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APRECIACIONES SOBRE UN PAR DE FOTOS
"Un par de fotos" de Roberto Arellano Cohen

Por Reinaldo Marchant

 


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Habría que comenzar enfatizando que las fotografías son  el arte  de crear un poema con el flechazo de una imagen.  Es lo que trasunta en este libro del doctor Roberto Arellano Cohen, que contiene un título escueto: Un Par de Fotos. Así, a secas.

La historia del mundo recuerda muchísimos libros escritos en muchísimas épocas. De la misma manera,  la historia del mundo mantiene en la retina de la memoria, alguna  imagen capturada con ojo sensible en algún rincón del universo, que sostiene el mismo valor artístico que una obra escrita.

A veces podemos permanecer años divagando sobre los movimientos y las secretas palabras que contienen esas fotografías que de pronto nos conmueven, nos detienen, nos hacen reflexionar y pensar en su alado misterio.

Porque si penetramos a las entrañas de una fotografía, éstas contienen ese enigma artístico que los críticos especializados siempre desean que se insinuara y no se manifieste explícitamente para no afectar la curiosidad o el asombro.

Parece simple y no lo es. Una foto, o Un par de Fotos, como  se titula este volumen,  tiene el color de las sombras, el  olor a canela o al mosto de una campiña sureña, mantiene en la cintura el motivo de lo que no se ve ni se tocará, y, quizás por encima de cualquier asunto, brinda la posibilidad  para analizar sus trazados de diferentes maneras.

Veo en este texto,  palabras e  imágenes que son un solo cuerpo. Unidas por un cordón invisible, contienen el entresijo insondable de lo que asoma y lo que permanece en astuto ocultamiento. La suma de sus páginas constituye  un verso. Un poema. O la  leyenda que uno mismo escribe mientras contempla las representaciones que el lente osado pesquisó minutos antes de un sismo o en  la planicie de otro continente.

Subyace la fotografía a modo de  pan y masa, unidas en un solo cuerpo, que reclaman del fulgor de la imaginación contempladora.

Si ponemos la vista en el “Cráneo baleado”, por ejemplo,  imagen captada por su autor de un paciente tiroteado, lo que él hace es entregar un cúmulo de sensaciones y  proyecciones que van más allá del asunto médico, en efecto, resulta excitante  aquel orificio en la testa,  que imaginamos nos conduce  al lugar donde pernoctan los pensamiento de aquel individuo lastimado.

Muchos conocen al Quijote de la Mancha por la imagen esperpéntica que nos han retratado a través del tiempo. Muchos no necesitaron leer su famosa novela de caballería para conservar la proyección de su probable figura larga, flaca  y chascona.  Incluso, sus famosas locuras y frases, resultan extraordinariamente fascinantes por las luces que salpican ante nuestros ojos por su descripción fotográfica.

Una foto puede generar millones de emociones que a veces en un texto de 500 páginas no las encontramos.

Un óleo es una imagen. Una foto es  un óleo. Es decir, las fotografías y los cuadros son mellizos separados sólo en la forma de nacer: unos brotan con el pincel y el otro con el ajuste y la paciencia del ojo en acción.

Este libro, en varias de sus  muestras, resume lo anterior, con sus figuras vivas, que son seres de carne y huesos sorprendidos en un espacio corporal de aquello que llamamos existencia.

En esta aventura bicolor, se observan  iconografías que caminan. Que parecen representaciones pictóricas. Por instantes detenidas en un punto extremo del firmamento. Hay  imágenes de  tierra fértil. De  geografías  que avanzan cambiando de matices.

La infancia es una fotografía. Lo es a veces con sus texturas y relieves. A veces impregnados con colores azules en algunas etapas. O bañados de inmensidad según la llegada del atardecer: Estas fotografías que presentamos contienen  seres vivos,  que hablan, respiran y caminan. Que mantienen un destino en común: la traslación.

El libro del doctor Arellano Cohen manifiesta que  las fotografías nunca mueren. Incluso adquieren vida en un cortejo. Dentro del ataúd. En la postura inerte de quien ha llegado al descanso perpetuo, como se nos presenta en una excelente toma impresa en el texto.

Una fotografía puede sostener el nacimiento o el ocaso del planeta. En una sola instantánea escribe el dolor o el gozo de un hecho inolvidable.

El autor le traspasa  palpitaciones a las imágenes, las convierte en  un lenguaje balbuceante cuando ponemos el ojo en su diafragma.

Un par de fotos, invita a un recorrido en blanco y negro, con proyecciones sugerentes de distintos estados vitales, en sucesivas geografías cercanas o distantes, que mantienen en común un mismo hilo conductor, la misma letra, un solo corazón: retratar en una cara, en un organismo, la diversidad de la vida que el autor busca con insistencia.

Porque a  lo largo de este interesante volumen que hoy se desprende de su padre, hay fotografías de rostros, de ómnibus, de  momentos felices,  de vagones de trenes que parecen aguardar un destino incierto, aparecen sonrisas confrontadas a la leve melancolía,  que confluyen en un lugar y en un tiempo remoto, asoma el paseo de personas que nos indican la eternidad vital con la aparición de dos simples colores, el blanco y negro.

Resaltan rostros poblados de arrugas, la circunspecta Inspectora del ferrocarril, La Máscara Funeraria de Tutankamón, el Último Trago en París que levanta la mano vigorosa de una abuela, las Estatuas Callejeras,  el contraste  de las Procesiones, o aquel Huaso Chico que observa a su caballo tomando agua en el estero  del Arrayán.

Una fotografía  es un  pensativo niño que contempla metido en un árbol  la inmensidad de la tierra que desea salir a descubrir, quizás  Roberto Arellano Cohen es aquel niño…

Un niño que quiere volar como lo hacen las hojas otoñales.  Que siempre está pesando en el valor de los segundos de  la vida. En sus escondrijos. Y vertientes que refrescan los días que pasan.

Que busca conquistar  ventanas.

Ventanas para que entre la luna bailarina y para contemplar las costillas del cosmos omnipotente.

Ventanas para ver hacia donde caminan las cosas. Las imágenes. Él mismo…

Y toma instantáneas. Que, vaya sublime ingenuidad, que lo hacen creer que son instantáneas de los demás,  a saber, aquellas imágenes son las envestiduras del poeta que va creando poemas mientras peregrina por este maravilloso y misterioso universo.

 

Durante la presentación


 

 

 

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