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Interlocutores lejanos

Por Roberto Merino
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 4 de noviembre de 2018



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En el proceso de quedarse dormido hay un momento, el primer indicio del declive, en el cual pareciera predominar lo verbal por sobre las imágenes. Lo que se libera antes que nada son frases, retazos de palabras que no se sabe de dónde vienen ni para dónde van.

A veces, incluso, dependiendo del grado relativo de inmersión en el sueño, uno alcanza a contestar estas frases realmente, como podría probarlo un ocasional testigo. La idea es muy bonita: un diálogo en que un interlocutor está por allá lejos, más allá de una frontera, en tanto el otro persiste en quedarse todavía un instante en la parte conocida —consensual— de la realidad.

Usando a saco el título de Lamb podríamos hablar de "corresponsales lejanos", o bien de comunicación a larga distancia en el ámbito de una mente única.

Hace muy poco, tirado de espaldas en la cama donde paso el tiempo, mirando "al revés" las cortinas que tamizaban la luz de la tarde, se me cerraron los ojos y junto con la sensación de despegue o de caída, habitual en el sueño incipiente, escuché la voz de una niña que decía: "Cómo escribo esta línea en tres segundos, antes que se despierte la bestia del pensamiento".

A la niña de la voz la conozco mucho, y la escritura es uno de los temas principales de su vida, de modo que no sé si con ese enigma se hacía preguntas difíciles a sí misma usándome a mí como amplificador o caja de resonancia.

Me pregunto, a propósito, si en la vida contemporánea se dará el caso de que lo que sueñe uno tenga sentido en el curso de la vida de otro. Probablemente no.

Justo Mellado me contó algo de su experiencia de ciclista trashumante, algo de hace años, un amanecer en que iba pedaleando por unas rutas rurales secundarias, cerca de Carahue, y no lograba despojarse de los contenidos mentales que cargaba desde Santiago. Recordó el Zen, el mundo es la sombra de la rueda de tu bicicleta en el camino, no te salgas de ahí. Lo hizo, mientras avanzaba se fue quedando en esa huella inestable. Al poco rato se le empezó a abrir el paisaje, los sonidos, obtuvo una especie de conciencia lúcida y prescindente de su aquí y de su ahora.

Escribir evitando que se presente la bestia del pensamiento es una empresa difícil, en tanto el pensamiento tiende a apoderarse de todo cuanto le circunda. Se apodera, también, como se ha dicho, de sí mismo, y en ese trance pensamos que pensamos y luego pensamos que nos damos cuenta de ello.

¿Qué preguntaba la niña del sueño? No sé. Hablaba de una línea proyectada en tres segundos, algo así como un flash, una revelación, una palabra clave, un número. No alcanzó a darse una respuesta porque ese sueño me llevó a otro sueño y al despertar la bestia del pensamiento parecía que estaba junto a mí, esperando impaciente.

 

 

Imagen: Sueño de Chilam Balam (2015) de Antún Kojtom
Óleo sobre tela. 100 x 118 cm


 



 

 

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Por Roberto Merino
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio.
4 de noviembre de 2018