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MESSI: POR QUÉ VINE…
*Por Reinaldo Edmundo Marchant
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Sin duda alguna esa pregunta –hace tiempo- recorre, como fuego atizado, por la mente de Lionel Messi: por qué vine… No le debía cuentas a nadie. Más bien era la Argentina, la podredumbre de la sociedad, la de ellos y la nuestra, quien debía explicar por qué motivos desecharon a esa perla maravillosa, que de pibe encantaba con la redonda en los pies, con sus piques eléctricos y esas fintas ondulantes que ni siquiera los golpes detenían. Se fijaron en su estatura, no en su maravilloso talento. Le negaron miserables mangos para un efímero tratamiento hormonal. Y acabaron con exiliar a Europa al pequeñín de doce años: por qué vine… ¡Pobre muchacho, quienes te fueron a buscar hoy te maltratan y a viva voz piden que te quedes, paradoja de un tango!
Messi nació en Rosario pero se formó integralmente en España. Ahí la vida cotidiana lo fue empapando con su rica historia y cultura. De sus nuevos coterráneos recibió amor, el reconocimiento y la admiración que en la lejana Sudamérica le negaron. Tanto lo marcó su nueva patria, sus nuevos amigos, que, al mirarlo, no parece de este continente, por sus buenos modales, formas, educación dentro y fuera de la cancha: Messi nunca ha lesionado a un compañero de profesión y casi no ha sido expulsado de un campo de juego. Nunca aprendió –quizás no lo entienda –el lunfardo. ¡De los potreros de su infancia, la maña cayó en el olvido, únicamente mantiene la deliciosa e inimitable magia de su arte!
En un artículo que escribí hace unos años (El Español Messi), surgido luego de comprobar que el genio del balompié mundial no era feliz cuando se ponía la camiseta de su selección, describí las maniobras del hábil dirigente Julio Grondona, omnímodo Presidente en ese instante de la AFA (si viviera hoy estaría preso por corrupción), quien lo entusiasmó tempranamente a defender los colores de Argentina: se apresuró a que debutaraa en un amistoso, sabiendo que, por reglamento de la FIFA, de esta manera se aseguraba que no representara a otro país en el futuro. ¡Esa fue la primera muerte de Lionel Messi!
Si hubiera seguido los pasos del mexicano Pedro González, por ejemplo, también llegado de pequeño a las fuerzas inferiores del Barcelona, hubiera sido Campeón del Mundo y Bicampeón de Europa con España. Por ende, estaría considerado, sin duda, como el máximo futbolista de todos los tiempos y esa Argentina, quien ahora lo llora y a la vez lo juzga, no escondería el orgullo de haber soplado al mundo a semejante ser humano. ¡La historia se escribió al revés!
¡Así se juega en América!, le gritó en la cara de Messi el árbitro colombiano, en la final de la Copa América 2015. El asombro del astro fue patético. Quedó un instante impávido. En Europa un patadón a mansalva en el estómago es tarjeta roja. ¡No tiene personalidad, no es un líder!, le sinceró Maradona a Pelé, en alusión a Messi. Odiosa y malintencionada frase. ¡Hoy el Diez, el Dios argentino, impreca que vuelva! Iniesta, un talento tímido, sin estridencia, también carece de personalidad, no se pinta el cuerpo, no usa aritos, no se ofusca ni se preocupa de los colores de sus zapatos, sin embargo, en lo que importa, el fútbol, lo hace magistralmente. Sin él, como en su momento Xavi Hernández, y los exquisitos laterales del Barza, Messi no habría conseguido un tercio de lo logrado. Todos ellos, junto al mejor trío del planeta: Suárez, Neymar y Messi, conformar una sinfonía de notas que deleitan, envuelven y colman de una felicidad indescriptible. ¿Esa clase de futbolistas los tiene Argentina?
Aquí topamos con el único y verdadero problema de la Selección Argentina: el plantel. Diego Armando Maradona, en México 1986, estuvo rodeado de un equipo compacto y sensacional: Pumpido –Romero no se le acerca un ápice-, defensas centrales extraordinarios, Brown, Pasarella – no jugó, pero estuvo-, Ruggiere, un par de laterales auténticos, más dos torres al medio, Batista y Giusti, y cinco números diez: Bochini, Borghi, Trobbiani, Burruchaga – que hacía las veces de atacante- y el Pelusa, junto al extraordinario Jorge Valdano, como delantero neto. ¡El banco de suplentes de esa selección era un exceso de deportistas virtuosos!
Ese secreto futbolero que armó Carlos Salvador Bilardo, no existe ni se podrá armar –al menos mientras Messi juegue por la albiceleste- en la Selección Argentina: los centrales no tienen la categoría de Ruggieri ni Brown, carece de laterales genuinos, pues Mercado y Rojo son marcadores centrales adaptados a esos puestos, ni tampoco es acompañado por mediocampistas y creadores exquisitos, como los de 1986 o con los que juega en el Barcelona. En otras palabras, Julio Grondona equivocó el tiro de astucia, imaginó que con Lionel Messi bastaba, que repetiría la gesta de México, pero sus malabares no le dieron para encontrar a otros integrantes fuera de lo común para confeccionar un elenco perfecto.
Hay indicios fúnebres del momento que vive la Selección Argentina. Messi, si le cabe algún reproche, demoró en ventilar el ¡ya está, la selección no es para mí!
La escuadra vecina recuerda a la pandemia de dengue que se generó luego que Brasil perdiera el título mundial en 1950, ¡pobre Barbosa, le achacaron todos los males –como a Messi-, fue declarado muerto en vida, prohibieron su entrada a los camarines por mufa, retiraron y prendieron fuego al arco maldito donde el uruguayo Alcides Ghiggia anotó el gol de la victoria! Barbosa, quien todavía continúa considerado como uno de los mejores goleros en la historia de Brasil, recibió el ensañamiento de la sociedad, era apuntado por un crimen que nunca cometió. Luego de esa derrota, los cariocas cambiaron hasta el color de la camiseta y sometieron a un drástico tratamiento sicológico a sus futbolistas.
Es probable que este maravilloso equipo argentino deba emular esa posibilidad, a juzgar por el descontrol, inseguridad y debilidad emocional evidente que demostraban algunas de sus figuras, contagiando, y era que no, a su máxima estrella, Lionel Messi, quien luego de errar el penalti en la gran final contra Chile, debe haber pensado: por qué vine… ¡Por qué!
Lamentablemente Julio Grondona, el otrora todo poderoso mandamás del balompié trasandino, descansa en paz. Si viviera, seguro estaría más ocupado de sus declaraciones al FBI –como Sergio Jadue y muchos otros-, que de la felicidad de un maravilloso muchacho, que hoy es asechado sin compasión, por todos los canales y maneras, en un festín cínico que retrata las miserias de la vida.
*Reinaldo Edmundo Marchant, novelista,cuentista y articulista, es autor de los libros de fútbol, La alegría del pueblo; Fintas y gambetas; Toco y me voy…; El ángel de las piernas torcidas, prologado por Jorge Valdano.