Romeo Murga y sus cuatro ciudades Por Marcelo Mallea Hernández Publicado originalmente en el sitio de historia, Patrimonio y cultura https://memoriadigital.cl
Romeo Murga (1904-1925) tuvo una breve vida, sin embargo, dejó profundas huellas en escritores que conocieron su poesía.
El día sábado 15 de junio a las 11.30 horas la Fundación Profesor José Recabarren realizarán un TRIBUTO Y ROMERIA a la tumba del poeta Romeo Murga en el Cementerio Parroquial de San Bernardo (ubicado en la calle Iquique 0204), como una manera de recordar y celebrar la breve vida y legado literario del “poeta adolescente” como lo definió Jorge Teillier. En el año 1992 el profesor normalista Bernardo Recabarren compra una tumba y rescata los restos del poeta Romeo Murga que estaban destinados a una fosa común debido a los daños que había tenido el ala de nichos del cementerio donde se encontraba luego del terremoto. Bernardo Recabarren tiene la visión y la lucidez de rescatar los restos del poeta Murga, compñaero y amigo de su padre José Recabarren y Pablo Neruda en sus tiempos de estudio en el instituto pedagógico, hoy Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Esta actividad cuenta con el patrocinio y aporte del Centro Literario Ateneo de San Bernardo y el proyecto Memoria Digital, del Museo de la Educación Valentín Letelier y de las asociaciones de escritores como el PEN Chile y la Sociedad de Escritores de Chile.
“Era magro y alto; tenía el rostro pálido; los cabellos negros abundaban en su cabeza fina; los ojos tenían melancólica bondad”– recordó Norberto Pinilla a Romeo Murga, poeta adolescente, amigo de Eugenio González, Armando Ulloa, Rubén Azócar, Yolando Pino y Pablo Neruda con quien vivió en una pensión de calle Maruri número 513, atestiguando los primeros voceos románticos del premio Nobel, yendo y viniendo por pasillos universitarios y visitas a pueblos como San Bernardo.
“Con este Romeo Murga fuimos a leer nuestras poesías a la ciudad de San Bernardo, cerca de la capital. Antes que apareciéramos en el escenario, todo se había desarrollado en un ambiente de gran fiesta; la reina de los Juegos Florales con su corte blanca y rubia, los discursos de los notables del pueblo y los conjuntos vagamente musicales de aquel sitio; pero cuando yo entré y comencé a recitar mis versos con la voz más quejumbrosa del mundo, todo cambió: el público tosía, lanzaba chirigotas y se divertía mucho con mi melancólica poesía. Al ver esta reacción de los bárbaros, apresuré mi lectura y dejé sitio a mi compañero Romeo Murga. Aquello fue memorable, al ver a aquel quijote de dos metros de altura, de ropa oscura y raída, y empezar su lectura con voz aún más quejumbrosa que la mía, el público en masa no pudo ya contener su indignación y comenzó a gritar: “¡Poetas con hambre! ¡Váyanse! No echen a perder la fiesta”– relató Neruda en “Confieso que he vivido”.
El corazón de Murga quedó dividido entre cuatro ciudades, siendo Copiapó el lugar de nacimiento, en 1904, donde vivió junto a su familia, compuesta por su padre, José Murga Bravo, su madre Ludomila Sierralta Cortés, y sus dos hijas Berta y Marta.
Pronto viajó a Santiago para licenciarse como profesor de francés. El ambiente universitario lo catapultó para tomar contacto con los movimientos estudiantiles, el arte, la cultura y los recitales poéticos en pequeños restaurantes de la capital.
Su consagración llegaría en 1923 tras obtener el primer lugar para elogiar a la reina de la primavera con el “Libro de la Fiesta”.
“Nuestros pasos irán por el camino blanco; Una aurora imposible se encenderá a lo lejos. Por ella, han de sentirse nuevos y alborozados Con nuestra juventud, los corazones viejos. La tierra se hará rosas, y azucenas, y musgos Y nosotros iremos, en loca procesión, Hacia las infinitas albadas del futuro, Pisando dulcemente sobre su corazón”– escribió.
Al año siguiente viajó a Quillota, su tercera ciudad, para oficiar como profesor en el liceo, donde hizo clases al escritor Luis Enrique Délano.
A la par de la docencia, colaboró con numerosas revistas; “Claridad” y “Zigzag”, ambas muy prestigiosas. Aquí, los lectores se deleitaron con trabajos como “La Lejana”, y una extensa pluma de marcado estilo francés:
“Como el sendero blanco porque vuela mi verso, eres tú, toda llena de cosas lejanas. Llevas algo de extraño, de sutil y disperso como el polvo que dejan atrás las caravanas” (La Lejana)
El poeta Jorge Teillier escribió una acertada impronta en “Romeo Murga, Poeta Adolescente”, donde reconstruye su vida y pone de manifiesto la obra de un vate que crece bajo la pesada sombra naciente de Neruda.
“Romeo Murga nos parece el ángel guardián que llega a la casa de la poesía por sólo un instante, la ilumina silenciosamente con una linterna, y luego desaparece”– atestigua Teillier.
Y, su última estación; San Bernardo, el pueblo que no lo trató muy bien, pero que de igual manera amó por su apacible estampa.
El 22 de mayo de 1925, la tuberculosis se lo llevó para siempre; presagio de su poema “Morirás un día”:
“Y la noche terrible se te entrará en los huesos”– dijo.
Sus restos descansan en el cementerio Parroquial de San Bernardo, en una sencilla tumba en cuya lápida leemos:
“A la memoria del poeta Romeo Murga Sierralta, 17 junio 1904, 18 mayo 1925. Homenaje de la I. Municipalidad y del Ateneo de Sn. Bdo. 18 mayo 1966” PERP:
Esa misma losa fría con el tiempo se fue borrando hasta quedar ilegible. Inclusive su rostro labrado en piedra desapareció.
De vez en cuando escritores de San Bernardo y otras comunas realizan una romería hasta su tumba para no olvidarlo; rescatando su obra, poniéndola en valor.
Recientemente la Biblioteca Pública, dependiente del Departamento de Cultura y Turismo y la Corporación Cultural y Patrimonial de San Bernardo realizaron un trabajo de restauración de su lápida, para recobrar esas dormidas letras, y de paso marcar un llamado de atención a este pueblo, que sigue siendo indiferente, tal como aquel día, en la plaza, un día de primavera.
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Por Marcelo Mallea Hernández
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