Caminata, andanza, pedazos
Por Roberto Onell H.
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 17 de Enero de 2010
He aquí tres poetas que reaparecen. Veamos cómo, al menos desde una primera lectura detenida.
Kurt Folch (Valparaíso, 1970) ha publicado Viaje nocturno (1996) y Thera (2002). Apartando su labor como traductor y 
sus premios, diremos que Folch nos entrega en Paisaje lunar (La calabaza del diablo, 2009) 35 poemas visualmente muy delgados, cada uno con título, de versos de una, dos o tres palabras, sin puntuación, ubicados al centro de la página, y sin subdivisiones ni índice. Se fortalece así el silencio característico del trabajo rítmico del autor. Sin casi atender al metro, Folch delega en una cierta mudez no sólo las usuales pausas entre versos, sino también la cadencia interna que puntúa el paso de estrofa a estrofa.
El riesgo de esta empresa es el balbuceo no poético; el del artífice que sucumbió sin adueñarse de su fragmentación. No parece ser el caso de Folch. Poemas como "La mañana", delicadeza inaugural del libro; "Fauna Salvat", fábula esencial por brevísima, y "Perlas del infierno", cierre de sutil amargura, hacen esta exigencia al lector, que es autoexigencia del poeta: tensión macerada. Versos que el artesano recorta al silencio, donde las palabras, de vuelta, se acomodan para convivir con ese silencio. Como en una caminata lunar.
Camilo Brodsky (Santiago, 1974) había publicado Las puntas de las cosas (2006), fuera de trabajar en revistas; hoy vuelve con Whitechapel (Das Kapital, 2009), nombre del sector londinense de Jack el Destripador. El poemario, sin subdivisiones ni índice, recorre los crímenes cometidos en épocas diversas, por anónimos y por celebridades. Recurrencia reproducida como reiteración de títulos de poemas, poemas dobles y triples, optimizada en juego de reflejos. Mírense "gesualdo", "los epígrafes", "las anotaciones al margen" (así, con iniciales en minúscula) y otros. Vemos rincones santiaguinos, mexicanos, americanos en general, europeos, y nombres de escritores, músicos, películas y cineastas. De ahí la mezcla de textos no sólo literarios. Ello acarrea un ritmo vertiginoso en el flujo verbal, más cerca de la prosa que del verso, en tanto los encabalgamientos se suceden extremados. Unas veces, ello se justifica como expresión de horror y repugnancia; varias otras, el ímpetu domina la labor, y los poemas no se desmarcan de esas fuentes textuales.
Francisco Leal (Santiago, 1977) publicó antes Vecindario (2003), Insectos (2005) y Naturalismo (2006; que incluye Insectos ). Cortezas (Tácitas, 2009) presenta poemas con títulos, puntuación esporádica, e irregulares métricamente; tres textos están en prosa y uno empieza en prosa y termina en verso. El poemario se reagrupa en "Sed", de 22 poemas; "Piel de gallina", de 22, y "Museo de cera", de 6. La escritura de Leal es marcadamente descriptiva, como apuntes de pequeños procesos o escenas fotográficas. Así, esa relativa desnudez visual u objetivismo (como ha visto Pablo Torche, cuya lectura comparto) se concreta en poemas que nos fuerzan a unir sus trozos. Punto alto es "Folie à deux": 7 versos breves, que se corresponden en crueldad sutil. Pero el peligro de disgregación es evidente en el libro, y es lamentable que se concrete varias veces, porque igual se entrevera un patetismo inquietante.
Fuera de algunas imágenes conmovedoras, o de ocurrencias aforísticas citables y comunes a los tres autores, destaco el trabajo de Kurt Folch, que muestra paciencia y tenacidad. Ruta más habitada de un genuino proyecto poético. El fruto: apertura de un mundo en el mundo cerrado del poema.
