Pablo Retamal en su columna titulada “Antón Chéjov, la literatura como amante”[1] , a propósito de la obra del escritor Antón Chéjov, asevera: “Chéjov tenía plena conciencia de lo que él quería escribir. En una carta escrita a su amigo Alexei Suvorin, de enero de 1889, explica con sus palabras las cosas que lo inspiraban. "Lo que los escritores de las clases superiores han recibido gratis de la naturaleza, los plebeyos lo adquieren a costa de su juventud”.
En efecto, para el gran escritor Ruso, la verdadera literatura no se ventila en escenarios palaciegos, sino en la vida común.
Con estas reflexiones aterrizo en México DF un 14 de septiembre de 2022 (un día antes de las celebraciones de la independencia de México).
Entre mis recortes un texto publicado en El Excélsior[2] reflexiona: “Los personajes de Chéjov no son héroes, son hombres y mujeres comunes. Madiárov, personaje de Vida y destino de Grossman, sintetiza: “Chéjov introdujo a Rusia en su vastedad en nuestras consciencias.” La respuesta del propio Chéjov no se deja esperar en su ya célebre sentencia: 'La medicina es mi esposa legal; la literatura, mi amante. Cuando me canso de una paso la noche con la otra".
2.- Bieriska: Viaje al D.F sin escalas
Llego directo al mítico Café Habana inmortalizado por Roberto Bolaño.
De mi bolso saco varios libros entre ellos “Retrato del Artista Cachorro” de Dylan Thomas. Abro en la página marcada y leo: “Una vez por semana míster Samuels se quejaba de que los muchachos del colegio arrojábamos manzanas y piedras por la ventana de su dormitorio. Estaba sentado en una tumbona, en su prolijo jardincillo cuadrado, tratando de leer el periódico“[3]. Junto a Thomas, llevaba conmigo un ejemplar de la novela de J.D Salinger “El Guardián entre el Centeno”, las que me introdujeron en la literatura anglosajona en mi adolescencia, cuando creía, quizás, en vivir del arte como Belano o Ulises Lima, los personajes de los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño.
A pesar del cansancio del largo vuelo, mi ansiedad crecía momento a momento. A medio día volvería a ver a Bieriska, quien trabajaba como bartender en un local a la vuelta de la esquina. La había conocido en Valparaíso un año antes, cuando trabajaba en el Bar “Ropa Tendida”[4], el cual utilizaría años después como escenario de una de mis columnas publicadas en Le Monde Diplomatique, dedicándole el texto junto a nuestra amiga en común Ramaria quien también trabajaba en el establecimiento porteño. Había desaparecido entonces hasta que recibo un mensaje de ella: “Estoy viviendo en México D.F, cuando puedas, podemos pasear por Reforma, juntos, de la mano, como si fuera nuevamente como uno de los personajes de Chéjov que, como a mí, tanto amastes, a pesar de mis advertencias”.
Luego de pedir mi segunda taza de café y volver a mirar hacia la esquina esperando que Bieriska apareciera como si flotara sobre una brisa, retomé el subrayado inicio de la novela de Salinger que siempre me ha gustado mucho, para volver a saborear aquellos años de secundaria entre el letargo de la adolescencia y las hormonas a flor de piel y releo: “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.”[5]
Junto con Salinger, estaba en aquella época comenzando a descubrir a Rimbaud, del cual había memorizado un pasaje, que le susurraba a Bieriska cuando mirábamos absortos el atardecer de Valparaíso desde el Paseo Yugoslavo.
La cita en cuestión es del comienzo de un texto llamado “Atardecer Histórico” que reza de la siguiente forma: “En un atardecer cualquiera, por ejemplo, en que se halle un turista ingenuo, aparado en nuestros horrores económicos, la mano de un maestro anima el clavicordio de los prados: jugamos a las cartas en el fondo del estanque, espejo evocador de las reinas y de las favoritas, están a nuestra disposición las santas, los velos y los hilos de armonía, y los cromatismos legendarios allá por el crepúsculo”[6].
Luego, admirando su hermoso cuerpo tatuado, traslúcido bajo las blancas sábanas que apenas lo cubrían después de haber hecho el amor hasta el alba, me recitaba estos versos de la poeta paraguaya Renée Ferrer[7] de su poema “Génesis”, mientras fumaba su primer cigarrillo del día:
“El minuto inicial se precipita. en fogatas extintas se desvela un refugio de sombra para un tiempo sin nombre todavía. Sobre su piel laten las dunas y torrentes, exhaustos los volcanes en sus venas”[8].
Cuando le telefoneé temprano esa mañana recién aún desde el aeropuerto le había propuesto el siguiente itinerario: perderse en el D.F , iniciando en el Café La Habana donde me encontraba impaciente, seguir juntos la ruta de Bolaño y compañía por la Colonia Roma o La Condesa. Descansar, poner un pie en el acelerador de un año refugiado en sus ojos almendrados, y disfrutar de una de las ciudades más fascinantes del mundo como es Ciudad de México; continuar como en los “Escenarios” de Rimbaud se indica[9]: “La antigua comedia prosigue sus acuerdos y divide sus idilios: bulevares de tablados”
3.- Pregúntale a Bukowski
Cuando apareció finalmente Bieriska con su calma habitual y antes que llegara a la mesa en que la aguardaba, saqué de mi bolso mi regalo de reencuentro, apuesta sin duda osada y que demostraba más allá de lo que hubiera reconocido, mi desesperación por estar con ella. Había comprado de segunda mano una novela del escritor estadounidense Charles Bukowski, “Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones”[10]. Recordaba las primeras páginas con que iniciaba el texto, de ellas tenía subrayada este pasaje a modo de introducción de dos personas que no se veían hace más de un año, con nulo preámbulo en este interregno “Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido”.
Cuando me vio y me sonrió, supe que la “Cass” porteña caminaba suspendida y leve, como un personaje de Chéjov, por las calles del D.F.
Cuando Bieriska vio el libro, retomó la conversación como si nos hubiéramos reunido ayer y no hace más de un año. Sin dar ningún preámbulo de por qué se había ido tan abruptamente, me indicó que, tal como escribe Bukowski, el personaje principal, Charles, había conocido a Cass en el Bar West End“unas noches después de que la hubieran soltado del convento” …. “Se fue al baño. Salió enseguida, realmente maravillosa, largo pelo negro resplandeciente, ojos y labios resplandecientes, toda resplandor”[11] tal como nos describe Bukowski, sobre el portento de mujer que era Cass.
Con tanta carga en el ambiente, nos fuimos de tequila dispuesto a reencontrarnos, en medio de las festividades, donde la gente a esa hora ya comenzaba a agolparse en el Zócalo.
Cuando la noche nos sorprendió, luego de comer unos tacos al paso, parados en la calle, las fiestas ya se encontraban en su apogeo pasado la media noche. A pesar que llevaba varias horas despierto, (cuestión bastante común para mí a decir verdad), aún era capaz de llevarle el ritmo a Bieriska, quien, para poder comunicarse dado el ruido de fuegos artificiales y música en vivo, me susurraba al oído.
Acordamos con Bieriska que nos quedaríamos en el centro, para luego llevar las maletas a su apartamento en la Colonia Roma, muy bello y bien ubicado, para luego seguir de juerga.
Al intentar atravesar el Zócalo me tomó de la mano con fuerza para no perdernos en la multitud, toda enmascarada por el día de festividades, al tiempo que los niños jugaban con petardos y globos de un hermoso colorido.
Pasada las tres de la madrugada, Bieriska me invitó a su casa que quedaba a pocas cuadras del apartamento de Livia, otra amiga entrañable de vagabundeos por Bellas Artes que se había despedido de nosotros unos instantes antes.
Me entregó subrepticiamente un juego de llaves del suyo, riéndose animadamente, pues Bieriska vivía aun con varios amigos, que no estaban en casa para nuestra fortuna, pero que me había advertido previamente las rigurosas normas de convivencia, reglas que, por supuesto, no le creí ninguna palabra, pues la conocía demasiado bien para creer que se sometería a laguna regla que no fuera su propia conciencia.
Al entrar al hall de la casa de una planta, y al prender la luz la estreché a mi cuerpo, temblaba de nervios supongo y la besé primero tiernamente y después con fruición, al tiempo que, con una mano, la izquierda de Bieriska, hábilmente sacaba dos copitas para un último tequila al seco, antes de abalanzarnos sobre su cama como dos adolescentes. Brindamos por sus ojos maravillosos, por su hermoso tatuaje de ángel que cubría su espalda y por el “placer” de habernos reencontrado.
En ese momento, nos quedamos mirando y la desvestí lentamente, con mis manos acariciando su cuerpo suave, como la espuma del mar caribe, donde resaltaban sus pequeños pechos rosados, marcados por la piel bronceada del bikini.
Jamás olvidaré que, entre el vaivén y el alcohol, nos quedamos ambos jadeantes sobre su cama. Cuando el amanecer nos sorprendió abrazados, luego de despertar y poner música, se levantó para hacer café y trajo comida y cerveza para reponernos. Mal que mal, llevaba algo así como veinticinco horas despierto y necesitaba algo de pausa entre tanta divina locura y festejo. Nos quedamos viendo los últimos fuegos artificiales desde la ventana del balcón y me susurró una frase que me conmovió, sencilla y muy mexicana: “te amo pendejo” y luego me besó tiernamente, como aquellos primeros besos de adolescentes, o amores fugaces en la playa en vacaciones de verano, un verano que, para mí con ella a mi lado, sería ciertamente inolvidable.
4.- Charles Baudelaire: Las Flores del mal y el hotel de calle Bucarelli
Después de desayunar, ella tomó una bella edición de las “Flores del Mal” de Baudelaire.
Me señaló que tenía una hoja seleccionada, desde la cual sacó una foto nuestra en Paseo Atkinson en Valparaíso. Ese día habíamos celebrado su cumpleaños. El poema cuestión se llamaba “Toda entera”, donde el gran poeta, Baudelaire, nos provoca de la siguiente forma:
“El Demonio, en mi elevada habitación, Esta mañana ha venido a verme, Y, tratando de cogerme la falta, Me ha dicho: “Querría saber, Entre todas las cosas bellas De las que está hecho su encanto, Entre las partes negras o rosadas Que componen su cuerpo encantador, Cuál es la más dulce. - ¡Oh alma mía! Respondiste al Aborrecido: Puesto que en Ella todo es bálsamo, Nada puede ser preferido. Cuando todo me cautiva, ignoro Si algo me seduce especialmente. Ella deslumbra como la Aurora Y consuela como la Noche”.
Todos, como Goethe, tenemos un pacto secreto con nuestros propios demonios, nuestros miedos y tentaciones, negar nuestros impulsos, es negar lo que nos hace verdaderamente humanos, la pulsión que subyace, a tu mirada de deseo, oh cautiva delicia del deseo interrumpido por el vaivén de tus caderas, sostiene Bieriska, recordando aquellas interminables noches en la discoteque El Mascara[12], en Plaza Aníbal Pinto. Hoy escucharíamos en vivo a Los Bunkers en vivo, en Avenida Reforma, con la Bersuit de teloneros.
No hay nada nuevo bajo nuestros soles, sino escombros del amor que pueda resistir al tiempo de nuestras caricias, amor mío, le susurro algo torpe.
El consuelo que tú eres, es la noche que sobrevive al despuntar el alba, entre las sábanas, dentro de tus entrañas, me contestabas, mientras nos dirigimos a i hotel a dejar mi pequeña maleta, en aquel hotelito a la vuelta del café Quito, en calle Bucarelli, en D.F.
Éramos dos bendecidos por la cola de nuestros demonios que nos tentaron para estar juntos, disfrutando juntos, en el anonimato de los delirios, aquel ascensor que llega a la azotea, desde donde la ciudad se divisa, los tejados de los edificios coloniales continuos, en calle Bucarelli, al menos mientras mi estadía en México perviviera por algunos días, viviendo el momento, mientras el ocaso perdure más allá de un pequeño rugido de entrañas.
Cuando volvimos a salir a la calle, el Café Quito había abierto recién, invitando a los madrugadores de cale Bucarelli (o en realidad a los que aún se encontraban de fiesta), mientras imaginamos que vendrán por nosotros Ulises Lima y Arturo Belano, para integrarnos a alguna reunión de los “Infrarrealistas” o a alguna fiesta en casa de los Font, soñando como reza al término casi de la obra maestra de Bolaño:
“Esta noche soñé que Belano y Lima dejaban el Camaro de Alberto abandonado en una playa de Bahía Kino y luego se internaban en el mar y nadaban hasta Baja California”[13].
O en versos del poeta Antonio Aparicio:
“Puse los labios sobre la arena: El mar sabía a la otra tierra”.[14]
5.- Epílogo
Despierto sobresaltado, es 2024 y te encuentras lejos en tierras Aztecas. Un hermoso sueño fue lo que acabo de vivir remembrándote. El alba despunta sobre Valparaíso. Llevo viviendo ocho meses en tu casa cerca de Paseo Yugoslavo, desde que retorné de México.
En el velador, un ejemplar del libro de Chéjov “En el crepúsculo”. Abro la primera página y hay unas palabras tuyas escritas a mano. Reconozco de inmediato otra cita del escritor Ruso, nacionalidad que comparte con tus antepasados. Lego con el libro al balcón, respiro hondo el aire marino y recito: “Sólo durante los tiempos difíciles es donde las personas llegan a entender lo difícil que es ser dueño de sus sentimientos y pensamientos”.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Bieriska
Por Rony Núñez Mesquida
Escritor y Columnista Le Monde Diplomatique Chile