Empotrada como un oasis en la antigua Biblioteca Nacional, se encontraba la conocida y popular Sección de Referencias Críticas, un remanso para el estudio, creación, encuentro de escritores, estudiantes y académicos. En su momento estelar, fue considerada como el espacio cultural con mayor calidad de vida en Santiago.
Protegido por enormes ventanales y atriles, el bullicio de la colindante Avenida Libertador Bernardo O’Higgins, con su incesante tráfico y peatones, no penetraba a aquel lugar sacrosanto, donde fortalecieron sus carreras literarias cientos de artistas y se escribieron sabrosas historias de buen amor, que por respeto a la pureza de aquellos inocentes actos sensitivos, más vale atesorarlos en el secreto árbol de la memoria, sin sacarlos a la luz para que la ponzoña nunca acabe con aquellos recuerdos tan inolvidables.
Personalmente, recalé en este singular y mítico espacio cultural a comienzo de los años ochenta, a sugerencia de mi profesor y poeta Roque Esteban Scarpa. Eran días de efervescencia social, de limitaciones gubernamentales, pero irónicamente con incesantes publicaciones artísticas en diarios y revistas a lo largo y ancho de Chile.
Extraordinarias camadas de críticos literarios, radicados desde Punta Arenas hasta Arica, semanalmente comentaban los libros que se publicaban con elementales e ingeniosas maneras, y los remitían infaltablemente para preservarlos en esta oficina pública.
Cada reseña y entrevista a autores, llegaba a esta sección, la que era recibida por un grupo de abnegados funcionarios de la institución, quienes la recortaban y conservaban cuidadosamente, para conocimiento, tareas y análisis de un público que seguidamente se apersonaban con avidez.
De este modo, la Sección de Críticas Literarias ganó fama de boca en boca, se convirtió en un ineludible punto de encuentro de creadores, analistas culturales, periodistas, académicos y estudiantes.
Mucho antes del inicio de horario de atención, estos especiales usuarios se aparecían con ansiedad fantasmal, en espera que abrieran el acceso de entrada, demostrando una puntualidad que quizás no expresaban en otras responsabilidades de la exigencia cotidiana.
La galería de visitantes (maravillosa flora y fauna) siempre llamaba la atención, por la excesiva puntualidad, las interminables lecturas a matutinos editados en pueblos remotos, el café de la mañana para espolear el ánimo (y en casos exclusivos los más valientes se animaban con la succión de un corto puro y a la vena), la imperdonable visita al mediodía al menú casero de un boliche aledaño y la culminación de sus obligaciones al desplomar el sol de la tarde.
Obliga reconocer que, en lo sucesivo, nadie se marchaba con el cumplimiento acabado en las manos, pues era común que, en alguna sala de la inmensa Biblioteca Nacional, se llevara a efecto un coloquio, charla o se presentara un nuevo volumen, vinito de honor de por medio, ofrecimiento que pocos desdeñaban para cerrar la áspera jornada como una merecida auto recompensa.
Resultaba una belleza indescriptible encontrar en este lugar a las figuras más prominentes y señeras de la literatura chilena, Premios Nacionales, poetas, cuentistas y narradores, quienes compartían amablemente con estudiantes y profesores.
También, concurrían intelectuales y profesores extranjeros, que durante meses utilizaban ese espacio para llevar adelante sus proyectos, estudiar a poetas y narradores criollos.
Enamoraba la vista encontrar en una mesa a José Donoso, Enrique Lafourcade, Cedomil Goic, Armando Uribe, Pedro Lastra, Oreste Plath, Jorge Teillier o Gonzalo Rojas –sólo por nombrar a algunos-, presencia sublime que realzaba el valor irrepetible de la Sección Referencias Críticas, sino también demostraba una ebullición cultural y, hacia adentro, una calidad de vida que desgraciadamente se esfumó como los mejores episodios del pasado.
No hubo un solo escritor que no visitara este espacio republicano. Lo hacían quienes vivían en la capital y aquellos artistas que venían de alejados territorios del país.
Cualquier visita a Santiago, comenzaba indefectiblemente en este maravilloso sitio, especie de puerto o estación, que congregó a lo más granado del mundo artístico y cultural de antaño.
Es dable precisar que este inédito lugar no hubiera sido posible sin la visión del poeta y Premio Nacional de Literatura, Roque Esteban Scarpa (1914-1995), quien, en su calidad de Director de la Biblioteca Nacional, lo creó y dispuso un equipo de lujo, que reunía todas las capacidades profesionales y humanas para llevar adelante la creación de la Oficina de Referencias Críticas, que se convertiría en un referente único y totalmente original en el continente.
Para su desarrollo, estuvieron al mando Justo Alarcón, Juan Camilo Lorca, José Aplazada (Q.E.D), Iván Buzeta, el Chico Rolando (que figuran en la foto superior) y otros funcionarios de semejante jerarquía.
Este equipo de profesionales, durante décadas, se relacionó con miles de escritores y académicos, brindando todas las condiciones para desarrollar los estudios o creaciones que confeccionaban.
¡Cuánto se extraña la Sección de Referencias Críticas! Un lugar donde simplemente se llegaba para apartarse del bullicio de la ciudad; donde siempre se encontraba a un creador, y se trabajaba bajo la calidad del silencio, para regresar a casa con bolsos llenos de sueños, de textos y de entrañable amistad.
Esta tragedia pandémica que nos ataca, brinda esa posibilidad de recordar aquella instancia maravillosa, llena de cultura y humanidad, que el fatal tiempo va dejando de lado, pero que todavía perdura en la memoria de los corazones.
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REFERENCIAS CRITICAS, UN LUGAR IRREPETIBLE
Por Reinaldo Edmundo Marchant