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Lo bello trágico
"Polvo de Huesos", Rosabetty Muñoz
Kurt Folch (comp.) Ediciones Tácitas, Santiago, 2012. 189 páginas

Por Pedro Gandolfo
Diario El Mercurio, Revista de Libros. Domingo 28 de Octubre de 2012

 

 

 

 



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Desde el título, Polvo de Huesos, antología elaborada cuidadosamente por Kurt Folch, y que reúne la obra poética de Rosabetty Muñoz -tanto de textos publicados como de poemarios inéditos-, ya se intuye una sensibilidad trágica. Lo que queda de lo que queda está presente cual velo de maya desplegado, develado. En efecto, su temática desenmascara, o más bien acusa la presencia sempiterna de la muerte como objeto de representación: la confronta, la interpela, la resigna, la pone ahí por delante, sacudiendo al lector de manera implacable y brutal: está a la vuelta de la esquina, "anuncia el zarpazo", "anticipa el miedo". El correr del tiempo, el instante, son fragilidades irreductibles, abismales y amenazantes: ".../ Por el costado, el tiempo/avanza con su lenta carcoma./ Noche y día, el murmullo/de las faltas cotidianas/se mece, cadencioso, entre las sombras" (s/t, de Sitios fugaces, 2003); o, "... El terrible Cronos/ nos empuja vida abajo/ donde la única verdad que permanece/ está clavada como las cruces en la tierra..." (s/t, de En lugar de morir, 1986).

La naturaleza conspira también; nunca sale el sol, y la tormenta, el rayo, la lluvia, la tempestad son imágenes recurrentes que sólo vienen a confirmar la miseria de nuestra existencia, la precariedad radical. La pobreza y el hambre nos azotan una y otra vez: "Hace tiempo mis hijos sufrían de hambre./ Secos mis ojos/ mechones arranqué de sus cabezas./ Después el amor/ ya no borró cicatrices/ ni sus rostros pequeños/ volvieron a sonreírme". ("Hace..." de Historia de su Santa Elevación, 1998). La propia identidad queda en suspenso y se refugia de la amenaza exterior mediando la introspección de la palabra; la oveja del rebaño se vuelve reflexiva y lúcida, se niega y se deshace de la vana ilusión mundana: "Ya no me miro al espejo/ ¿para qué?/ Con el nuevo día no llega la posibilidad/ de cambiarme el rostro y el cuerpo..."; o, "Es verdad lo del cascarón./ Estoy mirando el mundo desde la trizadura del huevo/ y me repugna..." ("Reintegración al Rebaño" y "Oveja que Defiende su Posición en el Rebaño", de Canto de una Oveja del Rebaño, 1981). En Ratada lleva al punto cúlmine su antropología negativa advirtiendo en la condición humana pestilencia, crueldad, degeneración y putrefacción, decadencia y carga, en suma, de un atavismo del que no se puede escapar: "No esperen una postal amable/ deste pueblo de mierda/ Aparte del mar encabritado/ además de las ratas/ devorándose entre ellas/ aún después de los cadáveres;/ el asunto huele a esencias engañosas./ Para estar aquí/ hace falta estar vencido" ("Huele...", de Huele a Esencias, 2005).

El desgarro de la poesía de Rosabetty Muñoz canta desde la voz de la mujer, de su soledad y abandono, de su tribulaciones, mas no en clave reivindicatoria o discursiva; simplemente el hombre está ausente: "Se suceden en procesión/ hacia el altar de la sangre/ estas jovencitas/ con sus crías en bolsas negras./ -hay otras debajo de las tablas del piso/ y enterradas con las flores del jardín/ En pecado mortal/ están las hijas de la patria./ Actúan ellas en nombre de ninguna" ("En... ", de En nombre de Ninguna, 2005); "Reunió a sus hijos/ con enorme dulzura./ Entre todos amarraron la cuerda/ alrededor de la viga/ y acomodaron el cuello paterno./ Después amasaron huesos y lágrimas/ sirvieron la mesa en silencio/ a medias despojados del miedo" ("Reunió...", de La Santa Historia de su Elevación, 1998). Su poesía no discrimina por género, pues el lector varón encaja, empatiza y participa del inevitable sufrimiento a que las cadenas de la existencia nos ata. En este sentido, Muñoz, es especialmente rigurosa al evitar caer en la tentadora y delgada línea que eventualmente separa ambas sensibilidades.

La obra temprana de Rosabetty Muñoz ya ofrece indicios de rigor en la composición y una clara determinación en su visión de mundo, la cual prevalece hasta sus últimos escritos, quizás con la excepción del inédito Espesor del Instante (2009-2012), pues entra en una dimensión más íntima, esbozando el autorretrato como temática y una cualidad algo más optimista. En aquellas primeras obras se advierte algún uso de metáforas y de imágenes a ratos desgastadas como en: "Cada célula fortalecida para la misión/ de caminar sobre despojos./ En el hábito de mirarte/ se nos va la vida" ("Aucar", de Hijos, 1991), y quizás, debido a la aparente sencillez de su decir, pueda resentir una falta de carácter y vigor. No obstante, a partir de Ratada, su poetizar se vuelve denso, contundente, agudo y refinado. Su verso frontal y lacerante armoniza en contenido y forma, ya maduro, cuidando el ritmo interno y el tono e integrándolos orgánicamente. Llegados a este punto se aprecia realmente la impronta de un oficio cabal y sostenido, vindicándose -retrospectivamente- su obra temprana. Con un lenguaje sólo aparentemente sencillo elabora un universo personal, original y particularmente complejo, el cual se observa con nitidez, sobre todo al apreciar la obra en la perspectiva de su conjunto: lo trágico poetizado con oficio en la palabra y profundidad de vida y pensamiento.



 

 

 

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