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“Las orillas del río están llenas de murmullos”
Pentagrama Editores, 137 pág, año 2008
Miguel A. Bravo
Profesor de Literatura
Hace unos años atrás, la escritora y periodista Virginia Vidal, publicó un artículo que casi no tuvo consideración nacional: hablaba acerca de los monopolios de algunas editoriales, los privilegios de éstas con narradores de estratos altos, el desamparo y exclusión de excelentes escritores de “estratos bajos”, y la marcación evidente que esas editoriales hacían para determinar que debía leer la gente. Esa nota ya tiene más de diez años y los resultados fueron un correcto vaticinio: muchos buenos literatos quedaron abandonados y todo el movimiento de la prosa se concentró en tres o cuatro narradores, que contaban con la venia de medios de prensa tradicionales y sus respectivos críticos de turno.
En el reportaje que se comenta, se hablaba, si mal no recuerdo, de dos “sobrevivientes por sus medios”, Ramón Díaz Eterovic (1956) y Reinaldo Edmundo Marchant (1958), ambos con una semejanza social, que escribían de muy jóvenes, prolíficos y que se estaban ganando un espacio a punta de publicaciones, no por consecuencia de una estrategia de marketing.
En un país tan injusto como Chile, no sólo es difícil crear sino permanecer en el tiempo demostrando un amor por las letras. La única forma que tenemos para comprobar aquello, es a través de las obras. El nuevo libro de Reinaldo Edmundo Marchant, “Las orillas del río están llenas de murmullos”, - Pentagrama Editores, 2007-, demuestran el crecimiento y el oficio que ha ido adquiriendo este autor. Con una prosa segura, económica, proyecta el itinerario de principio a fin de un deshabitado, Altagracia, personaje que ensueña y transforma “los alados paisajes” del Río Mapocho y el Parque Forestal, y se conecta con seres de carne y huesos, hasta con un Dios terrenal, le da vida a bichos, animales pequeños y a lugares detenidos, todo por medio de relatos breves – son más de cincuenta -, que sobrecogen e impactan, por su manera expresiva, el juego de imágenes y la calidad de pensamientos.
Entrar en estos cuentos es hacerlo en mundos nuevos. En una literatura distinta a todo cuanto se está editando (que es muy aburrida por lo demás) en el país. Marchant escribe lo que desea escribir, lo que demanda su corazón y emociones. No lo hace pensando en la literatura que imponen las editoriales o en el gusto de los cada vez más inexistentes críticos. Esa puede ser su gran defensa: escribir ficciones en tiempos de creaciones periodísticas o testimoniales que buscan el escándalo, no la calidad literaria.
Hay en estos relatos una reveladora cercanía de la prosa poética. Son cantos de la naturaleza y existenciales, marcados por una fuerte presencia de las imágenes y el juego lúdico.
Con este libro, Reinaldo Edmundo Marchant regresa a la transgresión narrativa de sus primeros libros – En el Bosque, un ángel y demonio; El abuelo; Alquitrán y los gorriones, Narraciones maravillosas, por ejemplo-, y lo hace con dominio de oficio, generando historias que mantienen una ilación de comienzo a fin, asunto que permite leer Las Orillas…, incluso con características de novela.
Novedoso, original, este nuevo libro comienza a consolidar a un autor
que no se ha dormido en los laureles, que permite augurar que cuando transcurra el tiempo que debe transcurrir, su nombre quedará instalado dentro de unos pocos que empezaron a crear en los años ochenta.