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        Alameda tras las rejas de Rodrigo Olavarría: 
          recorrer la memoria
y la ciudad sitiada como un blues 
(Santiago: La Calabaza del
Diablo, 2010)
        
          Por Macarena Urzúa Opazo
            Publicado en Taller de Letras. N°53, 2013
            
            
        
          
            
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“The book unwrites itself,  
          whiter than night”.  
          (Claire Malroux)
         “Una ventaja de llevar un diario consiste  en que se toma conciencia con tranquilizadora
 
          claridad de las transformaciones a  las que uno está todo el tiempo sometido”  
          (Franz Kafka, Diarios)
        
         Diario del escritor que ha perdido el  interés por la escritura
        He escogido este verso de Malroux, poeta  francesa (traducida por Hacker), como quien  elige un título para una banda sonora, que es el  tono de este libro-diario de Rodrigo Olavarría.  Una de las primeras impresiones que se tiene  al leer Alameda tras las rejas es la íntima relación que se construye entre poesía, escritura  y música. Por esta razón al pasar las páginas  se recuerda a la poesía beatnik, al cantante  Bob Dylan, a la poesía de Ginsberg (cuyo texto  Howl fue traducido al español por Olavarría) y  a la poesía de Marylin Hacker, particularmente  su poema sobre Janis Joplin (“Elegy for Janis  Joplin”), escrito después de su muerte. Este  diario de escritor, de Olavarría, es también  una llamada a la ausencia, un hacer presente  personas y hechos que ya no están.
        El ejercicio de lectura de Alameda tras  las rejas es un adentrarse en el habla o en  la cabeza de alguien como el hablante del  texto: un cowboy, un punk postmoderno  o premoderno a ratos, un pendenciero, un  cantante, que generosamente nos invita a  hacer junto a él esas caminatas a través de  diversos episodios de las andanzas de nuestro  héroe. Así como también nos permite observar de cerca el momento de los ejercicios de  escritura que solo quien tiene un “cuaderno  de  esclavo” hace, lugar desde donde se adivina, el narrador va llenando sus  páginas. Advertimos en la entrada  del viernes 18 de febrero de 2005  la siguiente explicación: “Desde el  año 2003, solo conservo mis trabajos de esclavo. Las páginas de los  esclavos son como las páginas de  los estoicos” (45). De este modo  es este ejercicio estoico y esclavo  la manera de tener algún sentido  y también de hacer consciente el  hecho de que no lo hay.
esclavo” hace, lugar desde donde se adivina, el narrador va llenando sus  páginas. Advertimos en la entrada  del viernes 18 de febrero de 2005  la siguiente explicación: “Desde el  año 2003, solo conservo mis trabajos de esclavo. Las páginas de los  esclavos son como las páginas de  los estoicos” (45). De este modo  es este ejercicio estoico y esclavo  la manera de tener algún sentido  y también de hacer consciente el  hecho de que no lo hay.  
        Al leer, imaginamos o recordamos  también aquellas caminatas cantadas  o sostenidas con ese narrador, al  mismo tiempo que vemos ese acto  mismo de plasmar en papel, gesto  fundamental aunque tal vez inútil:  “la palabra convierte en nada todo lo  que toca” (36). En una de las tantas  citas del texto leemos: “all explorers  die of heartbreak” como todos este  explorador de la Alameda, flâneur  enamorado que ha perdido al objeto  amado, que camina y deambula  por los caminos de la pérdida y el  desengaño, ve tras las rejas y ese  recorrido antes y después de ese  gran quiebre.
        Calificar a este libro como solamente un diario de escritor sería  reducirlo, así como también sería el  insertarlo en la crítica que indaga  en los géneros del yo, la subjetividad y la autobiografía. El texto de  Olavarría opera como un compendio  y un ejercicio de escritura, llevado  a cabo por un escritor. Tal como  ocurre con los Diarios de Kafka, el  ejercicio de escritura se transforma  en esa “tabla de salvación” de la  que habla el autor en sus célebres  diarios: “Desde hoy atenerse al  diario. Escribir regularmente. No  rendirse. Aunque no venga una  salvación, quiero ser digno de ella  en todo momento” (25 de febrero de  1912, 78). De esta forma escritura  y salvación se transforma en una dupla inseparable, como también lo  es el recorrido del escritor por esta  ciudad que le ha sido sitiada luego  de una desilusión amorosa, que es  el punto de partida de este texto.   
        El diario del escritor ayuda tanto  a tomar conciencia de lo vivido,  como también a olvidar, o a obligarse a recordar lo ocurrido, como  lo señala Kafka: “Una ventaja de  llevar un diario consiste en que se  toma conciencia con tranquilizadora  claridad de las transformaciones  a las que uno está todo el tiempo  sometido” (66). El diario como un  tranquilizante, como algo que da  forma a ese momento borroso en  el que se escribe. De este modo  en esta misma entrada de diario,  sostiene también que, “En el diario  encuentra pruebas de que uno  mismo ha vivido situaciones que  hoy le parecen insoportables” (66).
        Al leer Alameda tras las rejas  asistimos como espectadores a ese  registro de anotaciones que no solo  explora situaciones, sino que también  imprime una particular mirada a la  ciudad y a la escritura, que ensambla  el acto de caminar con el escribir.  Asistimos a este ejercicio en el que  cada pisada en la calle se transforma  en un texto, en un verso que marque  el ritmo de ese andar.  
        La voz de este hablante nos  permite leer sus lecturas, oír sus  canciones (ahora aún más con la  banda sonora que acompaña el  libro) permitiéndonos entrar en ese  canon temporal y compendio en el  que se incluye entre otros a Cohen,  The Clash, César Vallejo, Tom Waits,  Jack Kerouac, Leonard Cohen y se  adivinan otros más[1]. A partir de esta lectura nos queda claro que el  hacer canciones es como caminar,  que la poesía o la escritura no es  más que otro ejercicio de la experiencia. El texto se inscribe no solo  en el recorrido sino que también  en el cuerpo. Como dice Michael de  Certeau, el caminar o deambular es  carecer de lugar: 
        
          
            To walk is to lack a place. It  is the indefinite process of  being absent and in search of  an appropriation. The moving  about that the city multiplies  and concentrates makes  the city itself an immense  social experience of lacking  a place-an experience that  is, to be sure, broken up into  countless tiny deportations  (displacements and walks),  compansated for by the relationships and intersections of  these exoduses that intertwine  and create an urban fabric,  and placed under the sign of  what ought to be, ultimately,  the place but is only a name,  the City (“Walking in the City”  103). 
          
        
        El deambular por la ciudad  implica por una parte la soledad  y por otra también la posibilidad  de encontrarse con alguien o algo. Este hecho configura esa constante  patafísica o bien ley de lo insólito, de  la excepción a la regla que atraviesa  esta Alameda y las imágenes que  la pueblan[2].  
        Si la mejor poesía latinoamericana está escrita en una novela,  como se afirma en el texto, estamos entonces ante un intento de  poema escrito en prosa, de retazos  de canciones, esbozos de lo que  se adivina será siempre un work  in progress. Pero trabajado desde  el sinsentido que se experimenta a  partir de la primera frase del libro:  “El escribir ha perdido interés para  mi” (7). Alameda tras las rejas nos  transporta al viejo oeste, o al lugar  de un gaucho en esos relatos sureños  que se asoman en ciertas secciones  del libro, provocando un cierto distanciamiento de ese presente que  apremia a quien escribe. Así se lee en  la siguiente cita: “Se siente como si  en cada poste hubiera un letrero de  Se Busca con mi rostro mal dibujado. Creo que gasto demasiado tiempo  mirando por el espejo retrovisor,  porque siempre estoy huyendo de  algo, porque cada vez que puedo  me cambio el nombre” (24).
        Más que un recorrido por un  momento o período de la vida del  narrador, poeta y cantor, el texto  de Olavarría le da forma, ritmo y  fondo al deambular del hablante:  de nombre propio también Rodrigo,  pero que también podemos llamar  flâneur / punk, postmoderno, rockero, blusero. O incluso más preciso:  este es un DJ haciendo sampling y  mezclando fragmentos de textos y  músicas que componen este diario.  El sujeto poético nos entrega un  soundtrack o banda sonora, una  música de fondo a la experiencia de la  pérdida que es uno de los temas que  atraviesan el libro. De esta manera,  este recorrido es el de un flâneur,  que recorre la ciudad, deambulando  sin rumbo fijo, claramente desencantado, y como quien sobra. No  solo utiliza la mirada y su registro,  sino que también se va apropiando  tanto de la música como de sonidos  que encuentra a su paso, así como  también escarbará en aquellos que  aparecen en la memoria[3].
        
          Citas en torno a una poética
         Alameda tras las rejas nos deja  saber, desde sus primeras páginas,  que a quien escribe no le interesa  la literatura: “A mí no me interesa la literatura, lo que yo estoy  haciendo es escribir un libro” (7).  Además, casi como una advertencia  al querido lector, nos deja entrever  que “hay alguien que escribe este  libro, que es solo eso, un libro, no la  vida” (7). Por lo tanto, la lectura y  el ejercicio nuestro es un recorrido  por parte de esta trayectoria de la  misma escritura, que seguiremos  como quien mira un instante, pero,  ojo, no la vida. El hablante no solo  nos advierte, sino que explicita la  separación entre arte y vida, a pesar  de que en Alameda tras las rejas  sea la experiencia la que dé vida a  este texto.
        Se ve en estas páginas cierta  nostalgia, en el sentido que hay  un dolor, la pena de un intento  fallido de volver a un lugar, que  no es ningún lugar de origen, sino  más bien una constante búsqueda.  De esta manera, ese andar por la  “Alameda” y “tras las rejas” se configura también como una sinopsis  de la escritura donde muchas citas  y melodías confluyen. La búsqueda  y pérdida de “ella”, uno de los motivos o, adivinamos, impulsos para  la escritura de este libro, recuerda a  veces a Nadja de Breton, o al sujeto  que busca a Eva en Eva y la fuga  de Rosamel del Valle, y a tantos  otros perdidos que persisten en la  búsqueda de la amada.
         El hablante y narrador da luces  sobre su motivación de escritura,  la memoria junto a la práctica de  deambular: 
        
          
            Pero es necesario dejar una  huella de este deambular que olvida la memoria. Es preciso,  cuando es imposible escribir,  responder a los envites del  dolor, por novelescos que  parezcan. Hay que sacar tanto  provecho del sufrimiento como  de la música y hacerse atar la  pluma al pie si es necesario  (14).  
          
        
        Esta poética de la escritura como  una huella, un trazo de la memoria,  es un acto consciente como lo es  el ejercicio de escribir: “La huella  se encuentra también en el pacto  de no cambiar nada de lo que está  escribiendo” (35).
        En parte, se puede leer Alameda  tras las rejas como un ejercicio  para encontrarla a “ella”, la amada  perdida. Así, la escritura funciona  como un conjuro para revocar esa  situación. Sin embargo, el hablante  nos advierte, este no es el poeta  romántico qué escribe la vida, es el  que salta por la ventana de la micro  diciendo qué no se debe hacer. Otra  advertencia al lector: se escribe el  libro, pero no se deben hacer estas  hazañas. Así también aparecen  tantos otros memorables relatos en  el libro, solo para dar un ejemplo:  el noruego del bar que le levantó  la mujer a Leonard Cohen y que le  contó la historia a nuestro narrador. 
        “Quería hacer como los poetas,  escribir algo que pudiera hacer  pasar por poesía…” (31), sostiene  el hablante, pero aquí sí tenemos a  un poeta, porque estamos ante la  presencia de un cantor, un relator,  remitiéndonos sin o con querer a una  de las primeras características de la  poesía, que es el cantar y contar relatos o hazañas. El hablante, escritor,  cantor, caminante, revisa a diario  lo que escribe: “hojear las páginas  amarillas de mi corazón de esclavo”  (42). Desde ahí se adivina que se origina el libro y la poesía que de  él viene, aunque como se dijo con  anterioridad solo estamos ante un  libro, no la vida de quien escribe. El  hablante se ha encargado de recalcarlo, no es el relato continuo de una  vida, sino que aquí también hay una  composición que es consciente. El  sujeto se hace la pregunta: “¿cómo  hacer para expresar en un libro lo que  no tiene cabida en un libro? Aquello  inexpresable que hay en la experiencia, eso que el texto solo puede  enmarcar o narrar, lo que equivale a  perder la experiencia” (61). De esta  manera, la narración es concebida  como aquello que inevitablemente  viene de la experiencia, este texto  es un marco y, como he señalado  anteriormente, una banda sonora  que acompaña a la experiencia de  escritura y también a su práctica  entendida del siguiente modo: 
        
          
            A diario repito que no me  importan ni yambos ni placeres, aun así todos los días  leo y escribo estos poemas  que pongo frente a mí (…)  No me importan yambos ni  placeres, pero todos los días  te busco sin dejar de hacer  presagios, montado sobre  una bicicleta con tu nombre  y otros nombres en la boca,  con versos que repito de  memoria y otros que se dejan  caer simplemente… (41).  
          
        
        El texto de Olavarría no reemplaza a esta experiencia, quizás solo  intenta dar cuenta de esa irremediable pérdida. Y de la imposibilidad  de narrar o transmitir ciertas experiencias (ya lo dijeron varios en  relación con la modernidad y el no  poder darle estructura narrativa a  ese shock). Walter Benjamin sostiene  que puede tomarse posesión de la  memoria a través de la escritura.  Así, al referirse al rol del lenguaje en la memoria es interesante recurrir a  sus ideas, expuestas en “Excavation  and Memory”:  
        
          
            Language has unmistakably  made plain that memory is  not an instrument for exploring the past, but rather a  medium. It is the medium of  that which is experienced, just  as the earth is the medium in  which ancient cities lie buried.  He who seeks to approach his  own buried past must conduct  himself like a man digging  (576).
          
        
         El poeta, narrador, transeúnte,  se configura como el médium que  conecta el pasado con el presente,  a partir de esos recorridos por la  ciudad o por la memoria, es un  flâneur desencantado de la modernidad y su deambular errante sin  sentido. De esta manera la poesía y  el poeta darán cuenta de esa toma  de posesión de esa memoria y la  hace presente en su escritura. 
        Es menester, entonces, acercarse  con solapado ritmo a esta escritura,  se espera que para el / la lector (a) el  texto se abra al ritmo de sus páginas  y entonaciones. Así, el libro invita a  adentrarse en esta Alameda tras las  rejas, lejana a la de las Delicias o,  quizás, acercarnos a otra, la poesía  y la escritura de Rodrigo Olavarría. 
         
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          Notas
        [1] La banda sonora del libro puede bajarse  desde el blog de Rodrigo Olavarría, Sunrecords.blogspot.com. Resulta  interesante notar la explicación que el  mismo autor hace sobre este compendio:  “Presento aquí un link para descargar la  banda sonora de mi libro Alameda tras las  rejas, la gracia de esto es que cada una de  las canciones y los músicos que aparecen en  este disco son mencionados en mi libro. La  primera canción es You turn me on de Beat  Happening, también aparecen Elliott Smith,  Tom Waits, Charles Aznavour, Magnetic  Fields, New Order, Sebadoh, Modern Lovers  y otros, a quienes escuchaba devotamente  en la época en que escribí el libro, entre  los años 2004 y 2005…”.
        [2] Este concepto proviene de un término  acuñado por Alfred Jarry, padre de la  patafísica o la ciencia de las excepciones.  Jarry inspiró ampliamente la poética del  escritor argentino Julio Cortázar, para  quien la existencia de la patafísica sería  un importante aspecto al momento de  componer sus cuentos. Así lo señaló en  su texto de 1970 “Algunos aspectos del  cuento”: “En mi caso, la sospecha de otro  orden más secreto y menos comunicable,  y el fecundo descubrimiento de Alfred  Jarry, para quien el verdadero estudio de  la realidad no residía en las leyes sino en  las excepciones a esas leyes, han sido  algunos de los principios orientadores de  mi búsqueda personal de una literatura  al margen de todo realismo demasiado  ingenuo. Por eso, si en las ideas que siguen  encuentran ustedes una predilección por  todo lo que en el cuento es excepcional,  trátese de los temas o incluso de las formas  expresivas, creo que esta presentación de  mi propia manera de entender el mundo  explicará mi toma de posesión y mi enfoque  del problema” (368).
        [3] En el contexto de la poesía nacional,  particularmente de la segunda mitad del  siglo XX, se ve una importante presencia del  espacio urbano de Santiago. Baste recordar  el texto de Enrique Lihn, Paseo Ahumada (1984), La ciudad de Gonzalo Millán (1979),  entre otros, y más recientemente la poesía  de Gladys González en Gran Avenida (2005), o el poema “Santiago (visiones)”  de Alejandra del Río, presente en su último  poemario Materialmente diario (2009). Para  mayor referencia de la relación entre ciudad  y poesía chilena, se recomienda leer los  artículos de Soledad Bianchi “La imagen  de la ciudad en la poesía chilena reciente”  y el de Federico Schopf, “La ciudad en la  poesía chilena: Neruda, Parra, Lihn”.
         
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          Obras citadas
         - Benjamin, Walter. “Excavation and  Memory”. Selected Writings.  Volume 2. Translated by  Rodney Livings ton and  Others. Edited by Michael  W. Jennings, Howard Eiland,  and Gary Smith. Cambridge  and London: The Belknap  Press of Harvard University  Press, 1999. 576. Print.
          -  
          Bianchi, Soledad. “La imagen de la  ciudad en la poesía chilena  reciente”, en Revista Chilena  de Literatura 30 (1987): 137-  54. Print.
          -  
          Breton, André. Nadja. Traducción  de Braulio Arenas. Santiago:  Editorial Universitaria, 1994.  Print.  
          - 
          Cortázar, Julio. “Algunos aspectos  del cuento”. Obra crítica II.  Buenso Aires: Alfaguara,  1994. 365-385. Print.  
          - 
          De Certeau, Michel. “Walking in the  City”. The Practice of Everyday  Life. Berkeley, Los Angeles:  University of California Press,  1984. 91-110. Print.
          -  
          Del Valle, Rosamel. Eva y la fuga.  Caracas: Monte Ávila, 1970.  Print.
          -  
          Kafka, Franz. Kafka en primera  persona. Diarios de vida.  Traducción y selección, Carla  Cordua. Santiago: LOM ediciones, 2010. Print.  
          - 
          Hacker, Marilyn. “Elegy for Janis  Joplin”. Bad Moon Rising. Ed.  Thomas M. Disch. New York:  Harper and Row, 1973. 3-5.  Print.  
          -
          Olavarría, Rodrigo. Alameda tras las  rejas. Santiago: Calabaza del  diablo, 2010. Print.  
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          “Banda sonora de Alameda tras  las rejas”. Sunrecords.blogspot. Web. 23 de noviembre  de 2010. 27 de julio de 2011.  
          - 
          Schopf, Federico. “La ciudad en la  poesía chilena: Neruda, Parra,  Lihn”. Revista de Literatura  Chilena 26 (1985): 37-53.  Print.