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Padres que se van

Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias. 26 de octubre de 2020



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Seguro que en alguna parte han inventado un nombre para designar ese momento en que uno ya no puede seguir responsabilizando a su padre de las cosas adversas que se le presentan en la vida, particularmente los fracasos. Es un momento importante, un paso posterior a la adultez, una experiencia de soledad profunda, por cuanto implica soltar a un fantasma que no queríamos que se fuera de nuestro lado. Y este fenómeno sucede por lo general cuando tenemos más años de los que tenía nuestro padre al morir. O sea, mirado desde afuera, hay en este caso dos viejos protagonizando un episodio ambiguo.

Es posible que seamos animales muy acomodaticios, y que de todos los discursos el de la responsabilidad individual sea el más difícil de hacer coincidir con nuestro ánimo. Siempre es más fácil buscar una circunstancia expiatoria, un empedrado fuera de nuestro alcance, un gobierno, un sistema que conspiró para que no se cumplieran nuestros sueños.

Me desligo un poco de esta especie de ley en la medida en que nunca tuve demasiadas expectativas. Por un desperfecto genético no puedo internalizar la noción de futuro, de modo que he entendido la vida como un presente muy nítido, como una cuestión muy vertiginosa y de plazo muy corto. Esto me impediría declamar sinceramente el famoso poema de Guillermo Blest Gana: "Al llegar a la página postrera de la tragicomedia de mi vida / vuelvo la vista al punto de partida, con el dolor del que ya nada espera". De hecho, no hay punto de partida. O ha habido muchos que se han ido olvidando.

Ignoro cómo será en los detalles crecer sin padre. Qué formas adopta la intimidad, qué cosas se van poniendo en el lugar del ausente, para ocultar precisamente su ausencia y darle a la vez un lugar en el espacio. Qué pasa con las canciones escuchadas de noche con la radio muy despacio. Cómo se sienten los regresos de los viajes a la playa cuando uno se va adormeciendo en el asiento de atrás del auto y ve pasar por el vidrio de la ventana luces difíciles de precisar o descomposiciones cromáticas fugaces.

El cantante Wildo decía el otro día en una entrevista que solo una vez en su vida vio a su papá. Cuando chico iba volviendo del colegio en el barrio Yungay y un señor lo paró en la calle y le dijo que era su papá y le prometió visita para el domingo. Se entusiasmó con la idea pero el padre nunca llegó, ni ese domingo ni ninguno.

Otro caso es el de Augusto D'Halmar, que parece haber creado una biografía fantasiosa para cubrir ese brecha de vacío que dejó su padre al abandonarlo antes de nacer, es decir, al abandonarlo precisamente porque iba a nacer. Hay que imaginar el cansancio de D'Halmar al tener que echarse sobre los hombros —sin plata por lo demás— la deserción de ese impreciso aventurero danés, o francés o algo de un país. A D'Halmar se lo encontró una vez Edwards Bello en el centro a principios de los años 40. Estaba viejo, agotado, pobre. Por eso se le ocurrió insistir entre sus contactos políticos para que se creara de una vez el Premio Nacional de Literatura.



 

 

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Padres que se van
Por Roberto Merino
Publicado en Las Últimas Noticias. 26 de octubre de 2020