Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Rosabetty
Muñoz | Autores |
El camino hacia la Santidad
"La
Santa. Historia de su elevación" de Rosabetty Muñoz
LOM Ediciones, 1998
Por
Amelia Moreno
Revista Villaletras, Primavera
del 2006
Department
of Classical and Modern Languages and Literatures
Villanova University
“Dios manifiesta
a los hombres en forma viva su presencia y su rostro,
en la vida de aquellos, hombres como nosotros,
que con mayor perfección se transforman en la imagen de Cristo.”
(cf. 2 Cor., 3,18). - Concilio Vaticano II en Lumen Gentium 50.
En el transcurso de la vida tanto hombres como mujeres nos hemos
hecho las preguntas ¿quién soy? ¿hacia dónde
voy? A través de los años les hemos dado contestación
una y otra vez, sin responder jamás completamente. La psicología
establece que la identidad es una necesidad básica del ser
humano. De acuerdo al Dr. Erich Fromm, la identidad se construye por
la suma de tres factores; el afectivo (los sentimientos), el cognitivo
(la conciencia de uno mismo
y del otro como personas diferentes) y el activo (la capacidad del
ser humano para ‘tomar decisiones’ haciendo uso de su libertad y voluntad).
Por lo tanto, es posible afirmar, que la identidad tiene que ver con
nuestra historia de vida, compelida a su vez por el concepto del mundo
que poseemos y la ideología que predomina en la época
y lugar donde vivimos. En cuanto al destino, éste no podría
dejar de estar influido por la identidad. El destino es llanamente
toda la vida.
Con esta reflexión como marco de referencia, me dispongo a
iniciar con el propósito de este ensayo: el análisis
de un bellísimo poemario de la chilena Rosabetty Muñoz,
titulado La Santa. Historia de su elevación. De acuerdo
a lo que su autora ha expresado en alguna entrevista; las costumbres
y ritos del lugar donde habita están estrechamente vinculadas
a su obra poética. Rosabetty ha habitado casi desde siempre
en Ancud, Chiloé. “Percibo mi trabajo como un proyecto circular
en cuyo centro está Chiloé, . . allí se sigue
un camino peligrosamente replegado en la historia y en la tradición,
resaltando sus rasgos más proclives al anquilosamiento.” (González,
1999).
El libro está constituido por 46 poemas breves, divididos
en cuatro secciones denominadas: “Primera Estación” (con 14
poemas), “Segunda Estación” (con 15 poemas), “Tercera Estación”
(con 12 poemas) y “Finales” (con 4 poemas).
Todos los textos están compuestos de versos cortos, que lejos
de ofrecer una imagen limitada, son capaces de explotar hacia adentro,
expandiendo su poder.
En su portada color morado, destaca la escultura policromada de
una “Santa”. Se trata de una pieza maltrecha similar a las resguardadas
en capillas y templos de toda América Latina. Sus ojos excesivamente
abiertos, inmovilizan al espectador. Esa mirada, vigorizada por cejas
arqueadas es un reflejo de un alma situada en el más allá,
que penetra lo incorpóreo, condensándose en lo sublime.
La frente es amplia y alta, simbolizando la fuerza del espíritu
y la sabiduría. La boca pequeña, fina y cerrada, responde
a un dibujo muy geométrico que le niega toda sensualidad. Su
aspiración es la contemplación, de forma tal, que exige
silencio y el cuerpo ya no necesita de alimento. Por el estado en
que se encuentra, conjeturo que está deteriorada por el tiempo,
la humedad, el humo de los cirios, el incesante manoseo de los fieles
y muy especialmente por la apatía de aquellos que dicen venerarla.
El nombre de cada capítulo o sección como “Estación”
es muy revelador, porque anticipa la conexión del poemario
con el de las etapas que se consideran en la Iglesia católica
para llegar a la santidad. (El concilio Vaticano II ha proclamado
con fuerza el llamamiento universal a la santidad para todos los hombres,
sin excepción). Observo entonces, que el color violáceo
de la portada, tiene también un vínculo con el significado
del recorrido hacia la santidad y el de la cuaresma; “la preparación
(a través de la penitencia y el ayuno) para algo bueno que
se aproxima”.
Esta visión de sacrificio, retomando el concepto de identidad,
no le es ajena a la autora. Rosabetty Muñoz, proviene de una
familia profundamente católica que vivió desde niña
los ritos de la iglesia, incluidos entre ellos, el culto hacia los
santos. De la cultura cristiano-católica aprendió que
el sufrimiento es una vía válida (y muchas veces alentada)
para conseguir la purificación y expiación de los pecados.
En este libro, la religiosidad es la materia que lo impregna todo.
Está presente en la forma de entender e interactuar con la
pareja, con los hijos, con la sociedad y particularmente en la relación
con la muerte. Todo siempre a través de la mirada y experiencia
de la protagonista femenina. Al respecto Rosabetty explica; “Las condiciones
de ‘mujer’ y ‘chilota’ son imprescindibles en mi trabajo poético.
Escribo desde lo que soy, marcada por una clase social, un determinado
tiempo histórico, una suma de experiencias vitales . . ” (González,
1999).
Viviendo en el sur de Chile, en un terruño aislado geográficamente
del resto del país, la poetisa, ha tenido el tiempo para observar
y cultivar las relaciones personales; el tiempo para absorber el lenguaje
propio de la localidad, con sus términos, frases y figuras
únicas. El poemario es un reflejo bien logrado de estas experiencias
de vida, posee una gran riqueza lírica donde abundan las metáforas,
las personificaciones y las alegorías.
No es causal entonces, que Rosabetty haya elegido la frase «La
preferencia d’él era pegarme pa’las Pascuas y los dieciochos»,
como la oración de apertura a la “Primera Estación”
de su libro. En esta locución, condensa y presenta al lector
un claro panorama del origen y circunstancias de la protagonista del
poemario: revela su identidad. Se trata de una mujer víctima
de abuso físico, de condición pobre y que ve con horror
la aproximación de los días de fiesta y de guardar.
Esta frase enmarca la idea de santidad que se irá develando
y afirmando en el libro, ante los ojos de una sociedad que es indiferente
al sufrimiento ajeno.
La “Primera Estación” describe el dolor al que es sometida
la protagonista y nos revela su condición como madre. «La
santa ardió por los costados / se trataba del cigarro de un
cliente» (9) «Hace tiempo mis hijos / sufrían de
hambre» (11). Con un lenguaje sencillo pero no carente de
hondura, Rosabetty muestra y se deja traspasar por ‘otras voces’.
Su poesía sirve como instrumento de denuncia y al mismo tiempo
de justificación a las acciones que los seres marginados se
ven obligados a realizar. Esta cruda realidad retrata un dolor que
no sólo es emocional sino físico. «Todos enfermos
/ Todos abandonados / Todos amorosamente muertos» (13) «Todos
amarraron la cuerda / alrededor de la viga / y acomodaron el cuello
paterno» (31).
El lector se enfrenta a un doble espejo; por un lado se refleja
el espíritu religioso que promueve la oración y el sacrificio;
y por el otro, el vicio y la corrupción de la sociedad en que
vivimos. «Esto es un castigo de Dios / -le susurra a los
niños/ agazapada debajo de la mesa- /Recen agachen la cabeza»
(21). La autora consigue con gran pericia dibujar imágenes
que sacuden y ofenden al lector, hasta que se cae en la cuenta que
lo que ofende no son las palabras, sino las situaciones similares
a las descritas, que la mayoría aceptamos con indiferencia.
Lo soez está allí para llamar la atención hacia
la ira y la culpa que reprimen continuamente las víctimas de
opresión. Rosabetty logra penetrar en las zonas misteriosas
de la conciencia del lector, zonas peligrosas pero intensamente vitales.
Una de ellas, indudablemente es la culpa. Ese conflicto personal del
que es difícil sustraerse, porque se encuentra profundamente
entrelazado a la experiencia de vida de cada uno.
La culpa, desafortunadamente, también forma parte de la cultura
cristiano-católica. «La culpa. La culpa/Nos enseñan
a hervir en su caldo/Nos oprime el pecho» (27) La culpa
que no es una manera natural de comportarse, sino una reacción
emocional aprendida, ha sido utilizada por la sociedad y por la iglesia
como medio de control. «Imperdonable lo sucia /que me han
dejado/ Cómo me presentaré ahora /Mi pureza en tela
de juicio» (17). El creyente ha sido muy bien instruido
en las acciones que debe emprender cuando siente culpa moral; sabe
que es necesario arrepentirse y cumplir con una penitencia (sacrificio)
para alcanzar nuevamente la gracia de Dios.
Este es en mi opinión, el punto medular del poemario de Rosabetty
Muñoz: todo el proceso que conlleva el irse despojando de lo
humano para ascender a lo divino. Los textos de La Santa son
un esfuerzo por elevar al rango de superioridad espiritual el sufrimiento:
el recorrido del camino hacia la Santidad.
Me parece importante señalar, que el libro adquiere un acercamiento
a la religiosidad que es contradictorio y complejo. Por un lado se
describe la condición horrible de la mujer y las causas de
su tragedia, pero al mismo tiempo se transmite la idea, de que son
estas mismas circunstancias, las que verso a verso la revisten de
santidad. Una santidad lograda por medios no tradicionales, ya que
lejos de haberse ido ‘ganando’ se ha ido ‘sufriendo’.
Como indiqué con anterioridad, el poemario esta dividido
en secciones que equivalen a las etapas para ascender a los altares.
De tal forma, que el libro no puede leerse parcialmente, porque cada
poema forma parte del todo y es así como cada fragmento logra
su significación máxima. La “Primera Estación”
corresponde a la etapa de la confirmación de las virtudes heroicas
de la protagonista, las mismas que la postulan como candidata a sierva
de Dios. La ironía recae en que las “virtudes heroicas” son
los sufrimientos y las vejaciones que ahora la poeta vuelve contra
el lector para denunciar la marginalidad de esos seres.
En la “Segunda Estación” el camino hacia la santidad conduce
a la protagonista a su elevación; se va despojando de sí
misma y se transforma (o por lo menos así parece) en todo lo
bella que nunca fue en vida. «Despojada de sí /cerúleo
el rostro/ transformada y bella» (37) El trato hacia ella
en Caucahué ha cambiado, «viaja sobre los hombros/
y le agitan pañuelos blancos» (45). . .un momento,
una ojeada más profunda nos revela la indiferencia de la pura
y triste realidad: «bajo las ropas sagradas/ los velos se
pudren/ y la madera astillada/ se consume» (45).
Estas discordancias forman parte de otra de las características
más sobresalientes de este libro: la práctica de la
desmitificación; es decir, el proceso crítico de desenmascaramiento.
Este libro, eminentemente poético, hace uso del vigor del lirismo
para exponer a la cultura de nuestro tiempo como una cultura basada
en la simulación y en la disimulación.
En el caso particular de los católicos, los mitos están
compuestos por los símbolos, por las imágenes y por
las narraciones míticas. “Los santos” son imágenes importantísimas
que tienen la función de servir como medio de comunicación
e intercambio con Dios (por ello se les venera y se les pide favores),
¿entonces, por qué La Santa de este poemario está
hecha de madera podrida y de interiores de alambre? Porque Rosabetty
Muñoz opta por la presentación de la verdad. Su poesía
de algún modo “es un espacio de resistencia en un tiempo de
vertiginosa superficialidad” (González, 1999), pero al mismo
tiempo, es la búsqueda de las claves que permitan la justificación
de aquellos seres que viven en estos tiempos enajenantes.
La “Segunda Estación” corresponde a la etapa de la beatificación,
«La santa explota en dádivas/ el día de su
consagración definitiva /henchida de gozo /le brotan dones
/se deshace en amor» (47). En el camino hacia la santidad
es importante recordar que conforme el alma va alejándose del
pecado y sus peligros, crece también su cercanía e intimidad
con Dios; o mejor aún, es un progresivo enamoramiento del Señor
el que la purifica y afianza en sus disposiciones. Debe empezar así
una auténtica vida de oración, de trato personal con
Dios.
En este sentido, la poesía de Rosabetty Muñoz en este
libro, es una oración constante por alcanzar esa estatura:
una comunicación trascendente con el otro que es parte de Dios,
con un sentido pleno de la existencia que lleva también a la
idea de lo divino. Es una búsqueda por ver no lo superficial,
sino lo esencial.
En los versos donde el hablante es La Santa, la oración
se presenta como un reconocimiento de sus límites y de su dependencia.
Sin embargo, no podemos apegarnos a esta única imagen, porque
Rosabetty no excluye la presentación de la figura del dolor;
el dolor de saber que por más que La Santa esté ahí
presente en la cultura y en la tradición, la fe ya no es la
columna vertebral que la sostiene. El apego al escaparate de las tradiciones
tiene un efecto más potente que el de la Santa por sí
misma. «la santa a bocaradas expulsaba/ el humor del cambio./
La pesadez del siglo revolviéndose/en las profundidades / de
su atormentado continente» (65).
La “Tercera estación” se abre con la siguiente directriz
«Goza ahora de tu divino Esposo y a solas con Él recibe
a manos llenas La Delicia.» Esta etapa corresponde a la
canonización. Se consuma la elevación de la Santa. Se
abandona en aquel que considera su creador y dueño «Siento
hastío /por todo lo que no es El» (79).
Mediante la canonización se concede a la santa el culto público
en la iglesia, se le asigna un día de fiesta y se le pueden
dedicar iglesias y santuarios. Sus reliquias se conservan para el
beneplácito de sus seguidores. «Sus falanges en minúsculas
/cajas de cristal. /Una hebra de pelo /el raspado del fémur.»
(91)
En esta sección destacan los elementos plásticos,
pareciera como si se estuviera “viendo” la ascensión de la
Santa. «La santa se desprende del abrazo/ sin mácula/
Descuelga su trenza /nuca despejada /Oh maravilla /Sostener el éxtasis
/sin la circunstancia pedestre» (77).
Una vez más, se intenta humanizar (como en todo el libro,)
la idea de la santidad; Rosabetty tiene un deseo tenaz de que el dolor,
el envilecimiento y el profundo sufrimiento no pasen a ser algo completamente
inútil. «La corona que ceñía su cabeza/
era una tira de plata/ con tres órdenes de púas./ Y
ella disimulaba con velo y toca su placer» (75).
La desolación se revela como parte del entrenamiento necesario
en la vida para volvernos obedientes, para ser purificados y para
aceptar la Voluntad de Dios. «El vendaval fue ahora viento
huracanado / de raíz salían los árboles del colchón
terrestre. » (65).
Considerando este poemario de algún modo narrativo, observo
que en la medida en que la voz conductora de la “historia” reflexiona
sobra la identidad de la protagonista, indaga también sobre
el conflicto entre su “yo físico” circunscrito al “aquí”
y al “ahora” y su otro “yo social” que refleja las percepciones que
de ella tienen los demás. Por lo que “el rescate” de este ser
perdido sólo puede ser logrado a través de la elevación.
«Aseguran que es Amada. /Reina de un territorio que transita.
/-Huye- dirán otros.» (87).
La última sección denominada “Finales”, es la que
corresponde más visiblemente a la desmitificación, al
desenmascaramiento. «Al tacto la madera se desprende /en
parte enverdecida/ por hongos y plantas. Sus interiores de alambre
/expuestos a la tristeza» (101). Al analizar el poemario,
llama la atención el empleo de los verbos. A excepción
de los “Finales”, la mayor parte se construye en el pasado. Esto contribuye
a proyectar hacia el presente la situación actual de La Santa.
En esta “Estación,” Rosabetty expone el desinterés
generalizado en la ‘restauración’ de los signos que dan marco
a los valores tradicionales como la muestra tangible de que el paradigma
dominante en nuestro tiempo, es la prosperidad individual. Esta se
erige como el único horizonte creíble para alcanzar
la felicidad. Una felicidad que sólo se obtiene a través
de la autosuficiencia y el bienestar individual en materia económica.
La identidad histórica, la pertenencia familiar y las tradiciones
son vistas como mero atavismo ancestral que impide la realización
personal. «Aquí ya no sirve la esperanza. /Le dicen
abandono /a esta similitud con la nada /que nos rodea repentinamente»
(95).
La indiferencia, es el alejamiento que se refleja en una abstención
sin debate. «La santa de vocación silente /clausurados
ojos y boca/ de manos cruzadas/ tras la espalda» (97). Rosabetty
lo reproduce como el distanciamiento o pérdida de percepción
de la coherencia simbólica entre las representaciones y las
prácticas religiosas.
Sin embargo, en el último verso la poeta refuerza la esperanza
al sugerir que este alejamiento no es radical y que no interrumpe
necesariamente la búsqueda de una vida espiritual. «Y
los restauradores se arrodillan /superados por la imagen /que creyeron
perdida /y volvieron a encontrar.» (101). Las imágenes
del poemario, que representan a la sociedad del hedonismo, son las
que ahora sirven de motor para que el lector se replantee las preguntas
eternas: ¿quién soy? ¿hacia dónde voy?
Conclusión
La Santa. Historia de su elevación es un poemario
que se fundamenta en la fuerza de las imágenes que presenta.
Sus versos son herramienta tanto de oración como de denuncia.
Rosabetty Muñoz demuestra una gran capacidad para alcanzar
una simultaneidad entre el nivel expresivo, la sintaxis y el contenido
semántico. La fuerza y sinceridad de sus palabras ofrecen una
mirada dignificadora hacia la mujer universal y marginada en lo particular.
“De devociones absurdas y santos amargados,
líbranos, Señor.”
- Santa Teresa de Jesús -
B i b
l i o g r a f í a
- González Cangas, Yanko. Héroes
civiles & Santos laicos. Palabra y periferia: Trece entrevistas
a escritores del sur de Chile. Ediciones Barba de Palo. Valdivia.
1999.
- “Rosabetty Muñoz. Acallo
la loba que contengo” http://www.letras.mysite.com/rm110704.htm
- Muñoz, Rosabetty. La Santa.
Historia de su elevación. LOM Ediciones. Santiago de Chile.
1998.
- Trujillo, Carlos. Son ellas,
las hermosas, las iluminadas. (Artículo en desarrollo)
2005.