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LA MUERTE DEL ESCRITOR PATRICIO RIVEROS
Por
Reinaldo E. Marchant
Escritor
El 7 de julio se cumplirá un año de la muerte del gran
escritor nortino Patricio Riveros Olavarría, desaparecido
prematuramente, creador de una relevante obra literaria, que fue galardonada
con importantes premios literarios tanto en Chile como en el exterior.
Era, junto a Hernán
Rivera Letelier, las máximas expresiones de las letras del
norte.
Curiosamente -esa curiosidad intuitiva que sólo tienen los
grandes escritores-, semanas antes de su deceso realizó un
par de actividades y aprontes que anunciaban, sin que nadie se percatara
- quizás ni él mismo nunca se enteró-, su despedida
de la tierra.
Luego de comunicarnos vía correo electrónico, viajó
a Santiago y me explicó que deseaba presentar "todos sus
libros...". Le dije que estaba loco. Que partiera con el más
reciente, o representativo. Con esa tartamudez que lo había
acompañado siempre, insistió. "Además, quiero
regalar mis libros", complementó con una naturalidad sincera
que costaba oponerse. La actividad quedó arreglada para el
mes de junio, y sus presentadores, según su anhelo personal,
sería el novelista Walter Garib, a quien le guardaba un enorme
cariño y admiración, y yo.
Patricio Riveros era de esas personas que nunca aburren. Tenía
chispa, era pícaro y las bromas las soltaba con facilidad.
En Iquique tenía un programa radial, donde se mofaba de su
tartamudez, se llamaba: "Tartamudeando las letras". Era
muy escuchado por la gente, pero en aquellos días estaba a
punto de perder el espacio: por una razón inexplicable estaba
dejando de tartamudear y el programa se podía terminar por
la ausencia del caos lingüístico...
Solía contar un contratiempo que le sucedió con Hernán
Rivera Letelier, que también es medio tartamudo. Ambos se encontraron
en la entrega de un premio, y no se conocían. Sentado de forma
contigua, Riveros le dirigió la palabra:
-¿Tuu tatabién rerecibirás un un premio?
-Cla claro - Respondió Rivera Letelier.
Patricio Riveros, pensó en un momento que se burlaba de él.
Después fueron grandes amigos.
El día de la presentación de todos sus libros, por
suerte llegó bastante gente. Se veía contento. Disfrutando
aquella su primera vez dando a conocer su obra en Santiago. Cuando
tomó la palabra, dijo, textual: "Marchant me me pi pidió
que que no hablara más más de de quince minutos, pero
co como soy ta tarmudo ha hablaré treinta...". Y se explayó,
de forma magnífica. Hizo un recorrido por los países
en que vivió, su exilio, el sacrificio de crear en Chile y
de darse a conocer. Al final, regaló sus libros, tal como lo
prometió. Uno a uno los fue firmando. Quienes estabamos ahí,
no dábamos crédito a lo que veíamos.
En las semanas siguientes, vi un par de colaboraciones que mando
al diario La Nación. En la última que se editó,
hablaba del tema de la muerte. Este artículo no pudo leerlo:
falleció inesperadamente días antes, dejando estos vaticinos
en el aire, su valiosa obra en manos de lectores agradecidos y un
recuerdo inolvidable a quienes, por suerte, lo conocimos.