FOTOGRAFÍA
POR ENCARGO
Rita llegó el sábado y ocupó de dormitorio la sala de planchado; venía
por unos días, tal vez un mes, terminaba el informe de investigación y
partía. Y así lo hizo, pragmática y veloz… utilitaria. Los contactos
precisos, las cenas hasta la justa hora, el vino de las comidas, medio
vaso, uno a lo más, y al otro día nuevamente en campaña. En fin…me
olvidé de Rita, no me
di cuenta que seguía conviviendo con nosotros y ya sólo me la encontré
para las comidas, cuando comía, con uno que otro amigo o conocido que
también desaparecía temprano.
En
realidad también yo estaba enfrascado en un proyecto preciso, una
novela, mi novela, y capaz que tampoco le presté atención. Llegaba del
trabajo y me encerraba en el taller que construí detrás de la casa con
vista al nogal y a un pasto raquítico que crecía bajo la sombra, y
salía cuando ya no quedaban luces encendidas en la casa. A Leonor
también le gustaba así, ella sabía que cuando entraba en calor no
salía hasta tener algo en las manos y con esta novela costaba
avanzar.
Un
día, luego de dejar mis cosas, me tendí para recomponer el hilo de lo
escrito, retomar los personajes, pensar una variante inesperada,
incluso dormí o soñé: Nicomedes, mi personaje, con su navaja de
amuleto volvía años después a ver a la Marta, su primera mujer, y les
costaba mirarse, estaban nerviosos, tomaban café, ella iba al baño y
el Nicomedes le miraba las ancas, un recuerdo fugaz, ya muy lejos de
lo vivido, y yo sabía lo que tenía que pasar pero no podía, ahí
quedaba la novela, no encontraba la forma de abordar, cómo se disipaba
el hielo o el pudor…no sabía o no quería, aunque igual me puse a la
máquina con esa seca sensación de una tarde sin una letra. Metí las
manos en un cajón y bajo la primera hoja me encontré una foto, vieja,
sepia, antigua en su concepción.
Y
ahí, a un lado quedó el papel, la vida me ponía una foto en el previo
espacio de la ficción y yo la tomé; pude dejarla, claro, darle un
vistazo y poner el papel, olvidarme, luego preguntar o no, mejor no,
¿y si fuera Rita y no Leonor como se me pasó un segundo por la cabeza?
pero no, no podía ser, era una buena idea, claro, la pragmática
mostrando una pata de cabra, pero no, Leonor tenía ese tipo de
llamados de atención, una foto sepia, en ella la mujer, una cinta en
la frente, un medallón, apoyada contra un mármol, un poco gorda para
el gusto actual pero tremendamente sugerente, bella, hermoso el pubis
bajo el cinturón ancho, los senos encumbrados y la mirada ingenua que
pone todo el deseado tono de perversidad.
Finalmente resolví poner el papel y poco a poco Nicomedes encontraba
la manera de abordar, aunque no era eso precisamente, sino cómo la
situación los abordaba, como el pudor se rompía en un recuerdo
divertido, una sonrisa del Flaco que dispara en la Marta la pregunta :
¿Te acordai cuando saliste en pelotas a la calle?, poniéndolo en una
noche, hace ya muchos años, en que comienza a temblar y el Nicomedes
sale desnudo a la calle y vuelve a entrar, pero vuelve a salir en
pelotas porque el miedo puede más, con todo el vecindario cagado de la
risa mientras el temblor comienza a pasar, entonces, no del todo
satisfecho, me vuelvo a tender y me llevo la foto mientras armo mejor,
mirando el techo y la foto, para quedarme finalmente con la foto, la
piel de una mujer seguramente ya muerta, quizás en un prostíbulo,
pobre, con romadizo, o no, mejor así, eterna en la imagen, los rollos
apenas, esa capa de grasa sugestiva en la barriga, las entrepiernas,
la suavidad de las entrepiernas, acercándome la foto para ver si algún
pelo nace allí o sólo en el pubis, no erecto, sólo pesado, espeso,
haciéndose notar en un refregón y nada más, una pequeña distracción
cuando me llaman, me preguntan si voy a comer o no, si me traen al
escritorio, y primero sí, que me la traigan, pero luego no, mejor voy
y me levanto, guardo esta provocación debajo de los papeles, y llego
cuando están todos sentados y no digo más que hola y beso a Leonor que
me clava la mirada viva, pícara, que nos tiene ocho años juntos y se
ríe y me dice ermitaño, antisocial, te van a crecer las uñas, cuando
pregunto a Rita cómo va eso, y ella responde que ya está, que incluso
tendrá tiempo de ir a la playa y me explica que lo más difícil ya lo
hizo, las entrevistas, que ahora sólo le falta la redacción y
recopilar material en diarios y bibliotecas, pero que ya tiene todo
arreglado porque un conocido la contactó, y todo listo, todo como debe
ser, pragmático y veloz, de alto performance y vuelvo la cabeza y
Leonor me está llevando a la cama, me está diciendo con la mirada que
me espera, que tiene todo el rubor, la música , las piernas, todo
dispuesto al sudor, esa forma de dejar caer una pierna, no abrirla,
todo, y la foto que puso allí, claro, ella la puso allí porque hace
una semana que no salgo para nada y vuelvo cuando ella duerme,
entonces dejo lo que debo corregir para mañana y nos vamos después del
café cuando Rita sigue contándonos, haciendo alarde de su organización
que aprendió en Holanda, Suecia y París, países organizados, con un
claro sentido del deber, no como nosotros que nos vamos a la cama
ahora y yo no terminé con la escena que me proponía, pero ya siento
que tomo las caderas de Leonor, y callo lo de la foto, porque no vale
la pena, todo se entiende así, pasando la lengua por sus piernas,
subiendo, acercándome, y ya no escucho quién canta y las luces están
apagadas en toda la casa y antes de cerrar definitivamente los ojos
vuelvo a recordar la foto sepia, estos llamados de atención que me
tienen aquí, volviendo otra vez al trabajo, encerrándome a reescribir
esta escena que debe ser de otra manera, porque recordar lo del
temblor es mucho, demasiado, es poco natural y nadie se acuerda de eso
en estas circunstancias, mucho mejor sería que el Nicomedes dijera
estoy bien cuando ella se lo pregunta, y ahí si que se provoca el
clic, porque la Marta sabe que siempre el Flaco dirá bien y le ve los
ojos tristes, empañados por dentro, la mirada sin ver, y entonces le
bajará toda la ternura de nuevo, porque ella es mujer madre y sabe que
está como las huevas, pero no sabe de que, tal vez de otra mujer, sin
embargo guarda ese gesto de siempre, esta conversación que ellos
tienen archivada para reeditar, así mejor, sin duda, satisfecho ahora
de la escena busco la foto y no está, alguien la tomó, alguien que
debe ser Leonor, se tomó el trabajo de ubicarla entre la resma de
papeles nuevos donde vuelvo a revisar y nada, y si la hubiera dejado
en otro lado, y no, y me levanto del escritorio y cuando salgo todo
está a oscuras y no podré preguntar, aunque sólo hubiera querido
mirar, mirar los ojos que son los más delatores, de ese alguien que
cuando no estoy se mete en el templo este y revuelve mis papeles que
nadie toma sino yo, y me da un poco de rabia, porque Leonor sabe que
esta intimidad no se toca, sabe que nunca lo hablamos tampoco, que es
un acuerdo en silencio y mientras recorro la casa escucho una música
suave, la sigo y llego donde duerme Rita, la vieja amiga de Leonor, de
paso acá por sus investigaciones e informes, una música demasiado
suave para identificar y ya sé que no duerme, que bajo la pragmática
queda una gota de sensibilidad, un pequeño tiempo para ensoñar,
quizás, tal vez no sea ni eso, tal vez diga que no se puede dormir si
no escuchando algo de música y que le sirve de somnífero y vuelvo al
escritorio a tenderme un rato, traer a Rita y dedicarle unos minutos,
que no me servirán de nada porque es tan inasible para mí, tan lejano
saber cómo vive, qué le gusta, si se mira el cuerpo antes de meterse a
la ducha, no, ni tanto, menos, algo que deje ver bajo la ropa que
viste, digamos bien, a tono, y la seducción que parece tenerla
dominada de principio a fin; una mujer moderna sin duda, sabe lo que
quiere y dónde va, cómo lograrlo y que el tiempo es oro, entonces
basta para ella y apago la luz, me pongo de pie y me voy a dormir,
cruzo el patio a oscuras, entro en la casa, la música ya no se escucha
y cuando me dirijo al dormitorio veo la luz de la cocina encendida, me
desvío a apagarla y lo voy a hacer sin mirar cuando me la encuentro
allí con un vaso de agua en las manos, y veo más, veo lo que no deja
ver, por fin, un gesto de pillada, un algo de naturalidad, no podía
dormir, dice, estoy cansada y antes de decir nada yo, veo la bata
abierta entre unos pechos altos, esquivos como peces, la curva de las
nalgas asentadas, las manos finas, un brazo, quieres algo, le digo,
negándome aún a mirar, aún viendo a la precisa, la pragmática de
resultados, y dice no, quisiera hablar, agrega y pierde la vista,
estoy cansada, repite, no sé, a veces necesito alguien con quién
hablar, y cuando voy a preguntar se adelanta, no es nada, ya está, la
noche está preciosa, viste la noche, pregunta, no, le respondo,
mientras deja caer un chorro de agua sobre el vaso y parte, pero antes
se vuelve, se vuelve de modo que pueda ver sus pechos alzados, en
punta, que podrían entenderse como una provocación, ayer leí algo de
lo que escribes, me dice, la miro serio, los ojos le brillan de
complicidad cuando agrega, me gustó y se aleja al tiempo que apago la
luz, sigo tras ella, la alcanzo donde nos debemos separar, la noche
está preciosa, le digo, no me responde, me toma una mano, la presiona
y se va.
Un
minuto entero me quedé allí sin más reacción que el temblor del sexo
creciendo abajo, encumbrándose de emoción, buscando una resistencia
fantasma, un calor inexistente, solo en la oscuridad como un niño,
provocado, pero no, o sí, no sé, más bien preso de un episodio
confuso, en todo caso sensualizador, nada más, claro, nada más, sólo
que compuesto con la foto, con los senos de Rita en punta, me sacaban
de la mecánica habitual, los libros, Leonor, la novela, para llevarme
a la cama obseso, descartando del todo a Leonor, metiendo en la foto a
Rita, poniéndola con esfuerzo allí apoyada en el mármol, añadiéndole
una mirada sugestiva, un cinturón ancho, la cinta en la frente
mientras vuelve a crecer, temblar en el espacio vacío y… ayudo,
lentamente, gozando a Rita, porque es ella la que veo, la que invento
parsimonioso para no despertar a Leonor y la hago presionarme
nuevamente el brazo en la oscuridad, pero ahora para atraerme y
llevarme, abrirse la bata donde los pechos contundentes se ofrecen y
abajo los jugos comienzan a asomar por la entrepierna y pierdo el
aliento al entrar y salta y disimulo apenas cuando me digo, si
supieran las películas que me paso antes de dormir.
Desperté temprano, me olvidé, quise olvidarme de ese rayón sin base
sustentatoria y apenas con un café me fui al escritorio para
continuar, ganar páginas de fin de semana, desde el sábado temprano,
con el Nicomedes triste, bien, como él dice cuando la Marta se acerca
y a él se le empañan los ojos, le pasa una mano con ternura por el
cuello, juntan los rostros y casi sin darse cuenta acercan las bocas,
casi juntan los labios que recuerdan solos, el solo cuerpo, la piel
que se junta, los labios, besándose, así es, luego vendrá de a poco,
muy lentamente, el hotel pobre, barato, cuando ya comienza a aparecer
el sol sobre el pasto bajo el nogal, y una gata, luego lo sabré, baja
de una pared y comienza a jugar, se revuelca, corre, va y vuelve y
rueda y se estira, remolonea y de pronto se pone, estirada levanta la
cola y cuando creo no entender nada, solemne aparece él, se acerca don
gato sin pisar el suelo y huele y busca con la lengua allí y mi sexo
brinca encabritado, la naturaleza o el azar vuelven conmigo a la
provocación, a la obsesión, y basta…me levanto, decido gratificarme
con otro café y los gatos suspenden su festejo, huyen cuando abro la
puerta, qué carajo, me digo, es que todo se confabula para calentarme
sin ton ni son, o con ton pero sin son… y al entrar a la casa me
encuentro con ambas amigas tomando desayuno y el bolso de Rita a medio
llevar sobre un sillón, porque me voy el fin de semana a la playa,
cuenta, y apruebo con una sonrisa mientras en lo hondo se derrumban
las fantasías, las pajas inútiles con la taza de café vacía en las
manos, sacando cuentas, cuándo es que se va, cómo es que se va a ir
sin antes… sin antes qué, nada imbécil, me digo, mientras me sirvo
café, si todas son fantasías tuyas, fotos que deja Leonor y tú
refocilándote en pajas gloriosas, inventando la realidad, cambiando
los personajes y vuelvo envalentonado ya con la certeza que todo fue
un invento mío, que nada pasará, al tiempo que Leonor va a buscar un
sweater para Rita y ésta se hunde el bolso de viaje liviano y quedo
sobrando del todo aquí, desolado de fantasías, con el culo de Rita
desafiando mi imaginación bajo los jeans, bravo, respingón, hermoso y
yo sobrando, aunque no, porque un culo así aunque sea una pragmática
con insomnio es una excelente imagen para recordar, las piernas
fuertes y la mirada que me sorprende en plena descarada y meticulosa
observación y qué, qué si Rita se levanta y vuelve a su papel,
seria…mas confundida, toma unos libros y busca y elige con un algo de
torpeza imperceptible en las manos y a mí me tiemblan los labios que
escondo contra la taza de café mientras ella dice, este, ahora sí que
lo voy a leer y le respondo, no, no vas a dormir nada, que qué tiene
que ver, y me mira ruborizada, perdón, le digo pasando al rojo yo
también, quise decir no vas a leer nada, en la playa uno nunca lee
nada, son libros de paseo, agrego rápido y mejor me voy al escritorio,
huyo de las palabras que me delatan, pero me detengo un segundo antes
de desaparecer, una última curiosidad y sí, me miraba ir, esperaba que
me detuviera, esperaba decirme, confirmarme, lo voy a leer aunque me
quede sin dormir. "El Cuarto Propio" brilla en sus manos, bajo la
blusa sus senos escapan, y le digo, a ver, no te muevas, vuélvete un
poco, me interroga con la vista, un poco, repito, así lentamente,
hasta que queda frente a mí, ahora, continúo, levanta la cabeza, más,
un poco más, levemente hacia atrás, descúbrete el pelo sobre las
orejas, sobre la frente la cinta, ahí, eso es, exactamente, así es la
foto.
Quedó pasmada, sus pechos o la blusa aleteó al tiempo que desaparecí
por la galería excitado y confuso, ya del todo con otra preocupación,
otra obsesión más urgente que la novela incluso, que el trabajo, que
Leonor, sin poder de concentración más que la urgencia, las olas de
calor, las fantasías recurrentes frente al escritorio una y otra vez,
cuando desde el patio se despiden, Leonor me avisa que volverá a
almorzar y Rita grita chao, y unos pasos se acercan, Leonor, Rita, no,
Leonor, empujan la puerta y me vuelvo para ver a Rita, la cabeza
levemente inclinada hacia atrás, me intrigó lo de la foto, me dice, te
la voy a cobrar y desaparece, ya no quedan ruidos en la casa y me
paseo por la galería desierta llevando las hojas que recién escribí,
un libro tomado al azar, voy y vengo, me tiendo sobre un sillón
mirando el techo y nada, nada más que el silencio flotando, escenas de
la novela que surgen solas, la foto, Rita, un hotel barato en la calle
París donde ahora llegarán la Marta y el flaco Nicomedes y la foto, la
foto desaparecida quizás en manos de quién, que ya no lo sé, ¿Rita?,
¿Leonor?, vaya a saber quién me brinda esta obsesión, el recuerdo de
la mujer con la cinta en la frente y la cabeza levemente inclinada
hacia atrás, la mirada sugestiva, desnuda, el ombligo redondo y ancho
en esa piel que temblaría al poner la mano allí, deslizarla allí,
abierta y amplia, pero basta, me digo y me pongo de pie, me olvido,
trato de olvidar cuando descubro sobre la mesa "El Cuarto Propio", el
libro que Rita leería incluso sin dormir, olvidado sin más a plena
luz, y la pragmática de resultados ahora sí objetivamente se comienza
a desmoronar, el espíritu latino la vuelve a recuperar, la provincia
de olvidos, del ahora sí, se cuela en sus performances, en sus
doctorados, la naturaleza violenta, el mundo sin dominar y me alegra,
me alegra abajo, mezquino en el sexo que vuelve a temblar cuando tomo
el libro como a ella y antes de irme nuevamente a escribir entro de
paso al baño, el baño asignado a ella y me siento al lado de la
cortina todavía húmeda, el trasto de la ropa sucia a medio abrir con
unos jeans que asoman y apenas bajo la tapa unas tangas desconocidas,
misteriosas, prohibidas, imposibles de tocar, porque eso no, el
fetichismo no, en alguna parte hay que poner fin a una obsesión,
realizarla acaso, pero mis manos van igualmente allí y alzo la tanga
cuidadosamente con la punta de los dedos para dejarla nuevamente allí,
y no, la tengo ante los ojos, un vaho irresistible y lejano me inunda,
me ciega, me hace saltar el sexo de emoción, temblar enloquecido en el
espacio, y ya nublado, sin ningún dominio sobre mí me la acerco
velozmente a la nariz y los labios y aspiro tragándome el aroma
celestial hasta mi última capacidad, me llevo la mano al falo húmedo,
goteando sin fin y cuando vuelvo a aspirar y lamer, desde el fondo de
la columna siento que se me arranca el ser, rojo de locura y felicidad
y en el último segundo casi con el mismo sexo de Rita en los labios,
apoyada en el mármol, la cabeza levemente hacia atrás, entrecerrando
los ojos, apretando los dientes, pongo la tanga allí de donde broto y
estallo y me uno y deshago en esta locura desconocida y hermosa,
culpable al fin porque de inmediato viene la sensatez, qué voy a hacer
con la tanga mojada de mí, pegajosa de jugos, seguro, ponerme de pie y
lavarla prolijamente sin dejar una huella de debilidad, de fetichismo,
sí, exactamente y luego qué, nada, misterio, que Rita piense lo que
quiera, que lo diga, u omita, que lo omita mejor al verlas colgadas
allí o no, guardadas de nuevo donde mismo pero limpias,
misteriosamente limpias, ¿cómo una foto?… y yo nunca sabré nada
tampoco, nada más que esta felicidad desconocida y el aroma
enloquecedor de su sexo escondido en títulos, investigaciones y
doctorados, un sexo con aroma de batalla final que agrega el espacio,
el sabor, el olor a la composición sepia de la foto.
Y
Rita volvió a una última semana en que nos evitamos cruzándonos en
vértices, esquivándonos la mirada, poniendo un campo nervioso de
distancia entre los dos, cómplices al fin, o no, cargados de
subentendidos y silencio y observación y omisión y preocupación,
porque sin abandonar su velocidad y resultados, las entrevistas y
lecturas en el ceño cargaba una preocupación, en los dedos una tensión
al asir, mientras mi novela se detenía en un hotel barato de la calle
París con una Marta sin iniciativa, un Nicomedes remedo de sí,
paralizados, deambulando en una pieza pobre de hotel con palangana en
vez de lavatorio y agua en jarro sobre el peinador, sin saber cómo
seguir o sabiéndolo pero detenido en esta otra urgencia, esta obsesión
que se me escapaba, que me quedaba en una tangente frustrante,
nerviosa, que me hizo salir por las noches a los cafés, a refrescarme
el alma con los poetas que siempre recalan en Lastarria, pero sólo fue
para caer con mayor entusiasmo al volver, para acostarme junto a
Leonor tratando de escuchar sus ir y venir, generalmente nada, apenas
una puerta que se abre a la medianoche, el ruido del agua, y nada, ni
un indicio, sin imaginación tampoco para llegar a ella y distender,
sacarle del ceño esa nube de preocupación, volver a la presión de la
mano sobre el brazo en la oscuridad, a la Rita con el libro en las
manos mientras los pechos vibran en desafíos cuando pone la cabeza
hacia atrás, nada más que la impotencia ante el texto sabido y no
resuelto, luchando otra noche más contra él cuando una vez más queda
la casa a oscuras y resuelvo que me han invitado a leer a Valparaíso,
que el lunes cuando Rita parta, muy pronto me iré yo también a
olvidarme de esta locura y le cuento a Leonor y le pe diré a mis
amigos de la Universidad que me preparen el justificativo, esa
invitación mentirosa que presentaré en el trabajo y a Leonor, una
invitación de los alumnos para leer y conversar, en realidad para
huir, para meterme en una bar solo y pensar, el Cinzano tal vez, y
amanecerme con boleros y otras mujeres y tangos y vino blanco, y
finalmente chao, chao Rita, chao foto, chao obsesiones, chao, chao,
así es, chao aromas y sexo, y volver luego tranquilo al jazz junto a
Leonor, puta Leonor, qué quieres que te diga si nada tampoco te voy a
decir de lo que ni siquiera intuyes, ni olfateas, ni nada, sólo apagar
la luz otra vez para entrar en la casa, tomar agua de la cocina,
cruzar el living a oscuras de donde me chistan y salto, primero
asustado, sorprendido después con la certeza, la confirmación de que
Rita está allí, no podía dormir, me dice, y le tomo la mano que no
quita y se la alzo, la obligo a levantarse y la atraigo, dejo caer los
papeles sobre el sillón y meto las manos bajo la bata cuando saltan
sus pechos contra mí, las manos se deslizan rápido tocando y asiendo
caderas, la espalda, mi sexo duro contra el suyo, mientras jadeamos,
las bocas se nos juntan ansiosas, bebiéndonos y comienzo a bajar mi
mano por la cintura, a pasarla sobre el pubis adivinando, crujiendo la
camisa sobre los pelos y más abajo ya en la entrepierna, la carne
suave, suavísima y más, al tiempo que levanto la camisa lentamente sin
dejar de frotar, de pasar apenas las manos por allí hasta encontrarme
directamente con el terciopelo de su piel y elevarme ahora hasta la
humedad gloriosa, refocilar mis dedos en ese jugo e ir más allá, el
tembloroso y tibio principio que abro con la yema de los dedos
lentamente como un gajo de luna de comienzo a fin para quedarme allí
donde tiembla y se retuerce y aspira y jadea silenciosamente y de
pronto se aparta, no, susurra, no, cuando la urgencia me moja, baila
mi sexo en su propio jugo, no, me dice, ahora no, tú me debes una
foto, y antes de darme cuenta ya no está, sólo escucho la presión
apenas sobre la puerta de su dormitorio que se cierra y me quedo allí
aspirando de mis dedos, llevándome a dormir esta maravilla
desquiciante en la yema de los dedos.
Mi
entusiasmo murió en la más completa desolación el último día luego que
lograra esquivarme y huir exitosamente yéndose inmediatamente a dormir
después del café, y casi en algún minuto estuve a punto de decirle a
Leonor que ya no iba a Valparaíso, que no tenía ganas, que estaba
complicado con la novela y qué sé yo, sólo me retuvo la idea de
encontrarla de nuevo a oscuras en el living y lo aguardé, puse oído,
fuerzas, todo, para finalmente cruzar la galería apenas Leonor apagó
la luz y sentarme a esperar en la oscuridad; estuve una hora o dos, no
sé, lo que sé es que Rita no apareció y adormilado y tenso, enfermo,
me fui a dormir.
A
la mañana siguiente la partida fue rápida, la mía no, pero Rita y
Leonor fueron rápidas, el desayuno eficiente, el que te vaya bien,
éxito en tu lectura, vuelve, mirándola con los ojos idiotas del que no
durmió nada y en fin, Valparaíso es siempre un alivio, un reencuentro
consigo, con las tristezas, casi siempre con la tristeza más que la
alegría, y la frustración y la obsesión, una piedra libre, eso es,
para toda necesidad del alma, un respiro para el neurótico
inconsciente, la ciudad del puede ser, de la confirmación de los
amores y el desdén, y ya, con una foto nublada, un sepia evaporándose
en el color, preparé el bolso, tomé papeles, libros, una camisa y
esperé, esperé un café entero sentado allí donde alcé a Rita mareado
de aromas y recordé, olvidé, leí hasta el momento en que, cuando me
disponía a salir, sonó el teléfono que casi no atendí, pero sonó y
cortaron y volvió a sonar, seguro, pensé, algo que olvidó Leonor,
llévame la agenda o qué sé yo, y tomo el auricular y escucho a Rita,
me debes una foto, me dice, vamos, respondo, que te vaya bien, me
debes una foto, repite, te la perdiste, anoche te esperé, no, me
corrige, una foto de verdad, eso me debes, pero si ya te vas, seguro
dentro de poco parte el avión y Leonor estará mirándote hacer tu
última llamada aquí, no me corrige, Leonor ya se va y yo… y yo,
repite, estoy a punto de perder un avión, estoy a punto…y me deja
escuchar su respiración, piérdelo, le digo, le ordeno, pueda
ser…dubita, puede ser…no te creo, apuro, tú tienes mucho que hacer,
cuentas cada minuto…, sí, aprueba, a veces, ahora soy capaz de
dejarlos correr, soy capaz de encontrarte allá, en el American…, ya no
existe, corrijo, encuéntrame en el Cinzano, no sé, le digo, no creo
que pierdas el avión, espérame en el Cinzano, dice convencida, busca
el lugar, llevo la misma tanga, dijo y me heló, casi se me cayó el
teléfono, la misma, repitió, y dijo más, creo que se parece a la pieza
del hotel donde hace tantos días están tus personajes, algo de eso
tiene y colgó.
Se
liberó el Nicomedes, tocó, lamió y olió, se metió bajo las axilas
delirante, puso la lengua como gato allí, separó con cuidado, clavó
dulcemente y fiero, se enredó en el cuello y la nuca, jugó con los
pezones elevándose desde los pies como ante una diosa y la eyaculó
dentro y fuera, la revolcó de las ancas, mordió apenas los glúteos y
finalmente la vistió como el recuerdo de una foto de su juventud, con
cinta en la frente y cinturón ancho sobre el pubis, levemente la
cabeza inclinada hacia atrás mirando sugestiva, unos ojos antiguos,
sepia en la nube del recuerdo y Leonor estuvo una semana entera
ardiendo cuando la dejó de leer, revolcándose como gata en un jardín,
levantando las ancas, poniéndolas para mí, con una sola observación,
la escena está fantástica, dijo, lástima que el flaco Nicomedes no es
así.