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Playas de un día

Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimos Noticias, 5 de abril de 2021




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Quizás desde cuándo el hecho de viajar está relacionado con el anhelo, con la ansiedad, con el vacío que no se llena jamás. Y quizás desde cuándo esa molesta sensación del espacio insaciable se considera buena. Es posible que Baudelaire haya dejado esa marca cultural, pero no me consta.

Nos dicen al paso que la necesidad de largarse a mundos lejanos existe "desde que el hombre es hombre", lo que nos parece una estimación imprecisa. Los indígenas fueguinos que se llevaron los ingleses del Beagle no mostraban nada parecido a esta inquietud romántica. Todo lo contrario, en cuanto la embarcación de Fitz-Roy se metió mar adentro ellos se pusieron a temblar en la cubierta, porque identificaban las regiones desconocidas con la muerte.

En cierto modo tenían la razón. Qué otra cosa podríamos sentir ante la hostilidad terrible del mar, ante la oscilación furiosa de las masas de agua en una tormenta. Qué decir de los fondos inexplorados, con pescados de jetas monstruosas y ojos de muerto. Qué pensar de los buques naufragados, inertes allá abajo en su existencia fantasmal, monótona, imprecisa.

El almirante José Toribio Merino decía que el chileno era marítimo, a diferencia del ruso, "terrestre, semivegetal". No sé. Quizás en el próximo censo se deberían incluir las preguntas "¿conoce usted el mar?", "¿le gusta a usted el cochayuyo?". Nos podríamos llevar una sorpresa. Al menos hasta hace unos treinta años era mucha la gente de los campos que no conocía el mar por el simple hecho de que no tenía nada que hacer ahí. A una empleada de mi casa la llevaron a conocer el mar y cuando lo vio le vino un ataque de risa incontrolable.

Haciendo ahora una mediana introspección, o, como dirían antes "un ejercicio de honestidad", me queda claro que no quisiera ser invitado a lugares extraños, de costumbres distintas, de fauna variada y peligrosa. Tampoco a ciudades inmensas, con muchas cosas para admirar. A estas alturas de la vida todo se me aparece a punto de pasar a la irrealidad, por tanto me resulta totalmente ajena la emoción del turista.

Si hay algo que resulta secretamente desolador son los turistas y sus registros fotográficos: sonriendo en mitad de lago Titicaca, sonriendo en una choza de corteza en la Cochinchina, sonriendo entre unos indios amazónicos que les cargan el equipaje, sonriendo en algo nevado junto a unos aparentes cherpas, sonriendo en templos budistas, sonriendo junto a sudras en calles rojas de ciudades innombrables.

A esta edad, decía, todo se vuelve un poco irreal, por tanto para mí están bien las playas, las extensas fronteras con lo ignoto a las que se puede ir por el día, en una acción que no amerita para ser considerada un viaje. Las playas de siempre. Las repaso en la memoria y en los mapas y planeo incursiones que espero realizar en un tiempo prudente. Me gusta la idea de su permanencia, su cercanía, sus nombres sucesivos: playa de las conchitas, de la punta, de los ahogados, las rompientes, los yuyos, los lilenes.

 

 



 

 

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Playas de un día
Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimos Noticias, 5 de abril de 2021