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Sobre "Vaho" de Rodrigo Morales. Alquimia Ediciones, diciembre de 2009.

La pesada bruma de la historia

Por Sebastián Herrera

Vaho abre con la derrota, abre con el reconocimiento de la historia y la visión que ésta presenta: el rescate de la memoria a través de los gestos y las marcas que se pierden.  Quizás por eso el libro no podía ser escrito en la urbe, sobre el pavimento, ni en sus centros comerciales, porque allí la memoria no existe y si existe es sólo el decorado o el glaseado de las mercancías.

La bruma parece el arte apócrifo de las nuevas arquitecturas, donde el pasado no se conserva o se oculta -como lo explica Beatriz Sarlo-, sino que se incorpora al nuevo espacio, regulando “según sus implacables normas visuales, porque si no lo hiciera, pondría en peligro no sólo su propia coherencia estética sino la función del espacio que esa estética recubre”(1).

La ruina es sólo una metáfora que no funciona frente a la visión actual de la ciudad. Por eso el libro tampoco recurre a ellas de forma explícita. Al contrario, busca en los pueblos, en los paisajes remotos, en el desorden histórico, en la lucha de las luces y las sombras o donde la “limpieza” aún no llega con su “mano invisible” a ofrecer una aparente seguridad u orden. Busca, en definitiva, en la historia, en la zona olvidada, en el desorden, aunque allí “el desorden suponga un pequeño poema detrás de las gramíneas”.

El paisaje es el norte y el mar. El silencio y la memoria. Sin embargo, no es cualquier desierto, ni tampoco es cualquier mar. Vaho se escribe en un lugar específico, en un lugar con nombre  y rostro: Pan de azúcar. Hago hincapié en esto, pues en este libro es vital revelar las marcas y espacios, pues sólo así se puede apreciar las ruinas, la historia y no sólo decirlas o señalarlas como un lugar que de tan común ya no es más que una trágica y bella metáfora utilizada para los artificios de la escritura.

“un amancay adorna la blusa de una niña apunto de hablar mientras se escuchan las cholgas abriéndose en el fuego        alguien se declara a un costado del jardín        aquí no hay jardines pero se escuchan las palabras pasar mudas por el desierto”.

El paisaje refleja el presente y augura el porvenir, Vaho es la historia mínima de una memoria a punto de perderse, de una zona en extinción. El libro no dice ruina, ni catástrofe, deja que el desierto y la ecología del lugar las revele, pues mostrarlas es nombrar su ausencia, como una ciudad fantasma, como figuras apenas distinguible entre la bruma, el vaho.

Las imágenes que forman el libro se montan de tal manera que en los silencios, desiertos o paisajes olvidados aparece el ruido, la escritura sobre los cuerpos o los textos construidos para naturalizar los códigos aceptados y que norma a la sociedad actual. Vaho es la visión de quien descubre que las palabras y las imágenes que éstas construyen no son hechos que surgen espontáneamente y que se eliminan o tajan de forma natural. Vaho es la visión de quien descubre o recobra la memoria y avanza aceptado todo el peso político e histórico de las palabras, las imágenes, del presente y su memoria:

“amanezco bajo el agua crucificado en el desierto        cuando        allá en la luz tenue de la lejanía        un hombre como yo clama la derrota y se presenta”.

Vaho utiliza la técnica del montaje por dos motivos: en primer lugar, por ser el gesto más patente del trabajo poético, es decir construir imágenes y usar las palabras como el pesado cimiento de la memoria. De esta forma, se deja ver, de forma manifiesta, que el oficio del escritor es muy distinto a la figura del poeta. Morales no sólo lo demuestra mediante la construcción de magnificas imágenes o manteniendo un alto respeto por las palabras y sus silencios, sino que también lo manifiesta mediante un discurso crítico sobre el “nombre” del poeta y el lugar que éste busca:

“Los poetas se engañan con la palabra dolor        y        mueren por verse en el mito        por salir en el diario acuchillándose en una tina     por eso escribo la mentira de verme aquí       en esta lengua ambigua        bostezando el devaneo de verte con hambre de leyenda        nada aquí        en el abismo del poema absurdo de quienes sueñan con sus nombres”.

La poesía ya no es un desorden de los sentidos y las palabras ya no son el juego sinestésico en el que se les atribuyen colores a las vocales como en el poema de Rimbaud. No es un oficio de ingenio, las palabras se toman con la seriedad y el respeto que merecen todos los nombres inscritos en ellas:

“Pura ficción eso de los cuerpos sanos        pura literatura eso de los cuerpos enfermos      la mano del hombre unta el pan en un pantano        y        se deshabita mirándome las manos circulares en el agua”.

Las palabras y las imágenes toman todo el peso del presente y de lo que éste trae con él. El negro ya no es A, el blanco E, el rojo I, el verde U, ni el azul O; las letras forman palabras que evocan la memoria, el verde musgo del hambre y el hastío.

En segundo lugar, las imágenes son utilizadas como única forma de contar la historia, es la forma benjaminiana de narrarla, pues “la historia se descompone en imágenes, no en historias” -como dice Benjamin-, conformando una “dialéctica en suspenso”  “pues mientras la relación del presente con el pasado es una puramente temporal, continua, la del sido con el ahora es dialéctica: no es transcurso, sino imagen <, >[tiene la] índole del salto. – Solo las imágenes dialécticas son imágenes genuinas (es decir: no arcaicas); y el lugar en que se las encuentra es el lenguaje”(2).

Otro punto importante, donde se deja ver las diatribas que realiza Morales a las instituciones normativas y las imágenes que se construyen en los textos inscritos en los cuerpos, es la voz del narrador. Si bien Vaho es un libro concebido como unidad, ésta se forma mediante escenas o capítulos que representan distintos estados de las visiones del texto. No obstante, hay dos momentos que son fundamentales en el libro y que permiten hacer estas diviciones: el primero es el periodo de vigilia, donde el narrador (presumiblemente un hombre) se presenta en el lugar y contexto de la historia. El segundo, es el periodo de ensoñación en el que la voz del narrador es la de una mujer. Hago este alcance, pues la performatividad del nombre le permite a Morales hacer una crítica a las instituciones normativas y que, como ya dije anteriormente, naturalizan procesos históricos y políticos de mucha mayor complejidad: “Los hombres y las mujeres son construcciones metonímicas del sistema heterosexual de producción y de reproducción que autoriza el sometimiento de las mujeres como fuerza de trabajo sexual y como medio de reproducción”(3).

Con esto, Morales no sólo hace crítica, si no que le da sustento al trabajo en imágenes que hace del relato, pues como meciona Susan Sontang: “La máquina de matar tiene sexo, y es masculino”(4). De ahí entonces que la historia le hable siempre a una mujer:
“ya no eres una niña alguien me grita en el sueño con un pañuelo celeste en los ojos”.

De esta forma, Vaho revela, de forma lúcida, los sistemas sutiles en los que opera la poética de su autor: una poesía que no trabaja la imagen burda e indolente de la catástrofe, sino que la imagen nostálgica de quienes sobreviven en el anonimato y detrás de las tachadas de la normatividad. Vaho es el intento de sacudir, mediante la escritura, las posiciones actuales de enunciación, del rescate del hombre, su derrota y su presencia. Vaho es el contemplar y el sentir de las brumas y el frío indiferente de la mirada y la vida actual. 

 

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NOTAS


(1) Sarlo, Beatriz. La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana. Siglo veintiuno editores, 2009. Pág. 29.

(2) Benjamin, Walter (Traducción de Pablo Oyarzún). La dialéctica en suspenso. Fragmentos de la historia. Arcis-Lom, 2002. Pág. 121.

(3) Preciado, Beatriz. Manifiesto contra-sexual. Editorial Opera Prima, 2002. Pág. 22.

(4) Sontang, Susan. Ante el dolor de los demás. Punto de Lectura, 2004. Pág.14.


 

 

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