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Junto a la palma

Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias. 21 de septiembre de 2020


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No se imaginan los jóvenes actuales lo mucho que en los años 60 tocaban en la radio la canción "Guantanamera". A mí me caía pésimo porque los adultos hacían ademán de estar escuchando algo muy profundo y porque lo que decía el cantante no se entendía nada. A los siete años uno había aprendido al fin lo que era un verso, pero en este caso el verso era "de un verde claro y de un carmín encendido", lo que enredaba las cosas. La misma palabra carmín no se usaba corrientemente en Chile y hubiera dado lo mismo reemplazarla por puercoespín. La imagen de un puercoespin quemándose en un plano de letras verde claro uno la intuía como estúpida, tediosa, incomunicable.

El hecho es que después decían que esta canción era de la nostalgia de los cubanos que arrancaron de Castro y del Che Guevara y por eso le caía mal a la gente que consideraba que era bueno quedarse en Cuba aunque hubiera fusilamientos. No lo sé. Uno pensaba en el "ciervo herido que en el monte busca amparo" y adjudicaba su penosa situación a esa clase de balaceras. Pobre ciervo cojo color barquillo dejando una estela de sangre por un sendero tapado de hojas secas.

Muchos años después supe que la letra de la canción, o parte de ella, pertenecía al poeta libertario y prócer José Martí, cuyas fotografias se ornamentaban en las viejas revistas con unas trenzas de laureles como marco. Acabo ahora de enterarme de que, igualmente, es de la autoría de Martí esa instrucción o sugerencia que todo el mundo conoce: un hombre debe escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo, otro quebradero de cabeza para los niños que creen que las palabras —los dichos, las sentencias, las admoniciones— son verdades en sí mismas.

Cada tanto repaso cómo ha andado mi vida en relación a esas tres deudas morales (que sin pensarlo demasiado vamos sumando en un bulto oscuro a las otras deudas, las hipotecarias, las emocionales, las de la linea de crédito y las de los créditos de consumo). Bueno, parece que en este rango he cumplido: tengo dos hijos, he escrito hartos libros y creo que —de haberse dado las condiciones— planté un árbol a los trece años en el campo al escupir un cuesco de durazno al que le achunté con una bolea antes de que cayera al suelo. Lo disparé lejos y la tierra de esa zona era bien fértil, así es que debe haber crecido ventajosamente.

Por mi ventana veo las palmeras del antejardín del edificio, un paisaje que a nadie le parece raro a pesar de la identificación icónica de las palmeras con las islas del Caribe. Pero en Santiago siempre ha habido, en los patios de las viejas casas, en los parques, en los cerros frente al mar, palmeras chilenas achaparradas y de las otras, las larguiruchas. Alguien me contó que las de mi edificio aparecieron solas después de las inundaciones de 1982. Vinieron desde quizás quién sabe dónde y simplemente se fueron quedando.



 

 

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Junto a la palma
Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias. 21 de septiembre de 2020