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El engañoso yo

Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias, 14 de febrero de 2022


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Uno de mis interlocutores frecuentes tiene una buena teoría: dice que los tipos que manifiestan un amor erudito y sensual por la naturaleza en realidad se aman a si mismos; que en cada forma sinuosa, en cada apertura floral, en cada tronco retorcido que destacan en su conversación se representan a si mismos como Narcisos que contemplaran un reflejo mental.

Lo mismo se podría afirmar de ciertos amantes del jazz, de algunos "lectores impenitentes", de gente que ha ornamentado a través del tiempo una pequeña parcela de conocimientos puros, despojados de la experiencia real. Los más complejos, hasta donde yo sé, son los buenoides, los que han elegido como espejo secreto de su ego el amor a la humanidad, las buenísimas intenciones, la contrición teatral ante el sufrimiento humano.

La idea es plausible, ya que el narcisista debe sortear los escrúpulos que la civilización nos ha legado y jamás —salvo casos extremos— llega a exhibir el yo desnudo, monstruosidad cuya visión directa podría asustar a la claque sugestionable y huidiza.

Esos viejos que la comunidad televisiva unge como "sabios de la tribu", cuya función es denunciar las insistentes falencias de nuestra sociedad, nuestro egoísmo y materialismo, disfrazan con el aura de la virtud la presencia pesada de egos edulcorados y sobajeados por décadas de veneración.

A todos nos enseñaron que es muy mala educación hablar de nosotros mismos más allá de un nivel estrictamente informativo. Que es recomendable manifestar interés por la vida de los demás, saber los nombres de las personas que no conocemos cabalmente, mandar saludos de cumpleaños, eventualmente hacer regalos que no comprometan al otro ni dejen en evidencia diferencias económicas: un frasco de erizos, un libro difícil de encontrar que el destinatario secretamente desee, un objeto estético pero no lujoso.

El grueso de la gente celebra en ciertas circunstancias a los narcisistas, sean éstos peligrosos o no. Charles Manson, tras el asesinato de Sharon Tate y de otras personas, recibió miles de solicitudes matrimoniales y de incorporación a su secta. Esto explica también el éxito de esas entrevistas donde Mohammed Ali grita a la cámara que él es el mejor, el más bello, el más inteligente. O el de los raperos de las micros cuya poética consiste básicamente en recalcar que ellos son bacanes, que tienen calle, que no les cuentan cuentos, que las cachan todas. Jimi Hendrix, en cambio, cuando le preguntaron si se consideraba el mejor guitarrista del mundo, contestó que esa clase de pensamientos lo distraían de su trabajo.

Unos capítulos de Ecce homo, el último libro de Nietzsche, de 1908, se titulan "Por qué soy tan inteligente", "Por qué escribo tan bien". El efecto es hilarante, dado el volumen expresivo del autor, siempre tan sorprendente. Me imagino que ese tipo de cosas tenía en mente Jung cuando declaró que la profesión de médico le habia impedido, al contrario de Nietzsche, caer en la irrealidad.


 



 



 

 

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El engañoso yo
Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias, 14 de febrero de 2022