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Siempre el olvido

Por Reinaldo Edmundo Marchant



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Días pasados se conmemoró a nivel nacional y en todos los medios comunicacionales, la Medalla de Plata que obtuvo Marlene Ahrens en los Juegos Olímpicos de Melbourne, 1956, en el lanzamiento de jabalina.

Como suele suceder, los busquillas de espacios bailaban chachachá realzando la proeza de Marlene Ahrens, que bien merecida la tiene. Espacios deportivos de diarios y televisión rememoraban sólo este hecho acaso de manera excesiva y, también, con un halo de injusticia porque a la historia le falta una parte maciza que contar y celebrar.

Resulta que en esos Juegos Olímpicos, Chile consiguió un récord que se mantuvo por décadas al lograr tres preseas más.  Conquistadas por los boxeadores, Ramón Tapia, Carlos Lucas y Claudio Barrientos.

Estos púgiles, un minero de la salitrera del norte y dos sureños, que viajaron sin entrenadores ni dirigentes, que se ganaron el derecho a participar en esa gesta internacional a base de esfuerzo y batallas personales, alcanzaron una Medalla de Plata (Ramón Tapia, peso mediano), y dos Medallas de Bronce (Carlos Lucas, semipesado, y Claudio Barrientos, categoría gallo).

Es decir, Chile se trajo cuatro medallas de esa Olimpiada.

Sin embargo, la connotación, según los medios y la mediocre cultura criolla, estuvo en realzar puramente la gesta de Marlene Ahrens. Insisto, bien por ella, ¿pero por qué nunca le damos el crédito a todos los que subieron podio?

Por aquellos años el boxeo era demasiado competitivo a nivel mundial. La supremacía de Estados Unidos y la Unión Soviética en este deporte era abrumadora. A ellos se agregaban las poderosas delegaciones de Asia, Europa y Cuba, cuna de maravillosos campeones.

Claudio Barrientos, a modo de detalle, para avanzar en el certamen doblegó limpiamente —lo tumbó dos veces— al brasileño Eder Jofré, El Gallo de Oro, quien luego sería Campeón Mundial en el ámbito profesional por largos años y está considerado uno de los más grandes pugilistas de la historia en su categoría.

Pero hay un hecho todavía más singular y olvidado: este ilustre boxeador, Claudio Barrientos, fue tío del poeta Mauricio Barrientos, con quien pasábamos tardes enteras recordando este episodio y hablando de viejas leyendas del boxeo.

Los dos Barrientos nacieron en Osorno. También, hay que destacar románticamente, ambos fueron exagerados enamorados del buen mosto, llevándose de esta tierra por esa causa al púgil a los 45 años y al vate a los 49 años.

Mauricio Barrientos, quien no dejaba de evocar a su tío, le escribió un poema reseñado más abajo, que le pone un aire de belleza y merecida reverencia a la hazaña de su familiar, y de paso arremete con buenas trompadas a este olvido de siempre que se niega a desaparecer de nuestra nación:

 

 

Tío Claudio Barrientos, el Campeón

                                      Por Mauricio Barrientos


Hoy el campeón reposa solo con su vaso de vino
y su medalla olímpica se refleja en ese arroyo

Soy un niño que corre en un bosque silvestre
escucho el rumor evanescente, percibo el susurro:
mi tío Claudio es medallista olímpico en Melbourne

La Marlen Ahrens era bella y era buena y era fiel
Era fina y era muy buena con la jabalina

Yo soy ese niño de Osorno que escucha que
mi tío Claudio es medallista olímpico, mi tío Claudio
es para ese niño que yo fui, un buen augurio

Un guantazo le pegó a un polaco y a un brasileño,
Los jueces de box al tío Barrientos le robaron el oro.
Y se trajo de Melbourne una medalla de heliotropo.

Mi tío luego permaneció al sol como una lagartija
Entre copas, espejos y hielos, sin pose y sin bocina
Ensueño distraído en una tarde melancólica de otoño,

Un perfecto día taciturno el campeón reposa solo
Con su vaso de vino y su medalla olímpica,
y su medalla olímpica se refleja en ese arroyo.



 

 

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