ROPA TENDIDA Por Rony Núñez Mesquida Escritor y Columnista Le Monde Diplomatique Chile y Margot Ojeda, la versátil poeta,
escritora, investigadora y activista socio-ambiental.
Llego una vez más a Valparaíso, mi cuna de la nostalgia, aquella que nos conduce y nos reconduce por sus callejuelas y laberintos.
Citando al Poeta Rolando Gabrielli[1] en su texto “Valparaíso y otros poemas”, otro testigo cautivo de este puerto que se mece entre versos y cavilaciones nos dice:
“Camino por el puerto como un recién nacido, estas viejas calles son nuevas para mí, han pasado 31 largos años, y Valparaíso era sólo memoria, un tiempo fugaz, devorado por más tiempo, y su mar torrentoso silbando días de lluvia y niebla, la costa de Chile.
He vuelto, le digo al puerto, sé que nadie me esperaba, sino sus antiguos bares y plazas, los balcones hacia el precipicio, tierra de terremotos y abismos, mar huracanado. Hay mucho olvido en algunos barrios, laberintos, soledad de puerto, mar de viento y tempestades.
Recorro el espinazo del puerto, sus vertebras, hombros, los huesos de su inacabado cuerpo, asciendo por sus erros y calles sin destino más que un cielo azul que cae sobre la ciudad aún suspendida en el sueño”.
En efecto y tal como lo plantea Gabrielli, tengo la certeza de que sus bares y plazas no me esperan salvo uno, donde mi amiga poeta, Margot Ojeda corre al reencuentro. Como siempre, en el extraordinario restobar “Ropa Tendida”, en calle Urriola 476, que nos aúna para ser unas almas libres creadoras y para celebrar tanta trayectoria y vivencias recorridas.
2.- “Ropa Tendida: Refugio de la Contracultura Porteña”
“Ropa Tendida” no sólo es una apuesta culinaria de vanguardia, es un refugio de la contracultura porteña. En su viejo edificio, donde se agolpan pasillos, escalas y pequeños puentes, que lo hacen un lugar único arquitectónicamente hablando, se complementan con un maridaje, cuyos ingredientes son la noche porteña y sus inclemencias, sede de apasionadas conversaciones de sus comensales, que discurre de manera pausada entre discusiones de literatura, política, viajes, sueños o utopías proscritas por el discurso hegemónico externo, el cual, por cierto, no es bienvenido.
Tal como se consiga en un medio de prensa que retrata de cuerpo entero a Valparaíso: “«Valparaíso bohemio», ¡cuántas veces hemos escuchado ese cliché! Pareciera ser que hace rato la ciudad fetiche de turistas y de aspirantes a poetas malditos reservó esa concepción para postales y acuarelas pintorescas que suelen vender las tiendas de souvenirs, porque sus artistas saben bien que aquí todo se hace a pulso y con mucha voluntad. Es por eso que la autoexclusión, la autogestión y el trabajo colaborativo son términos que mejor definen al puerto, convirtiéndolo en una cuna de disidencia”[2].
Margot llega algo retrasada, pero nadie parece notarlo, pues en la noche bohemia el tiempo pareciera detenerse, como si su oscuridad hubiese sido concebida para dar cobijo a los versos, el alcohol y los efluvios. Se coloca a mi lado para elegir, entre sonrisas y abrazos con Ramaria y Valentina —que nos reciben con su sonrisa de siempre—, ofreciéndonos su arte; gastronomía y cariño para sentirnos como en casa, que ciertamente lo logran.
El Gitano Rodríguez[3] y su eterna tonada “Valparaíso” se toman los cánticos del bar. La alegría intergeneracional se mezcla con anécdotas, querellas universitarias y consultas de turistas extasiados.
Siguen llegando más comensales, esta vez, un grupo de dirigentes que vienen de una asamblea universitaria de solidaridad con Palestina. Cansados del fragor de la política universitaria, se entregan a las cervezas y tragos que se suceden generosamente. Los miro y viene a mí una frase que se repite cada vez que vengo al Puerto: “Esto sólo ocurre en Valparaíso”.
Enrique Moro
3.- Homenaje a Enrique Moro: El Rimbaud Porteño
A media noche el bar está a tope. Se suceden distintos asistentes que entran y salen, donde caras conocidas y nuevas, más el impenitente grupo de turistas extasiados por Valparaíso, brindan a la salud de un homenajeado póstumo, pero cuya obra nos acompañará por siempre, el Poeta Porteño Enrique Moro[4].
Tal como lo definen sus propias palabras, recuerdo a Ajenjo que habla de la obra poética de Enrique Moro, él nos interpela desde el éter:
“Asumí una poesía abiertamente política, no panfletaria. Lo asumí, se hizo en el camino. Poesía mal hecha, ni había tiempo de pulirla, como Frankestein, armada con alambre. Poesía irónica, poesía dedicada a Superman. Como alguien llego a escribir «Como leer al Pato Donald», era escribir para sacudir. Poesía con las cosas, los aviones, los aeropuertos. Viví cerca del aeropuerto de Orly y Frankfurt[5]”.
Un primer poeta se acerca al micrófono, frágil, expuesto, como sólo son los poetas; un Lautréamont de Playa Ancha. Entona nervioso su voz y lee una crónica sobre Moro. La música se apaga por un momento y los que estamos congregados, nos dejamos mecer como las olas mecen el puerto:
“Ese día no había clases y se había organizado un acto político cultural. Todo era improvisado, ya que se decía que a los participantes, músicos, actores, escritores, los podía andar buscando la CNI. De pronto apareció El Moro. Así lo presentaron. Era un poeta y se puso a declamar sus versos contra la tiranía. Sus palabras eran duras, pero en medio de la oratoria, se sacaba unas frases que nos dejaban a todos muertos de la risa. Y en ese tiempo, reírse, era difícil.
Fue así como conocí a este poderoso personaje porteño, que ya falleció hace algunos años y que califico como uno de los últimos poetas malditos que atravesó el cielo de los escritores chilenos, dejando una ráfaga llena de amor y odio. No había medias tintas con este artista. O eras de su lote o estabas contra él. Extremo[6]”.
Todos nos levantamos azuzados por el alcohol y la emoción. La asamblea improvisada hace un brindis por Enrique Moro y retorna a sus disquisiciones, risas y discusiones metafísicas.
Regreso a mi presente, a estas alturas cuando empieza a despuntar el alba —después de divertidos recuerdos en el legendario discobar “La Máscara”— nos retiramos con Margot. Nos despedimos y emprendemos rumbos opuestos por la mítica calle Urriola.
En ese momento dirigiéndome a mi hotel de siempre (Maki Hostel) vuelve a mi mente esos versos de Rolando Gabrielli de su poema “Sobreviví[7]”. Con la voz que me queda, ronca y seria entono:
“Sobreviví, equilibrista sin red, en el vértigo del asombro, respirando bajo una luz fría, esquizofrénica, caótica, demencial que alumbra caminos desconocidos. Sobreviví, como pude, y viví”.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com “Ropa Tendida": Refugio de la Contracultura Porteña.
Por Rony Nuñez Mesquida y Margot Ojeda.