Proyecto
Patrimonio - 2012 | index
| Rosabetty Muñoz | Autores |
ROSABETTY MUÑOZ:
ENTRE EL AGUA Y LA FURIA
Mª ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ
Universidad de Salamanca, España
mapl@usal.es
En América sin nombre, no 16 (2011) 113-120
.. .. .. .. ..
RESUMEN
En el presente artículo se analizan los poemarios Hijos (1991), Ratada (2005) y En nombre de
ninguna (2008) de Rosabetty Muñoz (Ancud, 1960) para señalar los elementos que conforman
el carácter distópico de su obra y la atraviesan como si fuera un cuerpo: el cuerpo físico del país
–la geografía de Chiloé y su cultura depredada–; el cuerpo de la mujer que es sujeto del poema
y en su condición de madre engendra el agua y la furia, pues será convertida por el poema en
archipiélago y dará lugar a una desazonada revisión del mito materno dentro de lo que he llamado poética de la culpa; y por último, el cuerpo del poema como espacio horadado en el que
los tres libros propuestos entran sin temor en las zonas del tabú o lo siniestro y sorprenden y
conmocionan por su violencia verbal.
Palabras clave: Rosabetty Muñoz, poesía chilota, distopía, maternidad.
ABSTRACT
This article analyses the collection of poems Hijos (1991), Ratada (2005) and En nombre
de ninguna (2008) by Rosabetty Muñoz (Ancud, 1960) to highlight the elements that shape
the dystopic nature of her work, cutting across it as if it were a body, the physical body of a
country – the geography of Chiloe and its devasted culture. The female body, the subject of the
poem in the form of a mother, brings forth water and fury, which is turned into an archipelago
by the poem which creates a distressed revision of the maternity myth which I have called the
poética de la culpa. Finally, the body of the poem becomes a carved out space in which the three
books proposed enter fearlessly into tabu topics or into the sinister or the surprising that shock
by its verbal violence.
Key words: Rosabetty Muñoz, Chilote poetry, dystopia, maternity.
En su conjunto, la poesía de Rosabetty
Muñoz (Ancud, 1960) se inscribe de modo
inequívoco en los márgenes que define la geografía
de Chiloé, con una señalada vocación
de pertenencia a un espacio físico –el sur de
Chile–, cuyo imaginario reescribe en términos
antiutópicos tal como ha advertido Óscar
Galindo (2001, pp. 223-233). La destrucción
de los anclajes que erigían ese imaginario será
particularmente demoledora: la miseria acampa en medio de lugares todavía semivírgenes
y el topos se recubre de dolor. Dominado
por la noción de colectividad (Canto de una
oveja del rebaño, Santiago, Ariel, 1981; Valdivia,
El Kultrún, 1994 [1]); por el dolor como «único lenguaje/ que traspasará la historia»
(En lugar de morir, Santiago, Cambio, 1986);
por el cuidado de la especie (Hijos, Valdivia,
El Kultrún, 1991); la configuración simbólica
de un espacio cultural (Baile de señoritas, Valdivia, El Kultrún, 1994; La Santa. Historia
de su elevación, Santiago, Lom, 1998;
Sombras en el Rosselot, Santiago, Lom, 2002);
la podredumbre y la violencia que corporeizan
las ratas (Ratada, Santiago, LOM, 2005)
o el desamparo que engendra el aborto (En
nombre de ninguna, Valdivia, El Kultrún,
2008 [2]), presenta un carácter distópico que
atraviesa los diversos estratos del territorio
como si fuera un cuerpo: el de la mujer que es
sujeto del poema y en su condición de madre
engendra el agua y la furia; el cuerpo físico
del país –ese sur del sur abierto a todas las
significaciones– y por último, el cuerpo del
poema como espacio horadado.
Cuerpo y territorio: el poemario Hijos
El primer poema de Hijos propone una
traslación metafórica que convierte el cuerpo
en territorio y a su vez, éste en cuerpo. Como
si hubiese que marcar los accidentes del
terreno, la descripción espacial se adueña del
poema y transforma el yo lírico en isla, o mejor,
en archipiélago, fragmentando el cuerpo
del texto que, como el lugar descrito, expulsa
de sí cualquier idealización:
«Travesía»
La geografía de mis interiores
. .. .. .. a tu disposición
tripulante amado.
Para que vayas bordeando los puertos
.. .. de las gastadas vísceras
donde almaceno residuos de vidas anteriores.
El de crecidos ojos
.. .. recolecta brújulas, mascarones de proa
revisa los velámenes
y emprende el viaje.
Para adormecerlo repito nombres
de islas mancornadas, lluviosas
resplandecientes de estrellas y abandonadas.
Así, el archipiélago va quedando señalado
por viajeros intrépidos que revelan los misterios
de una tierra tan poco parecida al paraíso
[3].
Bajo el signo de la distopía, el cuerpo (en
sus gastadas vísceras) y la tierra (tan poco parecida
al paraíso) aproximan sus límites en un
esfuerzo metafórico muy notable que recorre
el libro. Los poemas llevan por título islas,
islotes y canales de Chiloé: Chacao, Lacao,
Doña Sebastiana, Quinchao, Aulín y un largo
etcétera, en una geografía que es amorosa y también de pérdidas: la topografía que recorre
Hijos presenta al yo poético como puente y
canal –así en el bellísimo «Caucahué», que
recuerda el sentido etimológico del término
(«lugar de gaviotas grandes»[4]) cuando dice: «Cada clavo es bello en el orden final./ La
suma de todo te devolverá a mis brazos/ como
la gaviota que se posa sobre la catedral/ cada
tarde»– y la madre como el único anclaje posible
(«hijos buscando una madre que cuelgue
el sol/ del que será su puerto para siempre»). Mientras, el padre es «un callejón de casas altas/
y ventanas oscuras» cuya búsqueda tiene
resonancias históricas y míticas:
Conocerás a tu padre.
Él es un callejón de casas altas
..... y ventanas oscuras.
De estas que hay en las islas.
En la última ventana, una luz.
Y uno recorre toda la calle
y todas las piezas
buscando esa luz.
(«Tranqui»)
Por otro lado, se intensifica la relación
arriba apuntada entre género y territorio,
porque aunque las marcas de género no están
presentes en todos los poemas, en aquellos en
que sí aparecen delimitan un campo extraordinariamente
fecundo, el de la mujer-madre
que es también archipiélago con todos sus
vástagos disgregados (desmembrados de ella
y de sí):
Crezco desproporcionada.
Como piedrecitas se disgregan los vástagos
en los caminos
. . .. .. .. . que ya son surcos
. . .. .. .. . que son líneas,
. . .. .. .. . que se pierden...
. . .. . .. .. .. . . .. .. . («Añihué)
Si en Baile de señoritas el archipiélago
tendrá «maternal consistencia»[5], aquí la
madre-isla es soberana de un territorio de
náufragos, de mapas invadidos por lo ajeno,
por la depredación:
(…) No me cansaré de cruzar el canal
para palparte y mirarte
aunque me vaya confundiendo
. . .. .. .. . con tanto náufrago
que huye de los invasores.
. . .. .. . . .. .. .. . .. . («Mechuque»)
Que la hablante se mida a sí y a los otros
en términos espaciales y geométricos («El
perímetro de mi vida/ llenándote el globo del
ojo»), atempera la parte emotiva y desgarrada
del poemario, porque la madre va nombrando
el mundo para los hijos y buscando las palabras
que cartografían la realidad chilota: lo
pobre, lo miserable, la ausencia, la pedrada, el
goce dolorido. Como dueña de las palabras,
la madre enseña también lo terrible, el peso
innoble de la vida, y cuida de sus débiles crías
hasta que éstas se vuelvan «jueces implacables » (del poema «Cheniao») pues es tremenda la presión que ejerce el hijo desde el útero[6].
Al tiempo, la imbricación con el territorio
es tan fuerte que constituye, vertebralmente,
la masa de la psique: cuando en el impactante
poema final «No se crían hijos para verlos
morir», dice la poeta: «La ansiedad es un arrecife/
donde acerados corales/ hieren los cuerpos
amados», reconfigura distópicamente un
imaginario que ella misma ha subrayado por
su relevancia. En una larga entrevista concedida
a Yanko González Cangas, afirmaba Muñoz: «percibo mi trabajo como un proyecto
circular en cuyo centro está Chiloé y toda su
carga en una especie de estallido primigenio,
como el poderoso inicio del universo. Desde
ahí, la palabra poética se hace cargo de juntar
algunos fragmentos y va dando cuenta de esta
astillada realidad que funde un antes con el
presente y que apuesta por un devenir donde
este procedimiento es esencial» (González
Cangas, 1999).
De un lado, se problematiza el espacio
geográfico y cultural, que en una lectura de
tipo sociológico ha sido abordado como el
esfuerzo por «exhibir la tremenda desigualdad
de poder que hay en la pugna entre las
fuerzas de la maternidad y las del capital
foráneo continental y su base política que
han irrumpido en una tierra imaginada con
un pasado de comunión», en palabras de
Sergio Mansilla (2002)[7], quien pone el énfasis
en aquellos significantes cuya connotación es
ideológica.
De otro, se introduce la noción de distrofia
en la experiencia misma de la maternidad,
que en lugar de ser el espacio arcádico al que
se refiere Iván Carrasco (1991, pp. 7-10) en
su prólogo al libro, resulta, en mi opinión,
severamente problematizado. Al señalar ambos
aspectos, propongo no reducir Hijos a
la presencia de aquellos ideologemas que
permitan una lectura de tipo historicista o
sociologicista, como la presencia de lo militar
con su carga autoritaria y represiva en el
contexto dictatorial chileno, sino ensancharlo
hasta incluir también la fractura de aquellos
elementos del imaginario cultural por los que
la mujer debe ser una «suficientemente buena
madre»[8]. Veremos agudizado este aspecto en
su último libro, pero ya Hijos articula una
desazonada revisión del mito materno al
sugerir, con Simone de Beauvoir, Adrienne
Rich y Julia Kristeva, que el deseo femenino
es ambiguo en lugar de ser maternal o
anti-maternal, de modo que la ambivalencia
sería la característica de la maternidad[9]. Así,
el dolor muñociano no es solo histórico sino
que también se vincula al género y alcanza lo
ontológico y lo existencial.
Ratada: discrepancia y género
El epígrafe que abre Ratada sitúa el libro
como una relación oscura transitada por el
miedo y la pena: «Mi madre dice que cuando
uno tiene una pena muy grande o mucho miedo,
se le llena la cabeza de piojos. Ella lo ha
visto: Todos esos bichos están dentro de uno,
eso dice» (Muñoz, 2005).
La cartografía poética de Chiloé que había
desarrollado Hijos y después había sido nutrida
en sus aspectos más intensos e inquietantes
por Baile de señoritas, La Santa y Sombras
en el Rosselot, va a alcanzar su paroxismo en
Ratada, cuyo título resulta suficientemente
expresivo. El territorio se seca, los adjetivos
se nublan y oscurecen, el bestiario se puebla
de gusanos y ratas y por último, la violencia
asociada a la miseria se infiltra en la totalidad
del libro, que ha sido leído por Iván Carrasco
como alegoría de la dictadura militar en Chile. De ese modo, el libro vendría a ser la «culminación
de una poesía crítica, contingente e
intercultural» (Carrasco, 2006, pp. 45-67) que
ofrece una visión apocalíptica de la sociedad
chilena de las últimas décadas del XX.
En este sentido, un poema como «(rumor
de carnicería)» afila su corte:
Despierta el pueblo
en su gris acostumbrado.
Rumor de carnicería
y sangre goteando desde las presas.
Tras el vidrio enrojecido,
tras el filo del cuchillo,
un gesto dulce atraviesa la calle
y se deshace, mínimo
en la espesura del aire.
. .. .. (Muñoz, 2005, p. 15)
Los soldados que desfilan por el libro impregnan
de una enrarecida atmósfera de lujuria
el degradado espacio chilote y pervierten cualquier
resquicio arcádico del imaginario centralino
(tanto santiaguino como occidental):
(nada les ilumina más)
Ningún movimiento en el follaje.
Ni pájaros baten alas
ni suena el río en su tajo.
Se diría un cristal enverdecido
esta tarde ardiente.
A orillas del mar
soldaditos montan
a las chicas del pueblo
mientras espían los hijos
de contingentes anteriores.
Son niños sin barcos
cruzándoles las pupilas.
Nada les ilumina más
que el hallazgo de una rata viva
a quien sacarle los ojos.
. .. .. (Muñoz, 2005, p. 11)
La fusión con el territorio que apuntábamos
en Hijos se hace también expresa, de modo
que el cuerpo de la hablante es el secarral del odio y del vivir en el que transcurre Ratada:
«La ventana se fue incrustando/ musgosa
en los bordes./ Y ahora soy cerro/ –cuerpada
amenazante–/ mi sexo: este río a borbotones.»
(en «finos cuchillos», Muñoz, 2005 p. 29).
Es el cuerpo, entonces, lamido y saboreado
por las ratas –en el poema titulado «flamean
trapos azules»–, y son éstas las que lamen y
saborean un territorio acosado por el miedo,
el zarpazo y la trizadura[10] (término preferido
de Muñoz, que había iniciado Hijos con el
siguiente epígrafe «Busquemos un lugar/ para
incluirnos entre los inmortales./ Un nidito/
en la trizadura del tiempo.»).
Justamente la condición de mujer es la
más golpeada por esa experiencia atroz que
supone el libro, lo que establece su discrepancia
con respecto a una visión armónica
de la vinculación entre género y espacio,
tal como ha señalado la propia Rosabetty: «Apuesto ahora más por poner atención a los
cambios evidentes, dejando claras la crisis y
el desmoronamiento; me parece peligroso e
irresponsable contribuir a la imagen de un
Chiloé incontaminado y paradisíaco. Por eso,
considero que Ratada es un punto alto de mi
escritura, allí se concentra el sedimento de los
males que acechan este tiempo y que trascienden
ampliamente los cercos geográficos»[11].
En el mismo sentido, me permito indicar
que la autora evita también la imagen de una
hablante incontaminada y paradisíaca, rompiendo
con los límites tanto de lo lírico como
de lo genérico, aunque el empleo del primer
término viene motivado por la vinculación
genealógica que Muñoz propone con lo lárico
teilleriano, con quien suscribe la definición
del poeta con el «guardián del mito»[12].
Como ha escrito Naín Nómez, en Ratada se rastrean «los intersticios del mundo rural
del sur de Chile, que su imaginario [el de
la autora] convierte en una visión ampliada
de las situaciones concretas de los seres humanos.
La borrosa actividad del pueblo casi
inmutable, con su vida reprimida y detenida,
empozado en su desgaste rutinario, es sacudida
por la invasión de las ratas. Ellas por un
lado remueven el hastío y la insatisfacción
de la existencia pueblerina, y por otro, convierten
su destrucción en un movimiento de
intercambio entre ratas y seres humanos que
se identifican y se repelen»[13].
El clímax de la propuesta antiutópica muñociana
puede leerse aquí:
(huele a esencias)
No esperen una postal amable
deste pueblo de mierda.
Aparte del mar encabritado
además de las ratas
. .. .. .. .. devorándose entre ellas,
aún después de los cadáveres;
el asunto huele a esencias.
Para estar aquí
hace falta estar vencido.
. .. .. (Muñoz, 2005, p. 9)
pues como vemos, la poeta parece escribirnos
una antipostal y al emplear el vulgarismo
deste hace suya la voz popular con su carga
expresiva[14], empleando el procedimiento de la
oralidad ficticia o «recreación de la oralidad»[15].
El poema concluye con la noción de derrota,
que acompaña a la de culpa sobre la que volveré
más adelante; a partir de ambas Muñoz
construye ese sur del sur arrasado por la violencia
y la depredación: sociohistórica, como
señala Carrasco, pero también vinculada a
la reflexión metapoética, porque el discurso
es altamente precario (ya en su primer libro
afirmaba el yo lírico: «espero más de lo que
puedo decir»[16]), aunque la hablante esté, a
pesar de todo, dispuesta a seguir nombrando
mientras su cuerpo siga sosteniendo el
mundo: «la palabra dispuesta a retener/ este
mundo en descalabro» –del poema «se triza
del mundo conocido» (Muñoz, 2005 p. 45). Como leemos en el penúltimo poema, «tal vez
otras ciudades»:
La gracia ha de caer en llamaradas
sobre las ruinas
sobre cada árbol, cerro, hendedura.
Un santo oficio sobre la naturaleza.
Y tal vez mi cuerpo
. .. .. .. . con sus grietas y copas
. .. .. .. . se levantará otra vez.
Armaríamos entonces, otras ciudades:
éstas tan frágiles hicimos.
. .. (Muñoz, 2005, p. 71)
En este sentido, ha afirmado Mansilla que
Rosabetty Muñoz continúa pronunciando
con una voluntad de «exorcismo de esa zona
oscura del yo lírico en la que habitan los demonios,
miedos y obsesiones más pertinaces:
el sentirse culpable de ser y de pensar el ser,
el temor existencial a la soledad, el terror a la
nada y a la ausencia, la angustia desgarradora
por la irrupción de la modernidad secular que
carcome la cultura heredada de los mayores,
la negación de sí misma y el consiguiente rol
de víctima que la mujer asume —hablo de la
mujer en la poesía de Muñoz— en el marco
de relaciones de poder profunda y sostenidamente
opresivas para el sujeto femenino»
(Mansilla, 2002).
Maternidad y distopía: En nombre de ninguna
¿En nombre de quién se describe la doliente
relación con el hijo que se alberga y al
que se quiere expulsar? No, desde luego, en
el nombre de María, encarnación del mito
materno y a quien se dedican, en la liturgia
católica, los misterios gozosos, dolorosos,
gloriosos y luminosos. En nombre de ninguna hace referencia a los misterios gozosos y dolorosos
del devocionario y reescribe diversas
letanías para incidir sobre un aspecto crucial:
la poética de la culpa[17]. Dentro del paradigma
de lo religioso, el poema que da título al libro
se expresa en los siguientes términos:
Se suceden en procesión
hacia el altar de la sangre
estas jovencitas
con sus crías en bolsas negras.
Hay otras debajo de las tablas del piso
y enterradas con las flores del jardín
En pecado mortal
están las hijas de la patria.
Actúan ellas en nombre de ninguna (Muñoz, 1998)[18].
Ni en el nombre de María ni en el nombre
del padre, cuya ley es transgredida en uno de
sus más importantes mandatos: No matarás.
Por eso el libro se escribe en el nombre de
ninguna: el anonimato provee de gravedad lo
acontecido, cuya mancha parece extenderse
e impregnarlo todo como aceite funeral. La
orfandad vallejiana (recordada cuando en «Lejos del buen lugar» se nombran los «húmeros
confundidos») es atravesada por la ironía
con la que se cita a «las hijas de la patria»
y el lenguaje se vuelve denso y grave como
la gravedad de su caída (del poema «Vuelo y
caída»[19]). Al respecto, ha afirmado Mansilla
(2002) que Muñoz «desarrolla una escritura
que evidencia marcas de un sujeto femenino
católico» y cuya poesía «está centrada en el
tema de la orfandad, de la soledad mortal de
ser ‘otro’ en un mundo hecho a la mala».
Siguiendo ese lenguaje cristológico, en
el que cada muchachita violada que aborta
sostiene su pesada cruz al hombro, el libro de
Muñoz recorre varias estaciones del calvario:
la de las muñecas rotas, perdidas o abortadas
(ellas también), como transfiguraciones
monstruosas de los hijos; la de los fetos abandonados
en los basureros y la de los niños
muertos como angelitos descoloridos que
apenas si dejan «una cicatriz/ esta línea finísima
en el útero»[20].
En la primera estación del calvario, las
muñecas conforman un «Álbum familiar» en
el que cada poema es una estampa degradada
por el paso del tiempo. Su ámbito es campesino y los juguetes que aparecen están también
degradados por el «olor nauseabundo» que
convierte cada muñeca rota en feto roto:
Esta, la de la foto, es la misma que jugaba con su
muñeca todo el día y en la noche la arropaba para que
no sienta frío ni miedo. Se resistió a tirarla cuando
perdió un ojo. Siguió negándose cuando cayó sobre
la estufa y se quemó el brazo de goma. Y cuando se
le apelmazó el pelo. Y cuando quedó con una sola
pierna.
Es la misma. Sin señales de pena, posa con los restos
del recién nacido sobre los trapos con los que limpió el piso.
El álbum resulta, en mi opinión, de extraordinaria
relevancia porque se produce el
deslizamiento de lo familiar a lo monstruoso.
Las muñecas se vuelven monstruosas. Aparentemente
familiares y en realidad siniestras. Leemos más adelante:
Ocupando toda la mirada: un primer plano del rostro
y torso de la abuela. Se ha colgado cuanta bisutería
guardaba en el baúl de madera ; el chal que lleva sobre
los hombros se lo trajo de Italia una hija monja.
Sostiene algo envarada, una guagua famélica de
rodillas y codos como agujas. Se ve que trata de
mantener erguida la cabeza enorme, se ve que carga
con una comprensión demasiado intensa para su
tamaño, como si pidiera disculpas por su esmirriada
materia carnal.
Justamente su cercanía con lo aparentemente
inocente es lo que permite el deslizamiento
hacia lo siniestro tal como fue
formulado por Freud (1979): las muñecas del
libro rompen con las reglas de armonía y proporción
e introducen el desconcierto, el terror
y la angustia. La negatividad de las emociones
desencadenadas tiñe el libro en su totalidad
porque el movimiento es doble y siempre
cruel: las muñecas del álbum son los hijos
clausurados por el aborto y a su vez, las que
habrían sido madres también son muñequitas
destruidas, figuraciones de lo siniestro en su
turbación más potente:
Pidió por semanas el crujiente vestido a cuadros de
brillantes colores y muy amplio. Con él puesto, se
sentaba frente a la casa sobre una estufa de cancagua
rota que tapaba estirando el ruedo de la falda. Así,
tiesa y orgullosa, como heroína de novela, esperaba
horas y horas probando gestos recatados y las manos
ordenadas en el regazo.
A fines de ese año empezó a llenar el vestido y la
confinaron en la pieza con una sola ventana que daba
al gallinero. Casi al mismo tiempo, en la cancagua
empezó a crecer una flor buscando aire por la abertura
del caño. Tenía aspecto pavoroso y un olor nauseabundo,
por eso su madre le regó agua hirviente.
En este poema extraordinario, que solo
desvela parte de su materia narrativa y perturba
terriblemente al cuestionar la integridad e
identidad tanto moral como física y psíquica
de sus dos protagonistas, hallamos una de
las situaciones que según Freud hace surgir
en nosotros el sentimiento de lo ominoso:
dudamos de si el ser animado está vivo y su
inversa. La muchachita con su vestido amplio
de colores brillantes parece una preciosa (y
terrible) muñeca inanimada. Al ser confinada
a una pieza como si fuese un sepulcro, se ratifica
su condición inanimada y se acentúa la
dimensión mortuoria del poema, mientras la
piedra de cancagua cobra vida que su madre se
encarga –también–
de sofocar. El empleo del
adjetivo pavoroso nos introduce en ese mismo ámbito de lo ominoso o siniestro (Umheimlich),
que en la propuesta freudiana procede
justamente de lo que es familiar (Heimlich) y
arrastra la percepción de lo secreto, lo oculto,
aquello que no debiera manifestarse y sin
embargo, se manifiesta[21]. Consciente de la
transgresión de ese tabú, en dos poemas repite
la hablante de Rosabetty Muñoz que «no es
tiempo de amarrar la lengua». Sus protagonistas
se amarrarán el cuerpo para malograr
el embarazo, pero ella no podrá dejar de pronunciar
esta verdad temible y oscura:
«Boca de río»
Ay del cuerpo abierto en canal
despojado de su niño
en operación de urgencia
. .. .. .. . (sobre la mesa de la cocina).
Ay de la que se entierra un palillo
o un tallo de apio o una rama de espino.
Ay de la que se toma una taza de cloro.
Ay de la que se acuesta boca abajo
mientras su amiga le salta encima.
Ay de la boca de río que la contiene
y de esa agua ya para siempre turbia.
Aquel cuyo espanto le obliga a volver la vista
habrá de inclinarse y anegar sus ojos
ante la niña de vientre hinchado.
Habrá de dolerse.
Ahora no es tiempo de amarrar la lengua.
Las otras dos estaciones del calvario a las
que me refería antes, bajo el título general de «La sombra de la hija», apuntan entonces en
esa dirección opresiva e inciden en la que he
llamado poética de la culpa, cuyos tintes son
escatológicos –en su doble sentido (tanto por
lo que el libro tiene de desecho del cuerpo como de final de mundo)–:
Mi madre borda en el extremo de la mesa pronunciando
frases apocalípticas. Señala con aguja
acusadora, todo lo que se nos viene encima. A dos
manos protejo mis oídos pero los letreros luminosos
zumban instalándose en el pueblo, el estruendo de
las risotadas en la televisión, la basura acumulada en
los caminos vecinales, vísceras de animales cuelgan
de los cercos.
Mi madre ahora mueve la cabeza lado a lado reprobando.
Dice que nos encaminamos al fin.
Lo más relevante, sin embargo, es que la
poética de la culpa es vertebral en el libro, es
decir, no está fuera del yo que enuncia, sino
que éste participa, íntima y terriblemente, de
su conformación. Uno de los elementos notables
de la producción de Rosabetty Muñoz,
y en especial de En nombre de ninguna, es la
polifonía de voces[22]: enuncia el discurso tanto
la muchacha que es recriminada por la madre –en el poema que acabamos de leer–, como la
madre que ejerce su poder cruel y omnímodo:
Todavía estás ahí, agazapada con el dedo en la boca
(ahora, de adulta, llama la atención ese pulgar pálido
y delgado). Obligada por la circunstancia, escondí a
la Yoya en agosto y te ayudé incluso a buscarla por
cada rincón de la casa. Entre lágrimas dormiste tanto
tiempo. Tal vez por eso, cuando apareció bajo el árbol
de navidad con ropa nueva y recién pintados los
ojos, la miraste sin tocarla e iniciaste desesperada el
rito incansable del dedo.
(Ya había experimentado con dejar objetos ocultos.
Objetos que me causan placer. Hacía un esfuerzo por
olvidarlos para hallarlos de pronto, inesperadamente.
Ejercitaba el perder y recuperar pero trampeaba con
los tiempos, escamoteaba la posibilidad de la pérdida
total, definitiva).
Ahí radica, en mi opinión, la intensidad de
la propuesta muñociana. A diferencia de Hago
la muerte (1987), magnífico libro de la venezolana
Maritza Jiménez, quien exploró sin
concesiones el territorio del aborto en poemas breves que unifica la voz de la hablante («a mi vientre/ amarro una culebra/ en la garganta/
el pesado colmillo/ toda la noche/ guijarros
de niño macerando»[23]), Muñoz convoca una
comunidad de hablantes a las que hace partícipes,
en el ámbito rural en la que se sitúa
su libro, de esa poética de la culpa que evita
visiones maniqueas y donde cada víctima es
también victimario.
No en el nombre de Santa María, Santa
Madre de Dios, Santa Virgen de las vírgenes,
Madre purísima, Madre castísima, Madre virginal,
Virgen prudentísima, Virgen digna de
alabanza, Virgen poderosa, Virgen clemente,
Reina de la familia o Reina de la paz, sino en
nombre de ninguna.
El cuerpo violentado del poema
Como un cuerpo vivo y en crecimiento, la
obra de Rosabetty Muñoz va abriendo líneas
muy notables[24] que los siguientes poemarios
exploran de modo detenido. Así ocurre con
su primer libro, Canto de una oveja del
rebaño, que establecía la vinculación con lo
tribal y una fuerte noción de arraigo y pertenencia
luego explorada en Hijos a partir de
la cartografía poética de Chiloé. Este libro, a
su vez, abre para la autora la experiencia de
la maternidad en el lenguaje que engendrará
sus siguientes libros: Ratada y En nombre
de ninguna. En todos ellos, se hace expresa
una violencia que es también verbal y que va
agudizándose de manera inflexible hasta secar
cualquier margen de respiro.
Los libros aquí analizados muestran los
principales recursos con los que la autora
logra esa violencia verbal: el empleo del poema
breve; la resolución de finales a menudo
abruptos, a modo de filos agudos y cortantes;
el empleo de la elipsis por una hablante que
asume diversas posibilidades polifónicas[25];
el uso frecuente de la sangría para dar aire y
relevancia a algunos versos en particular; la
presencia de metáforas degradantes y un bestiario
de lo monstruoso; el carácter precario
del discurso poético; la presencia de lo escatológico
en su doble dimensión de lo abyecto
y lo apocalíptico; la construcción distópica de
un espacio-cuerpo que deconstruye de modo
inclemente tanto las imágenes arcádicas del
sur de Chile como del cuerpo de la mujer en
tanto espacio inocente y feraz, y por último,
la construcción orgánica de cada libro como
un proyecto coherente, pleno y cerrado que aspira a agotar su sentido al entrar sin temor
en las zonas del tabú o lo siniestro y sorprende
y conmociona por su violencia verbal.
Porque ahora «no es tiempo de amarrar la
lengua», «no es tiempo del zumbido necio/ de
la decepción» (Muñoz, 2008).
* * *
Mª Ángeles Pérez López Poeta y profesora titular de Literatura
Hispanoamericana en la Universidad
de Salamanca. Es autora
del prólogo a Mío Cid Campeador de Vicente Huidobro (UAM,
1997), de Los signos infinitos. Un
estudio de la obra narrativa de
Vicente Huidobro (AEELH, 1998)
y de la introducción a Páginas
en blanco de Nicanor Parra (Salamanca/
Patrimonio Nacional,
2001), así como de varios artículos
sobre Óscar Hahn y Gonzalo Rojas,
en el ámbito chileno. También
es responsable de varios artículos,
ediciones y monográficos sobre
poesía argentina, venezolana y de
género (ss. XX-XXI).
* * *
NOTAS
[1]
Con algunos cambios mínimos.
Véase el análisis de Marcelo
Pellegrini (2006, pp. 147 y ss.).
[2] Se trata de la edición revisada
y comercial, pues hay una edición
artesanal de 2005 a cargo
de Ricardo Mendoza, de cinco
ejemplares hechos a mano con
gasa quirúrgica para adherir
el poema a la página, que he
podido consultar por cortesía
de la autora. Cito por la edición
de 2008.
[3]
Cito por la edición digital de
los poemas en el Proyecto Patrimonio,
en http://www.letras.
mysite.com/archivorosabetty.htm (fecha de consulta: 1 de julio
de 2011).
[4]
Así lo recuerda el escritor Francisco
Coloane en «El Chiloé del
niño», El Mercurio, 9 de noviembre
de 2001.
[5] En el poema «Bucaneros», p. 19.
[6]
Leemos en «Llingua»: «Tremendo
es sentirte/ presionando desde
la oscuridad./ Habré de verte,
inevitable/ doblando las calles/
las mismas esquinas/ donde tu
padre y yo nos guarecíamos/ de
lloviznas interminables».
[7]
El capítulo dedicado a la poeta
lleva por título «Rosabetty Muñoz:
Condenada a los cantos
lastimeros» y en él analiza hasta
Baile de señoritas inclusive.
[8]
Me refiero al conocido término
acuñado por Donald Winnicott
–«the good enough mother»–
para referirse a la relación entre
madre e hijo (Winnicott, 1998).
[9]
Véase la panorámica trazada
por Lorena Saletti Cuesta (2008,
pp.169-183).
[10] En «se triza el mundo conocido»
de Ratada leemos: «Primero fue
una trizadura/ en el mundo
conocido./ Y luego, el hueso
expuesto/ la sangre detenida,/
cadáveres sosteniendo/ pocillos
de cloro/ en el hueco de la
mano.» (p. 45).
[11] En la entrevista concedida a
Ignacio Vidaurrázaga con el título «La poesía es un espacio de
resistencia» que se publicó en El
Mostrador el 13 de febrero de
2006. En el Proyecto Patrimonio:
http://www.letras.mysite.com/archivorosabetty.htm, fecha de
consulta: 1 de agosto de 2011.
[12] En la ya citada entrevista de
Yanko González Cangas.
[13] En el Proyecto Patrimonio,
en la dirección electrónica
http://www.letras.mysite.com/
rm2404051.htm (fecha de consulta:
5 de septiembre de 2011).
[14] En Baile de señoritas ya está empleado
por extenso este recurso: «Mujerío III», «El atisbo».
[15] A partir de los estudios de Martin
Lienhard sobre la escritura
oralizante (aquella en la que
están presentes elementos temáticos,
enunciativos y poéticos
atribuibles al discurso oral de
los marginados) y de Mauricio
Ostria sobre la oralidad ficticia (aquella que imita la oralidad
en escritos de naturaleza literaria),
Yenny Ariz Castillo (2005,
pp.63-82) aborda la poética de
Rosabetty Muñoz y de la también
chilota Sonia Caicheo.
[16]
Cito por el Proyecto Patrimonio,
en la dirección electrónica
http://letras.mysite.com/rm140511.html (fecha de
consulta: 20 de septiembre de
2011).
[17]
Aunque voy a centrarme en este
aspecto dentro del libro En nombre
de ninguna, resulta interesante
tener en cuenta que ya en
Baile de señoritas se expresa lo
siguiente: «La visión no es clara/
pero supone un pueblo hundido/
por el peso de la culpa» (del
poema «Pisadas en la arena»,
p. 36) o en «Perspectiva» del
mismo libro: «La culpa es un
cuervo sobrevolando/ la ceguedad » (p. 25). Y en el poema «La
culpa» de La Santa leemos: «La
culpa. La culpa./ Nos enseñan a
hervir en su caldo./ Nos oprime
el pecho» (p. 27).
[18] En la edición artesanal de 2005,
el poema concluía con los siguientes
versos: «Fue un año
de exterminio./ Cisnes de cuello
negro/ caían en bandada;/
muertas ya las frágiles raíces/
los nenúfares sostenían a duras
penas/ sus hojas flotantes», que
ahora han pasado a formar parte
del inicio del poema «Vuelo y
caída». En ningún caso indico la
página porque el libro no está
numerado sino adornado, en
el pie de página, por pequeños
angelitos que remiten al lenguaje
religioso del texto y facilitan
la identificación entre niños y ángeles.
[19]
Igualmente titulado que otro poema
de Baile de señoritas donde
se lee: «La honda se estira./
Basta una piedra certera./ Caer
replegadas de alas/ ojos abatidos.//
La profunda indefensión/
de las vivientes que expusimos el
pecho.» (p. 24).
[20]
También en La Santa hallamos
tres partes o estaciones, solo
que en ese libro corresponden
a las etapas de la elevación a
los altares. Véase el artículo de
Amelia Moreno (2006).
[21] Leemos en el poema «Aguas»,
incorporado a la edición de
2008: «No se habla de los ríos
ocultos./ No se nombran sus
aguas/ ni se intenta oír el curso
de cristal./ Permanece ahí/ reserva
y fondo de otro paisaje./
La palabra y el agua tienen ese
pacto secreto/ celo de decir/
que cubre la desnuda transparencia./
Celo de borboteo
imposible».
* * *
Bibliografía
- Ariz Castillo, Yenny (2005), «La loba y la
luciérnaga. La heterogeneidad del discurso
poético de Rosabetty Muñoz y Sonia Caicheo », Acta literaria 31, pp. 63-82.
- Carrasco, Iván (1991), «La poesía de Rosabetty
Muñoz», prólogo de Hijos, Valdivia,
El Kultrún, pp. 7-10.
- Carrasco, Iván (2006), «Ratada de Rosabetty
Muñoz: metáforas de un tiempo
cruel», Revista chilena de literatura
69, pp. 45-67. Disponible en http://www.scielo.cl/
(fecha de consulta: 15 de septiembre de
2011).
- Coloane, Francisco (2001), «El Chiloé del
niño», El Mercurio, 9 de noviembre.
- Freud, Sigmund, (1979), Lo siniestro, Barcelona,
José J. de Olañeta.
- Galindo, Óscar (2001), «El imaginario insular
antiutópico en la poesía chilena reciente»,
en Carmen Alemany Bay, Remedios Mataix,
José Carlos Rovira y Pedro Mendiola
Oñate (eds.), La isla posible. Actas del
III Congreso de la Asociación Española
de Estudios Literarios Hispanoamericanos,
Universidad de Alicante-AEELH,
pp. 223-233.
- González Cangas, Yanko (1999), Héroes civiles & Santos Laicos: palabra y periferia:
trece entrevistas a escritores del sur de Chile,
Valdivia, Barba de Palo Ediciones. Recogido
en el Proyecto Patrimonio: http://www.letras.mysite.com/archivorosabetty.htm (fecha de consulta: 10 de julio de 2011).
- Mansilla, Sergio (2002), El paraíso vedado.
Ensayos sobre poesía chilena del contragolpe
1975-1995, Fucecchio, European Press Academic Publishing. Cito por la
edición de Paginadura que está disponible
en la revista electrónica Katharsis, en
la dirección http://www.revistakatharsis.org/paraiso.pdf (fecha de consulta: 12 de
junio de 2011).
- Moreno, Amelia (2006), «El camino hacia la
Santidad: La Santa. Historia de su elevación de Rosabetty Muñoz», Villaletras.
Reproducido en la página electrónica del
Proyecto Patrimonio, en http://www.letras.mysite.com/rm020306.htm (fecha de consulta:
5 de agosto de 2011).
- Muñoz, Rosabetty (1981), Canto de una oveja
del rebaño, Santiago, Ariel.
– (1986), En lugar de morir, Santiago, Cambio.
– (1994), Canto de una oveja del rebaño,
Valdivia, El Kultrun.
– (1991), Hijos, Valdivia, El Kultrún.
– (1994), Baile de señoritas, Valdivia, El Kultrún.
– (1998), La Santa. Historia de su elevación,
Santiago, Lom.
– (2002), Sombras en el Rosselot, Santiago,
Lom.
– (2005), Ratada, Santiago, Lom.
– (2008), En nombre de ninguna, Valdivia,
El Kultrún.
- Pellegrini, Marcelo (2006), Confróntese con
la sospecha. Ensayos críticos sobre poesía
chilena de los 90, Santiago, Editorial Universitaria.
- Saletti Cuesta, Lorena (2008), «Propuestas
teóricas feministas en relación al concepto
de maternidad», Clepsydra 7 (enero de
2008), pp. 169-183.
- Winnicott, Donald W. (1998), Los bebés y sus
madres, Buenos Aires, Paidós.