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RAINER MARÍA RILKE
Por Cristóbal Reyes Urzúa
En Perspectiva" N°6 Octubre de 1987
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Al momento de echar la vista atrás para intentar el balance de una vida y obra, es cuando realmente surgen problemas. Particularmente respecto de la exorbitante personalidad del poeta en cuestión. Sólo cabe, por ello, sortear conjeturas y principalmente requerir preguntas. Hacia 1924 Rilke se preguntaba -en uno de sus libros:
¿Habré expresado yo cuando me muera
todo mi corazón que, atormentado,
consiente en existir?
Algunos estudiosos y críticos, como Eustaquio Barjau, aventuraron la enigmática respuesta compenetrada de un sí. Funda Barjou su impresión interpretando a la muerte como la consecuencia de un estado en el que uno ha hecho todo lo que quería hacer -en el caso del poeta, como todo lo que quería decir- considerando el hecho que desde el gran proyecto poético de Rilke, en el que buscaba la paz y serenidad que no había conseguido nunca - las Elegías de Duino- éste no tuviera ya ningún programa literario en mente.
Las siguientes líneas no tienen el propósito -quizás sería demasiado atrevido- de rebatir esta determinante posición. Sólo me asalta la intención de captar un trozo de la persona de Rainer Maria Kilke, sin acometer el minucioso y detallado examen de cada uno de sus versos, para observar la posibilidad de concluir tal opinión y dejar a juicio del lector la espinosa tarea de calificarla.
Hasta un punto que parece haber sido insospechado antes de Rilke, la lengua alemana ha adquirido una suave cadencia. se ha hecho más íntima, espiritualizada, se ha hecho poseedora de precisión y claridad. Deja de ser un idioma maculado de inasibles durezas, para yacer en transparentes descripciones de recónditos sentimientos que sólo el bardo espíritu rilkiano podía sondear. Según Hans Egon Holthusen, Rilke hizo por la poesía lírica alemana lo que Proust hizo por la prosa francesa. Ambos hallaron una conciencia microcósmica enteramente nueva, ambos descubrieron una especie de microfísica del corazón.y ambos llegaron a ese descubrimiento por los mismos medios: el recuerdo de las cosas pasadas, un mayor estado de intimidad y juego sutil de distinciones intelectuales. En efecto, es poseedor de un lenguaje muy especial y característico, de modo que ciertas palabras frecuentadas por su lenguaje, adquieren una nueva fuerza, una nueva frescura en su significado, enalteciendo y embelleciendo de este modo la voz alemana, situándola en un lugar no conocido antes por ella.
Si mis ojos apagas, puedo verte,
si mis oídos tapas, puedo oírte
y aun sin pies puedo ir hacia ti
y puedo conjurarte aun sin boca,
y con mi corazón, como si mano fuera,
te abrazaré si me cortas los brazos;
si paras los latidos de mi pecho,
latirá mi cerebro;
si prendes fuego a éste
te llevaré en mi sangre.
En este poema, como en muchos otros de Rilke, la lengua alemana se expresa con belleza, suavidad y sensibilidad antes no logrados, explicitado ahora a través del cantar de un poeta de extraordinaria capacidad perceptiva.
Este idioma rilkiano se caracteriza por una excepcional elocuencia en el uso de las metáforas, transformándolas en su idioma habitual, creando de este modo un lenguaje figurado que el lector deberá internalizar.
Esta transparencia en las descripciones analógicas, efectivamente raptan la mente del lector a la escena descrita, ya sea nimbada de dulzura, sollozos, alegría o simple nostalgia. Por ello, no sin razón, afirma el escritor Rudolf Kassner de modo inmejorable: En la obra de Keats, o de Rossetti las metáforas son como los días rojos en el calendario, pero en la obra de Rilke es como si todo estuviera impreso en rojo y no hay diferencia entre palabras e imágenes.
Su poder sensitivo despliega la grandiosa escenografía de sus preocupaciones e inquietudes; no por otro motivo las Elegías de Duino, su obra cúlmine expresa la estéril realidad contemporánea, el vacío del hombre moderno, relatado en su tono de integridad honda y sincera. En numerosas oportunidades se oyó a Rilke hacer mención de su intuición “venerante” y “suplicante” con que él ve las cosas. Estos elementos dan oportunidad al poeta para conformar, no sin orgullo, un cosmos cerrado, coherente y absolutamente original. Pero, y armonizando con el cuestionamiento central de este análisis, él mismo reconoce la falencia de ese cosmos y la incapacidad de lo humano para reflejar íntegramente su sentir, comentando al joven Kappus en una de sus epistolas: las cosas no son todas tan palpables y decibles como nos querrían hacer creer casi siempre; la mayor parte de los hechos son indecibles, se cumplen en un ámbito que nunca ha hollado una palabra; y lo más indecible de todo son las obras de arte, realidades misteriosas, cuya existencia perdura junto a la nuestra, que desaparece.
Inmerso en este mundo, indaga Rilke sobre su propia identidad, encontrándola ajada como una antigua leyenda. Teniendo en cuenta, para ello, su vocación absoluta y la conciencia de que moriría si no escribiera, entendida la escritura como un elemento de comprensión y conocimiento de todo el derredor, como un intento de recopilar extractos del mundo dentro de si para aprehender su propio yo y reconoce esa vital exigencia sin preocuparse por la crítica a que pueda someterse su palabra escrita. Tal destino, aun en medio de la sociedad, impone soledad. Destino como imagen de una obra de arte final, fruto y heredera de todas las generaciones humanas. Sin embargo, Rilke tiene una conciencia muy clara respecto a ese nuevo cosmos. Y conjugando su entendimiento con el de personas a las que admiraba -incluido aquí al escultor francés Rodin, al escritor danés Jacobsen y a Hölderlin (que le enseñó a combinar en su lirismo nostalgia y videncia, conformando el elegíaco estilo de su segundo período) deberá delatar su sinceridad y entender que la obra de arte no puede mejorar ni cambiar nada. Incluso dijo que cuando ella existe se enfrenta al hombre como la naturaleza misma, como una fuente.
Identificado por la seducción de la pura e inequívoca individualidad, parcialidad, mesura y certidumbre en su lenguaje y por la cualidad intensamente peculiar e idiomática de su cantar, logra Rilke filtrar su doctrina filosófica y teológica de la vida y de la muerte, subyacente al contexto estético de su obra. Es ésta la causa de la preocupación céntrica de su vida que se puede epilogar en la pregunta por lo real, por todo lo que existe y que el pensamiento puede apresar. Esta realidad captada la entiende creada por su persona, pero concretizada, sintetizada y estilizada a través del sentimiento que se basta a sí mismo, sentimiento que usurpa. anticipa y se hace cargo lúdicamente del porvenir.
Paseándose por su creación, llega al punto esencial, del origen: la pregunta por un creador o Dios. Pasan las horas, tras el tañido de ellas se cobija el silencio de su soledad. Tránsito innominado de horas vanas que cuestionan a Rilke sobre lo más excelso que puede comprender su entelequia, partiendo de lo material, de lo más nimio, a lo más incomprensible y grandioso, como lo es el infinito, la esencia, lo que existe. Redundando aqui en su idea de la inmanencia crea su universo y con él un Dios, al son productivo de su meditación; asemejándose en este punto a Nietzsche y sus argumentos anticristianos. La afinidad con Nietzsche se acentúa en el intento de una “transmutación de valores”; al igual que él, opone el principio de las “cosas mas cercanas al hombre" al concepto de la “verdad objetiva”, la “voluntad de poder" a la “voluntad hacia la idea”; de igual manera Rilke opone su concepto de lo inmanente a lo trascendente, la muerte personal del hombre a la voluntad de Dios. No obstante la diferencia entre ambos que probablemente sea determinante está en la discreción, suavidad, humildad y mesura con que Rilke dice todo esto. Si el lugar de “lo decible” está en la tierra, entonces la función humana más importante -y sobre todo del poeta- es “el decir”. En este sentido sería el poeta el salvador-cantor que redime de su desdicha la existencia contradictoria y fragmentaria del hombre.
Las palabras de Nietzsche como de Rilke (aquí también se puede incluir a Baudelaire) se fundan en un concepto intelectual en el que los elementos cristianos y anticristianos luchan entre sí en una sociedad estrecha. Y al realizar una valoración íntima y elementalmente psicológica de las figuras involucradas, inclinan su criterio hacia lo personal, dirigido por el orgullo de lo logrado mediante sus sentidos vitales y razón anhelada de abarcarlo todo y explicarlo todo.
Se presenta ahora el momento propicio para preguntarnos nuevamente ¿habrá podido expresar Rilke todo su corazón en sus libros? Para responder a ello habrá que tener en consideración lo que decía el viejo Pound: No tienen fin las cosas del corazón.
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BIBLIOGRAFIA
RAINER, Maria Rilke, El canto de Amor y Muerte del Corneta Cristóbal Rilke. Ediciones Universitarias de Valparaíso.
_ _ _ _ _ Poesías. Editorial Nascirniento; traducción de Yolanda Pino Saavedra.
HOLTHUSEN, Hans Egon, Rainer María Rilke. Editorial La Mandrágora, B. Aires.
BARJAU, Eustaquio, Rilke, el autor y su obra. Editorial Barcanoa, Barcelona.
RAINER, Maria Rilke. Cartas a una mujer joven. Editorial y Librería Goncourt, B. Aires.
__ _ _ _ Cartas a un joven poeta. Alianza Editorial, Madrid.