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POETA, LEVANTADOR DE PESAS Y CAMINANTE
-Semblanza de Daniel Molina Núñez (Q.E.P.D)-

Por Reinaldo Edmundo Marchant


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Hace días atrás recibimos una de esas noticias que nunca queremos escuchar, la inesperada partida de un especial amigo. Su nombre, Daniel Molina Núñez (1941, Punta Arenas), poeta, profesor, levantador de pesas –participó en la categoría gallo a nivel nacional, según su lúcida memoria-, un lector incansable de  todo tipo de libros y trotamundos ejemplar.

Llegó hacia los años cincuenta de las frías tierras del sur, de donde vendrían tantos valiosos narradores, poetas y académicos.

Su carácter afable y contador de leyendas ganó la admiración de esos grandes literatos y conversadores que recalaban en la mítica Unión Chica de Nueva York 11.

Atrincherado en ese bastión, trabó amistad con Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Ramón Díaz Eterovic, Oreste Plath, Aristóteles España,  entre otros.

El Chico Molina era un personaje de aquellos que brotan de tanto en tanto. Siempre se le veía llegar, pero nunca contaba de dónde venía ni cómo había llegado. Simplemente aparecía, tomaba asiento y se entregaba al corazón de la tertulia.

Cuando alguien chispeaba su presencia, le pedía el desahogo de alguna historia, que, con el correr de la trama, mantenía en trance por esas formas y modos únicos que poseía para narrar, y que en lo sucesivo culminaba explotando los pulmones de la risa.

No tenía empacho en reconocer ciertas derrotas que, en su pintoresca manera personal, no le favorecían, lo habían tenido con el dedo en el gatillo de un revólver, o mirando con notoria indignación la indolencia de la vida.

Contaba que,  en una sombría época, separado de su mujer  por un imprevisto algo indecoroso, un amigo lo encontró sumido en la absoluta penumbra, ido de pensamientos, sentado en un banco frente al Río Mapocho, y al verlo en semejante cuadro de tragedia, a grito pelado le preguntó:

      -¡¿Qué te ocurre, Chico Molina!?

Le bastó un segundo al poeta para regresar a la incertidumbre existencial; lo quedó mirando con esos ojos lánguidos, y en una pequeña frase develó el misterio del flagelo que lo acongojaba:

        -Ayer me enteré que me están culiando a mi mujer…

Esa fue la peculiar respuesta que emanó de lo más profundo, con hidalguía plena de macho herido y, a la vez, valiente.

Su amigo, tiempo después, reconocería que nunca nadie le explicó de mejor manera y con semejante economía de lenguaje la dramática situación que lo mortificaba, por tanto, no tuvo otra alternativa esa vez que  callar y consolarlo con la fraternidad del silencio.

Daniel Molina escribió unos breves poemarios, que obtuvieron buena crítica y forman parte de diversas antologías. Roque Esteban Scarpa y Ernesto Livacic siempre lo consideraban en sus libros de estudios.

Sin embargo, a él no le interesaba el bullicio de la fama, menos el cloroformo de la televisión. Le bastaba despertar, beber un café y salir de su solitario departamento ubicado en la comuna de San Joaquín.

Jamás sabía con exactitud para dónde marchaba, que esto lo definía a medida que avanzaba. Podía suceder un encuentro casual con un amigo, o el cambio de dirección del panorama, de modo que seguía ganando largos trechos por Santiago.

En ocasiones llegaba a la Biblioteca de Santiago.  A algún boliche cafetero. Podía acontecer cualquier cosa, porque cada día tiene su afán inexplicable, y este secreto lo identificaba en su actuar.

Jamás hubo manera de convencerlo a que tuviera un teléfono o móvil para ubicarlo, su respuesta a esa grosera inquietud dejaba impávido: “¡Encontrémonos no más, huevón!”. Y de ahí no lo movía ni la fuerza de un regimiento.

De modo que las veces que se compartía con él acontecían gracias  a un encuentro fortuito, o como quien dice por la suerte del conejo.

¡Entrañable personaje este Chico Molina! Por ello, cuando un amigo me comunicó que fue hallado muerto en su morada, la noticia caló en lo más hondo.

Y como él hizo todo lo posible por pasar de ignoto por este superficial instante que tenemos en la superficie terrestre, surgen esas palabras para que, en su ausencia, quede el pequeño registro de un poeta cálido, alegre y defensor de la más grande las causas que existen, ¡los pobres!

¡Descansa en paz, Daniel Molina Núñez!

 

 

* * *

 

SOLEDAD

Sombra en los recodos interiores
pentagrama para desesperanzados
transeúnte de años inútiles
amiga de muertos y vencidos.

 

RASTRO

Los calles devoran mis pasos
sigo tu rastro bella desconocida
poseerte no cerró mis manos
sé que te amo vagabunda.

 

LIBERTAD

El reloj tiene un fantasma
habita el reino del descontento
en la noche ebrio de mañana
quiere manos para seguir al viento.


De: "Nicomedes". Ediciones Añañuca, La Serena.

 



 

 

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