Lo primero es el lenguaje, las palabras se suceden en un ritmo envolvente que va construyendo un cuerpo en contra de las recomendaciones de Huidobro: lo hace a punta de adjetivos. El caudal de imágenes que apenas deja espacio para ir acomodándolas al propio entendimiento, se inicia sin mayúsculas y forma bloques feroces donde se amasan citas de canciones en inglés, fragmentos y personajes de series gringas, de películas, de cultura pop muy contemporánea. Hay páginas que lucen un solo verso. Otras que contienen una cita en inglés. Otras vociferan en negrita, la necesidad de clavar en la página las formas creativas de la luz. O se despliegan versos, líneas de entrecortada recopilación de horrores / dolores. Toda esta exploración en 85 páginas ¿Para decir qué? La fragilidad de la biología, la violencia antigua que se ha anidado en el territorio no sólo geográfico, sino mental.
La voz lírica es femenina. En ella se contiene —a mi modo de ver— la patria, la poesía, la idea de mujer en una trama cruzada por el erotismo, la violencia, los fluidos de origen, la ocupación sucesiva de los poderes sobre estos organismos que no logran despegarse de un devenir cruel / castigador. Esta voz arrastra residuos de pariciones, de fallidos alumbramientos, de violaciones, muerte y, a la vez, baila sumándose a la trivialidad de la televisión “la locura consagró mi tormento”. En el torbellino, reconocemos crímenes antiguos y algunos recientes; el fuego como tortura, el sexo como una forma de someter y despojar más que como la posibilidad de participar del universo en tanto creación de vida. No hay placer en esta narración poética, se asiste más bien a una fragmentación vertiginosa de un tejido que termina en una bolsa, quemado, amarrado con alambres en una sucesión de imágenes que reconocemos como obra de la reciente dictadura, como si cerráramos diciendo que nuestra huella en el universo (nuestro polvo de estrellas) está signado por las heridas, el horror. Uno podría aventurar que ya entró en ignición este país, esta manera de mirar a las mujeres, esta poesía y que lo siguiente será seguir viéndolas con un brillo a costa de estar ya, muertas.
colapsar los ápices de la evidencia, el caparazón de la oquedad o de un tórax expuesto de par en par tras la transparencia, tras el sofocante quejido de un animal exhausto. incendiar campos de coníferas flotantes, pasar de bosques con delicadas medusas como montañas paleozoicas o estáticos oleajes. merodear el núcleo del cielo con mordiente esperanza hasta caer y romperse, emular el golpe de la caída en el dolor de la caída y con la cabeza en una bolsa de nylon oprimir lo que queda de día o lo que queda de noche, habitar de vuelta la inocencia hasta ver peces koi voladores y asfixiar un poco el miedo
que es más bonito a medida que se agiganta
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Miguel Eduardo Bórquez (Puerto Natales, 1985) es escritor y profesor de lenguaje y comunicación. Ha publicado los libros de poesía Chilean Stardust (2021) y Trapalanda (2013), y figura en las antologías Lluvia de poesía sobre Milán (Colectivo Casa Grande, 2018) y Felices escrituras (Editorial Casa de Barro, 2019). Chilean stardust es un trabajo autogestionado desde Puerto Natales al alero del sello editorial País flotante, con un tiraje limitado a cien ejemplares.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Chilean stardust, de Miguel Eduardo Bórquez:
este polvo de estrellas a la chilena nos deja temblando.
Por Rosabetty Muñoz