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Yeguas del Kilimanjaro de Rolando Martínez: una cacha larga, sucia y exquisita;
es decir, una cacha como debe ser

Por Juan José Podestá


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Rolando Martínez ha escrito un poemario de amor: amor a la niñez y adolescencia, a la provincia, amor a cierta estética, amor a la poesía. En su recorrido poético por las actrices pornos que lo llevaron al deliro en su adolescencia y niñez, Martínez cifra en clave metafórica la imaginación de una juventud, releva una geografía simbólica de toda una generación: la que se masturbó hasta el hartazgo con Tracy Lord, Ginger Lyyn  y Cía.

Pero también nos dibuja el mapa mental de esa camada de muchachos provincianos que sin pertenecer a directamente a los combativos ochenta, ni a los complacientes y falsamente coloridos noventa (que luego demostraron ser tan desteñidos como los más), quedaron rezagados de todo, por su edad y habitar tan lejos de donde todo estaba pasando: tampoco no tenían años para ganar becas al extranjero, leían lo que podían hallar en bibliotecas públicas hediondas y chicas, no tenían amigos con contactos ni tampoco vocación de héroes. Por ello se dedicaron a ver pornos como malos de la cabeza, a hablar puras huevás en los recreos de liceos fiscales, a mirar a las minas ricas en las fiestas y después hacerse, por lo menos, cuatro pajas. Y por supuesto, a pensar que convertirse en escritor era una opción válida en los tiempos del Sida. Esto convierte al poemario de Rolando en un libro casi épico, y de hecho lo es: es el canto a una muchachada que nunca tuvo ganas de cambiar el mundo, y sí, en cambio, de buscar programas más rápidos para bajar pornos vía Internet, o dar con los films japoneses y clase B más raros, que son los mejores, qué duda cabe.

Yeguas del Kilimanjaro es la versión porno de Mal de amor, de Oscar Hahn, pero ahí donde fracasa el iquiqueño en dar cuenta de la musa romántica (porque hay que decirlo, nadie puede ufanarse de haber escrito el mejor poemario amoroso; quizás el español Pedro Salinas, pero habría que entrar a picar), Martínez triunfa: no conozco empresa similar a la de éste, y poetizar a las musas del porno es francamente genial, y sólo se le podría haber ocurrido a un ariqueño, estos últimos tan dados a las rarezas, a exacerbar lo pop, lo grotesco.

Permítaseme una digresión: Yeguas del Kilimanjaro es un poemario de amor, pero podría haber sido más corto, como esas cachas con prostitutas que se terminan en dos minutos y que se antojan tan lejanas al ámbito amoroso, y que en realidad se acercan más de lo que quisiéramos al romance. Podríamos hablar, así, de una eventual mímesis entre texto y discurso (si pensamos que una actriz porno puede asemejarse a una prostituta, aunque no creo que Rolando esté de acuerdo), o una semejanza entre el contenido del texto y la forma en que éste se despliega. Sin embargo, el libro se nos releva como una cacha larga, sucia y exquisita, que son, lo sabemos todos, incluyendo a los sacerdotes, las mejores.

En definitiva, Rolando cuajó la ecuación perfecta: amor, pornografía, poesía, texto y discurso. Es decir, el equilibrio perfecto entre lo que decimos y hacemos, entre lo que queremos y lo que obtenemos, entre ingresos y egresos sentimentales.



 



 

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"Yeguas del Kilimanjaro" de Rolando Martínez:
una cacha larga, sucia y exquisita; es decir, una cacha como debe ser.
Por Juan José Podestá