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LA OLA SUMERGIDA
Juan Antonio Massone / Ediciones Ala Antigua, Santiago, 2014, 65 páginas.

Por Reinaldo Edmundo Marchant




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Juan Antonio Massone es un poeta y ensayista de una vasta obra literaria.  Conocido es su libro del inicio, “Alguien hablará por mi silencio (1978)”, destacado en su momento de parto, que revela el sinuoso y constante camino que ha transitado por las letras nacionales.

La ola Sumergida (Ediciones Ala Antigua, 2014), contiene treinta y nueve poemas extraídos de diez obras publicadas en más de tres décadas. Es acaso una brevísima antología personal del autor. Que demuestran, valga la redundancia, su apego al noble oficio de la creación artística.

En este poemario, predomina la economía de lenguaje. Una música, con distintos matices y tonos, no lanzada a chorros, sino con contención en la palabra. Y precisión. Así, resaltan como chispas, signos. Frases escuetas, que son las lentas en deglutir. Plenitud semántica, de orfebre que no deja a la deriva el término de la faena. Aflora, quizás, el ojo del docente que trabaja en defensa del idioma.

Los versos –ver en Selección que se añade- son ajustados, pulidos hasta encontrar la exactitud escudriñada. Una búsqueda donde la incertidumbre y el dolor del poeta se expresa limpiamente: “Tan vivo aquí/ y me estoy muriendo”, especie de homenaje que evoca a Rosa Cruchaga,  por esos endecasílabos del soneto:

“Sé que me voy. Me voy retrocediendo/como el salmón que vuelve cuna arriba”. ¡Admirable!

Massone aborda diversas temáticas, para muestra un botón: sobre el tiempo, “las horas que vendrían-y vinieron/ las horas-largas, sofocantes, rebeldes”; el ocaso, “soy ahora invisible lápida de esos días/ que se fueron”; la esperanza y la muerte, “tú nombre olvidarán, también la gloria;/ apenas vendrá tu verso una memoria;/ contra la muerte estás/ contra el olvido”. O esta hermosa imagen, “Mis ojos no quieren/ acostumbrase a la muerte”.

Como el ensayista y académico que es, Juan Antonio Massone hace gala del manejo sagrado de las articulaciones y despliegue verbal. En la yuxtaposición de cada texto desembocan piezas que circulan en un movimiento –estilo- que se identifica a cuarenta leguas. Lo es, también, en su prosa, que lleva la impronta del ajuste poético.

Veamos:

Por mucho menos
que unas escasas gotas cayendo
sobre una piedra distraída,
espesa el alma y un aroma
se abre paso en la sombra.
Cosas que decir a la vida.
Sólo alusiones de lluvia
O una mancha de  tarde.
Nada más que brisa anaranjada.

Massone se adentra en sus obsesiones y en las profundidades de la vida. Para rastrear las señales de ruta, no hay que excavar en fosas imposibles. En laberintos de zarzas. Sus escritos son destellos. Palabras de agua. Un pequeño banquete que cayó en mis manos y no lo solté, hasta masticar la última letra. Después, percibí esa entrañable nostalgia que dejan las buenas historias que derraman los  poetas.

 

* * *

 

Selección de   Poemas de Juan Antonio Massone

 

Escribe Tú la página

La página está en blanco, por ahora,
y ya no puedes desoír cómo se destripa la historia.

El tercer verso quisiera untarse en el alba
de ese tercer día cuando murió la muerte.

Pero las jornadas con sus noches sobre Gaza
dejan miradas fijas, manos sin regreso.

La página queda salpicada de alaridos, desde ahora,
y si calláremos, hasta las piedras gritarían.

Atolondran cuervos encima de clamores;
y el “no matarás” se queda exánime y amargo.

Podrá disponerse otra vez una página en blanco,
menos la mirada inerte y el regreso mudo de las manos.

¿Qué puedo decirte, Yahvé, que tú no sepas?
¿Quién confesará tu nombre, Alá de la misericordia?
Padre, escribe Tú la página en un blanco sin muerte.

 

 

Reflejo

Te sientas, al fin, sobre las piedras
para viajar hasta el fondo de tu enigma.
Rumor de mundo y, además, tú. El paladar
retiene esa creciente cercanía del adiós.
Tampoco estás seguro de alcanzar
un largo después, aunque ahora es todavía.

Entonces miras el río
y
   ya
        vas
               lejos.

 

 

Una infancia

Yo fui un niño que tuvo patio
con un perro que se perdió una vez
y hasta el día de esta tarde no regresa.

Yo era niño que olía tierra húmeda
y fue mío despedirme de momentos
como si el día acostumbrara a morir.

Yo fui niño en un patio y ventolera
con más ladridos debajo de la tierra.
La nieve parece ahora menos blanca.

Yo era un niño que pactó con lagartijas
y queltehues invocando nuevas lluvias,
en espera de pan con mantequilla.

Yo fui un niño y, de en medio del patio,
una acacia con nidos fue arrancada.
Los años aún no dicen para qué.

Yo era un niño con un perro
al que asustó la muerte muy temprano
y el pálpito quedó mío sin deseos.

Yo quedé niño de patio sin acacia
ni perro, sin estar seguro de nada más.
En los otros quedaba la alegría.

 

 

El poema (II)

Inicialmente esperé decirlo
al modo de brisa anaranjada,
sin disculpas en qué distraer
lo indispensable. Pero este oficio
consiste en darse cuenta
y respirar sintiendo una mitad
de sol entre los dedos
o una cantidad hechizada de niñez
para vivir lo necesario del momento.

Conoce mejor la tarde
el ánimo de mis ojos.
Viento soy en que se alejan
las horas y tantas cosas
que decirle a la vida.
De eso habrás
de morir, me advierte:
de una tarde que te sienta
inoportuno.

Por mucho menos
que unas escasas gotas cayendo
sobre una piedra distraída,
espesa el alma y un aroma
se abre paso en la sombra.
Cosas que decir a la vida.
Sólo alusiones de lluvia
o una mancha de tarde.
Nada más que brisa anaranjada.

 

 

Consideraciones de un loco

Quizás no vencerá mi palabra
el chasquido pegajoso de la nada
en este lento horror que me confina.

Diciendo de esto a la calle de nadie,
unos pocos amigos complementan
la codiciosa obra de mi espectro.

Aún así seguiré velando aquí
y cuidando del semáforo.
Ya pueden cruzar la calle.

 

 

Tres es el número perfecto

Tres son las Personas Primordiales,
los años ocultos del Mesías fueron treinta,
tres los Reyes Magos y la Sacra Familia,
las tentaciones tres y los regalos,
múltiplo de tres los doce apóstoles,
tres en el Tabor y tres en el Calvario,
fueron también tres los años públicos,
tres veces los dejó velando en los olivos
y por otras tres los halló dormidos,
las negaciones tres y las horas de la Cruz.
Tres veces Cristo dijo: “Tú, ¿me amas?”,
las consultas de los jefes fueron tres,
Pilato vaciló también tres veces,
treinta monedas fue la tasa para el Hijo
y el velo del templo se rasgó a las tres.
Al tercer día resucitó de entre los muertos.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.



 



 

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