Me preguntaron con qué frecuencia pensaba en el Imperio romano. Se trataba de una encuesta, investigación, juego, no sé qué. Contesté que por lo menos una vez al día. Todos se rieron porque esta respuesta se sumaba a las conclusiones generales del experimento: los hombres tienen presente el Imperio romano en sus vidas, las mujeres casi nada.
Hace años, a partir de una página web que recopilaba sueños que la gente tenía con la cantante Celine Dion, se me ocurrió hacer algo similar en Chile pero con la figura de Augusto Pinochet. Me había dado cuenta también de que soñar con Pinochet era porcentualmente cuestión de hombres. En la dimensión paralela de la psiquis, el dictador (que alguien llamó alguna vez El Nuevo Sansón) parecía adoptar algún rol arquetípico, quizás el de consejero onírico. La chilenidad del personaje nos hacía experimentar una familiaridad paradójica al observarlo todas las noches en las noticias de la televisión: tantas veces habíamos percibido —en cientos de otros veteranos locales— esa mirada oblicua, ese bigotillo, esa voz aguda que pasaba del susurro a los gritos. En definitiva, reconocíamos la socarronería, lo ladino de Pinochet, su forma de ser cuando estaba en confianza o no estaba enojado. Ese mismo reconocimiento hacía que en sueños pareciera una persona confiable. No olvidemos que tanto Allende como Prats, en la dura realidad, confiaron en él.
Una vez Pinochet confesó identificarse con el militar romano Cincinato, que encabezó un par de dictaduras, sumó triunfos en la guerra y más tarde se retiró al campo a ejercer la agricultura. Parece que Cincinato estaba blindado de virtudes clásicas.
Pero, claro, ¿cómo no tener en mente el mundo romano si tantas cosas pendientes de nuestra cotidianeidad parecen estar cifradas en su lejana existencia?
Los iluminadores libros de la literatura latina nos muestran varias capas sobreproyectadas de la condición humana, dimensión a la que nuestro mundo no es ajeno. La traición, el caos de las ciudades, la locura, la depredación psicológica de la sátira, el arribismo, la petulancia, las batallas imposibles en bosques extranjeros: todo aquello es parte del realismo literario romano, tan cercano a la materialidad sensorial de la vida.
Me acuerdo ahora de puras cosas sueltas, anoto unas pocas: Nerón mandando a cerrar las puertas del teatro para que el público no huyera de sus recitaciones poéticas, según el pelador de Suetonio. La muerte del griego y calvo Esquilo contada por Claudio Eliano en su libro sobre los animales: mientras meditaba en la playa le cayó una tortuga en la cabeza (soltada desde las alturas por un pájaro de rapiña). El lobezno que recogió el niño Claudio en su túnica, también soltado desde lo alto por un ave de presa (lo que se consideró un augurio de su futuro reinado). Horacio asediado por los lateros y por los peloteros. La respuesta de Marcial a un impertinente que le preguntó qué le producía su finca campestre: "Esto me produce: el no verte". Lucano describiendo a unos bárbaros en la pelea: "Agitaban las melenas sangrientas".
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Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias, 2 de octubre de 2023