Ignoramos el por qué las cosas –como postulaba Nietzsche- nos buscan ávidas
por convertirse en símbolos. Hay quienes han vislumbrado en la historia
universal el desarrollo de diversas metáforas. Otros, tal vez con mayor justicia,
han conjeturado que el ser humano no soporta demasiada realidad, postulando
la poesía, con su vertiginosa capacidad lingüística, como una suerte de gozoso
exilio. Es problable que las palabras, como “arbitrario repertorio” de signos que
son, sólo sirvan para la estética y no para la búsqueda de la verdad
(Borges/Mauthner). Aun así el poeta, como bien afirmaba Paul Celan, es quien
arroja al mar un mensaje en una botella, con la secreta esperanza de que “algún
día las olas lo empujen a tierra”, "a las escarpadas costas del corazón".
... Los lenguajes de la naturaleza son múltiples; la poesía, como lenguaje
esencialmente humano, como puesta en juego de la imaginación, impulsada por
un fervor misterioso y desconcertante que nos impulsa a escribir como si se
tratara de una necesidad fatal, busca aspirar a esos otros lenguajes,
apropiárselos y descifrarlos con una mirada auroral y perpleja, buscando “el
desencadenamiento simultáneo de todas sus fuerzas simbólicas”.