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EL ARBOL PARLANTE
Acerca del Silencio, la Palabra, la Imagen y la Nada
Marco Aurelio Rodríguez / Calíope Ediciones, 2008
Por Reinaldo Edmundo Marchant
Marco Aurelio Rodríguez, Santiago 1963), Master de Literatura de la Universidad Católica, hasta la fecha había publicados dos libros que recibieron elogios y lo dieron a conocer dentro del panorama literario: “Nubes para rellenar paisajes que en verdad resulten”, poemario, Ediciones El gráfico, 1996”, y “Los poetas malditos”, Ediciones El gráfico, 1997”.
Salta a la vista que este escritor no escribe ni publica con prisa. Obras escritas tiene. A la manera de esos literatos maniáticos de la palabra y la precisión, Rodríguez cincela sus libros con un pulcritud y elaboración insoportable, señales que se revelan con la publicación de “El árbol parlante”, Calíope Ediciones, 2008, donde se pasea con una treintena de micro ensayos poéticos y narrativos, bien fundados y escritos, verdaderas y lúdicas piezas literarias, que confirman todo su oficio y erudición artística.
Con un prólogo de primera línea del poeta Sergio Badilla, el autor navega a sus anchas con una temática que maneja como pocos en Chile: el escabroso género del ensayo, que muchos no entienden un carajo en qué consiste y lo confunden con el testimonio, y la nunca bien ponderada moda biográfica.
Marco Aurelio Rodríguez, se ha destacado con el sello ensayístico, lo demuestran sus numerosos artículos y temas que permanentemente publican revistas y diarios nacionales e internacionales.
Documentado hasta la saciedad, El árbol parlante es un texto realizado con profesionalismo y seriedad, con notas y justificaciones bibliográficas que demuestran la consecuencia y acuciosidad de un estudioso de la palabra y la imagen.
Los temas que conforman este libro son historias adoloridas, irónicas, picarescas, sorprendentes, mitológicas, detalladamente reseñadas, y pobladas de aspectos oníricos, que ensamblan remolinos que conducen al descubrimiento del hombre, los mitos y la leyenda.
Desde el vientre, la memoria, la erudición extrema, Rodríguez logra conectar la condición humana, en carne viva, con un lenguaje crudo, desbordante de vitalidad, que se remonta a lo profundo y escondido de personajes universales, pueblos, naciones y artistas que pisaron la tierra.
Detrás de convenciones y mistificaciones, Marco Aurelio Rodríguez escribe con intensidad, sintiendo cada palabra y frase, y lo hace con amenidad prodigiosas, hasta develar con esa fuerza expresiva contenidos que van desde La Odisea hasta la Edad Media, desde el Libro Verde hasta los motivos filosóficos de Borges, y lo hace, hay que resaltarlo más de una vez, con un lenguaje lleno de matices y cuidado literario que generan placer.
El joven autor construye este libro a partir de una sensibilidad especial y una documentación que impacta.
Basado en una estructura estricta, a la manera de telón de fondo, cada capítulo de El árbol parlante transmite alegría por el descubrimiento, un maravilloso dibujo de historias tejidas a lo largo de épocas, que facilitan un desplazamiento imaginario, junto al influjo de una delectación inagotable, que permiten percibir, luego de cada lectura, que un asunto interesante ha ocurrido ante nuestros ojos.
* * *
ÁRBOLES DE EXTRAÑOS FRUTOS
Los árboles tienen dos edades, una necesaria y otra prodigiosa. En una de ellas nacen los bosques sagrados y divinos, los baobabs, las encinas mágicas, los árboles parlantes, los templos naturales de las hadas y los duendes. Pero las brujas sobreviven en la imaginación infidente, son las mejor adaptadas a ese escape febril.
¿Quién no recuerda las tempestades de los bosques shakespeareanos, o el oráculo de los árboles celtas, o los cuentos de Perrault con Caperucitas y lobos, y con princesas extraviadas en sus sueños como en una muerte simbólica?
La niñez es malévola. El Paraíso, inconsistente.
¿Cómo habrá sido el Árbol del Bien y del Mal? ¿Dónde empezaba lo Bueno y dónde lo Malo? La imagen más recia es la manzana: esplendorosa por fuera, no se sabe cuándo guarda su gusano. Tal vez por eso fue sindicada como la fruta del escándalo, fruto prohibido que, según origen hebreo del texto bíblico, podría haber correspondido a un higo o a una granada. La manzana de la discordia, la de Blancanieves. Confusiones.
Las figuras de árboles. La imagen de las serpientes como ramas en vez de cabellos. Las gorgonas —¡cómo no!— eran mujeres atroces con alas en la espalda (ángeles putrefactos). Poseían la facultad de convertir en piedras a quienes las miraban.
La imagen pervertida.
En el pueblo italiano de Massa Marittima, en la región italiana de Toscana, en el norte de Italia, hay un mural que data del siglo XIII y que representa un árbol de falos. “Hay 25 de ellos en total, todos de diferentes formas y tamaños, completos con testículos. Cuelgan desde las extremidades del árbol, como hojas que revolotean al viento”. El fresco sería una pieza de propaganda política con la cual una facción toscana pretendía mancillar la reputación de sus oponentes. “Es un mensaje de los Güelfos diciéndole a la gente que si a los Gibelinos les daban el poder traerían con ello la herejía, la perversión sexual, disputas civiles y la brujería”, dice George Ferzoco, un experto de la Universidad de Leicester. Sabemos que los Güelfos y Gibelinos eran dos facciones que pelearon por el poder en Toscana durante décadas en la Edad Media, y quizás la víctima más famosa de sus enfrentamientos fue Dante, el poeta y humanista expulsado de su nativa Florencia en 1302 después de que un grupo rival de los Güelfos, el partido de la limpia honradez, tomara el poder.
El comentarista se basa —para su interpretación de envés político— en el afán alegórico y críptico del hombre medieval, quien, por lo demás, relacionaba herejía con sodomía. Por eso también, las mujeres con hábitos que aguardan bajo el árbol de penes del mural, representarían las maldiciones que los Gibelinos traerían al pueblo. La pintura sería uno de los retratos de brujas más antiguos conocidos en el arte occidental.
Y la imagen final, la que concluye intrigas:
Diógenes El Cínico, que detestaba a las mujeres, habiendo visto una vez a varias mujeres ahorcadas en un olivo, dijo: “¡Ojalá todos los árboles tuvieran semejantes frutos!”
¿EL CUERPO DUERME CUANDO EL CUERPO AMA?
¿Quién que no haya leído el poema de Baudelaire Una carroña puede considerarse moderno? ¿Quién que no sea moderno puede juzgarse libre de culpa?
Ser moderno es ser realista, dice Michel Houellebecq. Seguramente se refiere a las fotografías de Joel Peter Witkin (¡arte!) o a Gunther von Hagens, anatomista alemán que desarrolló la técnica de la Plastinación, método que permite preservar un cuerpo sin vida reemplazando el agua de sus células por una sustancia sintética que impide la degradación, interviniendo cadáveres para luego exhibirlos como si fueran esculturas convencionales. El “Doctor Muerte” ―como llaman a este médico artista― ha enfrentado acusaciones de apoderarse ilegalmente de cuerpos y de utilizar como materia prima de sus obras a gente ejecutada en prisión. Algo similar ha hecho en nuestro país Antonio Becerro, claro que con perros disecados.
Meses atrás un artista costarricense interpretó literalmente la parábola kafkiana El artista del hambre, ató a un perro callejero en una galería de arte en Managua y lo dejó sin agua ni comida hasta que murió de hambre. Tras su muerte, en el lugar, flanqueado por un cartel realizado con trozos de alimento para perros que anunciaba “Eres lo que lees”, quedaron un cable de metal y una cuerda.
Vesalio-inquisidores frente a una realidad que excede, ambicionamos las causas, el origen (el código genético) y nos topamos con lo concupiscente y mortal: “El cuerpo grotesco no tiene una demarcación respecto del mundo, no está encerrado, terminado, ni listo, sino que se excede a sí mismo, atraviesa sus propios límites. El acento está puesto en las partes del cuerpo en que éste está, o bien abierto al mundo exterior, o bien en el mundo, es decir, en los orificios, en las protuberancias, en todas las ramificaciones y excrecencias: bocas abiertas, órganos genitales, senos, falos, vientres, narices” (Mijail Bajtín).
Archimboldo en el siglo XVI utilizó también la parábola del hambre. El pintor italiano de reyes olvidados y catedrales derruidas por la profanidad, nos enseñó que la alegoría humana es la materia, la piel, el rostro, verduras, frutas y raíces, lo único real. Brueghel y El Bosco nos demuestran que el hambre y la saciedad son provocadores de delirios, jirones de realidad como El jardín de las delicias.
Bacon representa la carne corrompida, sin embargo, sin hedor. Detenemos por un momento las aguas y los cielos y el amor, pero ese instante de atemporalidad sigue siendo una sombría catedral, mausoleo del arte e imagen actual del mundo. Distinto es el caso del artista visual Paul McCarthy. Escudriñamos su Basement Bunker: Painted Queen Small Blue Room como una suerte de desgarro (un hambre de belleza, una ansiedad de belleza y de absoluto y de calma) y una cuerda se rompe en la materia de nuestro espíritu. Quisimos ser Modigliani, soñadores de mujeres hermosas que carecen de sexo, conjeturadas, entre otros, por Armando Uribe Arce (“Yo quería ser liso como los ángeles y los muñecos porque me di cuenta muy temprano de las dificultades que suponía ser sexual, tener sexo”) antes de sus poemas de ataúdes hermosos. Creemos más en la Virginia de Poe que en la Beatriz del Dante.
“El arte suele trabajar el tema del cuerpo desde la perspectiva de una erótica del dolor” (Pablo Fuentes)1. Relatos como La Bella Durmiente o 26662 subliman la misma causa: la cesación de la felicidad.
Hiroyuki Utatane, uno de los autores de hentai más reconocidos a nivel mundial por su estilo puro y la perversidad de sus historias, autor de Countdown, nos entrega ―entre otras― la extraña obsesión de un hombre por la muñeca a escala real que crea a imagen y semejanza de su esposa muerta.