Pablo de Rokha treinta años
después
Por Naín Nómez
Publicado en ROCINANTE, noviembre de 1998
Resulta un lugar común
señalar la marginalidad que tuvo la obra literaria y poética de Pablo
de Rokha en la tradición literaria chilena. Nacido en 1894 en el
oscuro pueblo de Licantén, provincia de Curicó, el poeta asumió desde
sus inicios allá por 1916 con sus Versos de infancia publicados en la
famosa antología Selva Lírica de Molina y Segura, el destino del
relegado, del maldito, del extraño, del desaforado, del que escribe
fuera del canon. De sus 38 libros autopublicados en su mayoría y
desaparecidos de bibliotecas y librerías, queda un testimonio de vida
y escritura enfrentados a una realidad cultural provinciana, que no
supo ver las rupturas estéticas y epistemológicas que proponía el
poeta. Las tragedias familiares (muerte de su mujer-musa Winétt de un
cáncer en 1951, muerte de su hijo Carlos en 1962, suicidio de su hijo
Pablo y de algunos de sus mejores amigos como Joaquín Edwards Bello),
y su propio suicidio un 1 de septiembre de 1968, sólo vinieron a
complementar un periplo de desmesuras incomprendidas y represiones
históricas que ponen en cuestión no sólo lo que se entiende por una
tradición cultural, sino el destino mismo de sus
representantes.
Pablo de Rokha perteneció
a un grupo de productores literarios (Neruda, Huidobro, Mistral, Pezoa
Véliz), que vivió directamente la contradicción de una modernidad
transferida desde Europa a las élites continentales, ligada al
progreso desde el siglo XIX, pero también es una marginalidad
anunciada estrepitosamente con la estética modernista y reforzada por
el tremendismo fragmentario y la crítica a ultranza de los
vanguardismos. Frente a un nudo representado y vivido desde un
progreso cientificista y tecnológico, que se constituyó cada vez más
en un mito altisonante que desgarraba a la sociedad en dos
concepciones irreductibles, los poetas buscaron sus orígenes en lo
estético y trataron de refundar la historia desde el lenguaje. En este
sentido, los discursos rokhianos se instalan en las antípodas
candentes de su época, al nuclearse en un discurso movible, caótico y
cambiante que buscaba articular vida y escritura, totalidad y sujeto,
acción y pensamiento, emoción y razón. Este carácter oscilatorio y
"a-rracional" de sus proposiciones discursivas, impidió que la obra de
Pablo de Rokha pudiera ser analizada de una manera convincente por una
crítica apegada a la funcionalidad de la tradición impresionista.
Positiva y formalista, cuyo canon era europeo y cuya base estética se
apoyaba en géneros establecidos: la lírica, la épica o la
dramática.
El poeta que nació con el
nombre de Carlos Díaz Loyola, fue uno de los precursores de la
vanguardia chilena e hispanoamericana. Entre 1916 y 1930 desarrolló
una escritura, que a pesar de la influencia de románticos y
modernistas, se corrobora con atisbos del simbolismo francés, las
reflexiones anarquistas tamizadas por el voluntarismo de la filosofía
de Schopenhauer y el mesianismo nietzcheano, a lo que se puede agregar
su experiencia de la vida ligada a la zona central del país con sus
mitos nacionalistas y rurales. En los textos más relevantes de esos
años -Los gemidos (1922), U 1926, Sudamérica (1927) o Escritura de
Raimundo Contreras (1929)-, se conforman las formas escriturales y los
contenidos que reaparecen como obsesiones permanentes en toda la
producción rokhiana: la desmesura y exageración de discursos y temas,
la visión degradada de la historia humana, la necesidad de una ruptura
discursiva para enfrentar la misión suprahumana del vate todavía
romántico y maldito, el carácter dialógico de las formas literarias
incluyendo los géneros marginales como la diatriba, el discurso
político y el testimonio y también discursos orales y
épicos.
En el segundo periódo que
se despliega entre 1930 y 1950, se desenvuelve el tono épico
ratificado por un compromiso político con los republicanos españoles y
el comunismo de la Unión Sovietica. Escribe poemas, artículos de
opinión, ataca a los "enemigos del pueblo" y pretende convertirse en
el gran poeta popular de su época. A partir de 1939 y frente al
"ninguneo" de la crítica oficial, inicia su propia revista, Multitud,
impresa en gran formato con letras rojas y negras, impregnada del
altisonante y batallador estilo rokhiano. En el efervecente clima del
Frente Popular de los años 30 y 40, la producción literaria del poeta
se integra vitalmente a su vida privada y a sus acciones, todo lo cual
conforma una suma cuya finalidad es la búsqueda de la igualdad social,
y una sociedad más justa. Desde Jesucristo (1933) hasta Arenga sobre
el arte(1944), la obra rokhiana se abre por un lado a los cantos de
trinchera, mientras por otro incorpora acontecimientos, personajes y
lenguajes populares que buscan crear un mito de lo nacional-popular,
que tendrá características únicas en la poesía chilena del siglo. Un
ejemplo notable de este tipo es el poema "Epopeya de las comidas y las
bebidas de Chile". Si bien la etapa de creación que va de 1950 a 1968,
repite en lo fundamental los temas y formas discursivas anteriores del
poeta, también va delineando algunas obsesiones ligadas a las
angustias de sus últimos días. Elegías como Fuego negro (1953)
dedicada a Winétt o cantos doloridos dedicados a sí mismo, como "Canto
del macho anciano" de 1961, darán la tónica a un momento en que el
poeta siente que la sociedad lo aísla, que su obra no es comprendida y
que el Mito Colectivo que quiso plasmar en sus poemas, culmina a veces
en un canto desesperado teñido por el dolor y la muerte.
Si se quiere hacer un
sucinto de sus aportes fundamentales a la tradición poética chilena e
hispanoamericana, éstos no son pocos. Textos surrealistas como
Suramérica del 27, integraciones del cubismo y del futurismo en U y
Satanás, el carácter suprapoético de lo nacional-popular como
categoría de un arquetipo en la "Epopeya", "Campeonato de rayuela",
"Rotología del poroto", el intento histórico de unir lo singular con
lo universal en la mixtura de épica y lírica, el uso de formas de
escrituras híbridas e impuras que van desde la diatriba y el panfleto
hasta las formas epopéyicas, etc. Pablo de Rokha se salta los géneros
de la tradición europea y construye un texto complejo, caótico,
fragmentado, multidisciplinario y contradictorio, cuya estética
representa una nueva realidad, siempre en plasmación. Su escritura es
como una herida siempre abierta, manchada, contaminada, cicratizada y
vuelta a abrir, desde la cual manan tanto las diatribas como los
cantos de amor, los odios y los encantos, los rojos violentos de la
sangre como los venenos de la oscuridad.
Fue nuestro padre violento
como solía decir Humberto Díaz Casanueva, fue también un blasfemo como
dijo cierto crítico, pero por sobre todo un gran poeta desmesurado, de
esos bardos de la tribu que son los testigos dolorosos de su época,
que pagan la escritura con la muerte. Treinta años después de su
holocausto, lo recordamos como el vanguardista utópico, como el
patriarca mesiánico, como el militante incansable, como el terrible y
torrencial maldecidor que nos dejó la utopía aferrada a la memoria
para que no olvidemos.
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