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Grabación encontrada

Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias, 15 de junio de 2020


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Alguien me sugirió hace poco, dadas las circunstancias, que nos comunicáramos por carta. Mi "no" fue instantáneo y espontáneo. Es decir, para alguien que vive la realidad como una categoría inestable no hay nada más hostil que las iniciativas románticas. Fobia a sobreactuar, a lo lúdico, a los rituales inventados e incluso a los convencionales. No tiene sentido escribir cartas a mano desde el momento en que ese formato comunicacional ha sido superado en eficiencia por otras modalidades tecnológicas. Hay gente que por algún motivo siente nostalgia del tiempo en que la contestación a las inquietudes y preguntas enviadas a un corresponsal lejano se demoraban veinte días en llegar. Esas dilaciones, más las estampillas y los timbres, le darían a la carta, según he escu-chado, una onda como de autenticidad que no encontraríamos en el simple mensaje telefónico. Romanticismo, en suma: la idea era que esas palabras trazadas con pluma sobre papel crudo debían cruzar tormentas, desiertos, incluso pasar a través de zonas en conflicto, en trenes nocturnos o en avionetas febles y se impregnaran así del vértigo de la vida. Cada cual, por cierto, tiene sus nostalgias particulares. Yo quisiera a veces con mucha intensidad despertar a fines de los años setenta, en verano, en una estancia sombría, y con las mangas de la camisa arremangadas aporrear durante un rato la máquina de escribir sintiendo que todo lo que se articula sobre la página tiene sentido, espesor y luminosidad. Luego, prender un cigarro y mirar por la ventana la calle, las frondosidades secas, percibir incluso al fondo la espuma y las rocas filudas de una rompiente. Después tomarme un corto de whisky con un segundo cigarro. Claro, la nostalgia es casi siempre un reclamo al presente, una cristalización de leves frustraciones que no se disuelven con los años y que presionan en los momentos "menos pensados", en los sueños, en los descuidos.

Escuché hace no mucho un casete que mi abuela materna nos mandó desde Estados Unidos (que quedaba tan lejos) a comienzos de los setenta, me parece que andaba cerca de San Diego haciendo no sé qué, y en la grabación describía playas, caminos, bosques, casas, nos restituía oralmente el paisaje que la rodeaba con un tono chileno atenuado y sensible. Me gustó mucho abstraerme en sus palabras. Sentí nostalgia de algo que nunca había conocido y me dio mucha pena darme cuenta de que nunca le pregunté nada directamente. Una vez Germán Marín desesperó a Adolfo Couve en Cartagena buscando el lugar preciso -la roca específica- de una foto suya de infancia Marcel Schwob viajó miles de kilómetros hasta las Islas del Sur para conocer o reconocer la tumba de Stevenson. Quizás debiera irme un día a San Diego a buscar las playas y los bosques que vio mi abuela Esperanza un día que ya se desvanece en la franja del olvido. Sería un acto de redención antes de que se haga demasiado tarde.



 

 

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Grabación encontrada
Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias, 15 de junio de 2020