Fue Jung el que aclaró un problema muy simple, que de tan simple no le hacemos mucho caso: el hecho de que una de las condiciones para vivir bien o feliz o al menos liviano consiste en tener pagadas las deudas. Pagadas, regularizadas o simplemente detectadas.
Eso estimula el sueño por las noches y aliviana los pasos durante el día. Uno, en tales circunstancias, pareciera contar con más tiempo para vivir, en la medida en que no anda permanentemente a la espera de su perseguidor. Hay que imaginar los sueños del deudor consuetudinario: unas nubes en que concurren su padre muerto y el ángel de la guarda. Pasado un rato estos seres protectores se diluyen en el vapor y a través de una puerta imposible aparece el cobrador, un hombre de abrigo café y de maletín James Bond que conoce los domicilios de todos los morosos. Sólo viene a decir: "El denuncio está cursado".
Cuando menciono a Jung podría haberlo hecho con Smiles, el consejero inglés de la población victoriana promedio,
autor del libro El perfecto empleado, cuya visión del mundo nos parece, por decir lo menos, empobrecedora, falta de aura. Por el contrario, acudir en busca de orientación sobre la felicidad a un psicólogo de la complejidad nos podría dejar en el camino brumoso, luchando con un enredo de neologismos y de frases cuyo sentido no alcanzamos a dilucidar.
Cuando yo saqué mi primer libro, en 1987, se me ocurrió venderlo por adelantado a personas que conocía más o menos de cerca. Uno de mis amigos circunstanciales hizo algo extraño: no me había comprado nada y quizás se sentía culposo por ello, a causa de esa changanga moralista que circula en relación al apoyo a los jóvenes escritores. El asunto es que una noche, mientras entraba rápido al edificio donde vivía, me dijo de una vereda a otra: "Estamos esperando tu libro... Yo ya me inscribí con uno". Me parece que el tipo utilizó un artilugio increíble para convertirme de acreedor en deudor suyo. En los años siguientes, al cruzarme con él, me
venia la desagradable sensación de que le debía algo.
El dinero, como todas aquellas cosas que se alcanzan más por factores insondables antes que por el mérito y sus penosos trabajos, siempre se nos presenta en la esfera de lo mágico. Conjuros, palos al gato, palabras prodigiosas, mandas, pulseras de la fortuna, billetes sacrificados a Buda, cambios de gobierno, cambios de sistemas nacionales de financiamiento, asesorías de expertos, todo eso pertenece al mundo de la fe. El propósito de ser rico generalmente se mete en el saco de "los sueños" de la gente: se lo describe precisamente como una experiencia irracional.
Finalmente, lo más gracioso del caso son esos profesores que se ofrecen a enseñar la forma de ser exitosos: cómo dejar de girar en la rueda de la mediocridad económica. Lo que yo pensaba era que, si tuviera tales conocimientos y por ende plata, no me veo marcando tarjeta y cumpliendo horas en un instituto de enseñanza.
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Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias, 4 de septiembre 2023