiliza en abundancia recursos poéticos porque quiere burlar la censura, es hacer una afirmación medio insustancial. Y lo es todavía más cuando, como yo lo veo en el caso de Rodrigo Lira, la censura entendida restrictivamente -no la del lector, sino la política, que es la aludida por Lihn- no se ve jugando un papel esencial en ningún verso. Veamos: se trata de acotar de manera crítica, o a través de la crítica, el real alcance y significado de la poesía de Lira, que entre sus notas dominantes tiene la ya señalada de un manejo lúdico del lenguaje. Ese permanente jugar con las palabras tiene demasiada relevancia en las 125 páginas del libro, es parte esencial del estilo que se observa en ellas a un grado tal, que no puede empequeñecérselo al punto de atribuirlo al deseo de evadir una censura que, por lo demás, no se ve de que forma habría afectado a un poeta inédito y casi desesperadamente inédito. Por último tampoco se ve que Lira tenga un mayor interés por tratar en su poesía temas de los que podrían ser objeto de reparos en la perspectiva de una censura política.
No. Hay otra razón de fondo, sin duda, para explicar esa manera como de malabarista con que Lira se relaciona con el lenguaje. Y seguro que tampoco yo acertaré con ella. Pero me siento cerca de algo mucho más próximo a las inmediaciones de los suburbios de una de las ciudades vecinas a la capital de Rodrigo Lira pensando en la palabra escepticismo. El inalcanzable amor y la muerte que no cesa y que viene, son las únicas facetas de la vida con existencia real en esta poesía. Sólo en estos puntos la poesía de Lira tiene sangre. Todo lo demás, incluida la propia poesía, es objeto constante de tomadura de pelo, de ironía, de sarcasmo, de ridículo; salvo que el amor falta y que sobra la muerte, todo el resto es dudoso y risible, y también eso es dudoso y risible, amargamente; pero es de veras real. El nombre de cualquier cosa puede ser, así, cualquier nombre, cualquier variación de su propio nombre, el nombre opuesto o anónima. No desconozco que Lira paga tributo a las ideas y lugares comunes de su tiempo, a varios, digamos, y que de ello derivan sus preferencias a tomarle el pelo a ciertas cosas más que a otras; no desconozco tampoco cuanta razón tiene Lihn al sostener que de pronto son excesivas las verborreizantes estrofas y sobrecargados de palabras y más palabras los largos versos. Pero a pesar de estos dos defectos o vacíos, el
segundo de los cuales podría explicarse en buena medida por no haber hecho Lira un pulimento final previo a la publicación, defectos o vacíos que posiblemente afecten la
consistencia de esta obra, se encuentra en ella una exasperación personal, distinta, fuerte, ante algunas de las atroces condicionantes de la existencia; un escepticismo arrebatado, sin respetos ni compromisos, ante las recetas dadas para enfrentarlo, y una particular ampliación de los márgenes formales en que se mueve la poesía chilena, emparentable con Huidobro, todo lo cual representa una figura diferente en el espectro de los poetas de este país, hace un diseño reconocible entre los otros, agrega un dibujo al conjunto de dibujos, y queda a la espera de la paulatina evaluación de los años y los decenios; los hombres actuales no nos atrevemos a prever futuros mucho más allá.