Presentación del encuentro poético que reunió a los poetas Raquel Zarazaga, Javier Aguirre y Ricardo Olave-Montecinos
en Temuco un 15 de abril de 2024 en la Biblioteca Galo Sepúlveda.
Me protejo de la envidia pero si pudiese robarle la vida a alguien sería a Antonio Pigafetta. El genovés, del que poco y nada se sabe, fue uno de los 18 —¿o fueron 15?— sobrevivientes de la primera vuelta al mundo. Un título no menor, alcanzado en tres años y fracción, con un viaje que partió con cinco barcos y 300 hombres, para que llegase solo uno, el Nao Victoria, con famélicos tripulantes y sus preciados trofeos. El objeto más importante: el diario de Pigafetta, quizás el máximo testimonio de una hazaña.
Lo que hizo el italiano, darle palabra a lo visto, con su conocimiento occidental tratando de formar descripciones de lo que existía en América, Asia y Oriente, goza de todo atrevimiento y rica poesía. Resistió a las enfermedades de la época, logró evitar las venganzas y las traiciones, se salvó del escorbuto y una que otra enfermedad provocada por la exposición al sol, la falta de agua potable y abundante comida en descomposición. Pero aquí está, sigue vivo con un relato que aún nos hace reimaginar lo que creyó ver, con hombres de pie grande, animales salvajes y platos exóticos.
Pigafetta no vive solo en el libro, sino gracias a todo viajero que sigue llegando a lugares, y sin darse cuenta mantiene firme un escudo silencioso, renombrando plazas, calles, edificios, llamando a los amigos por su característica y nacionalidad. Algo así le ocurre a Javier Aguirre, quien hace 20 años no vive en Euskal Herria, siendo ahora el “peñi vasco” en Temuco, o a Raquel Zarazaga que eligió el calor de Cádiz, la tacita de plata, el último bastión de la lucha ante Napoleón o la primera constitución del reino. También me pasó a mí, que visité las ciudades de los poetas que hoy nos acompañan en esta mesa, siempre pensando en Pigafetta y su suerte, buscando que su espíritu me comparta algo de esta, por qué no decirlo, soberbia, de enfrentar esos embates para poder contar lo que otros no pudieron.
Zarazaga y Aguirre provienen del norte de España. Cuando visité País Vasco, en mi mente solo pensaba que uno de los insultos que más me llamaba la atención: “me cago en tus muertos”. Aún recuerdo la voz de mi compañero de residencia, cuando se irritaba y puteaba a los aires. Me hace mucho sentido la expresión, porque los europeos pueden revisar su historia familiar, y ahondar en varios siglos hacia atrás en su genealogía. De allí nació ese interés por buscar el significado detrás de mi apellido de origen vasco en Euskadi, tras horas conversando con otro amigo vasco sobre su tierra. Lo cierto es que tanto las personas del País Vasco como de Andalucía están repartidas por todo el mundo y en Chile no es la excepción. Apellidos, rostros, e incluso la forma de hablar, ya que el habla chilena se asemeja al andaluz por su rapidez y pronunciación extraña, confundiendo con sus muletillas al resto de España, así como nosotros configuramos un lenguaje secreto ante el resto de Sudamérica.
El País Vasco respira identidad, ya sea porque mantienen vivo el Euskera, uno de los idiomas más antiguos del mundo, su lucha independentista y la protección de lo local. Uno se sorprende de que muchas cosas son vascas. Personajes como Elcano, el que terminó la proeza de la vuelta al mundo, bebidas como el kalimotxo que aquí llamamos jote pero no le ponemos hielo. Su pasión por preservar lo que vive en el territorio del antiguo Reyno de Navarra inspira y se traspasa hasta el deporte más popular. El Athletic de Bilbao, reciente ganador de la Copa del Rey tras 40 años, solo juega con futbolistas nacidos o formados en las canteras de equipos de Bizkaia. La experiencia en el San Mamés, cuando la hinchada se queda a cantar con los jugadores, que pueden ser sus vecinos o alguien que puedes saludar en la calle, dan muestra del cariño y respeto por lo que tienen.
En ese entonces, para mí ese norte era el sur. Con el otoño regresó el frío a Temuco y que Javier describe en su último poemario encontrando similitudes que le dan la pequeña sensación de estar en casa, lo mismo le pasa a Raquel bajo las voces de los árboles, cuando sus poemas hablan de abetos, alerces, cedros, pinos, tejos, álamos, y otros más que se ven por las calles de esta ciudad que nos reúne como Temuco que aún no sobrepasa los 150 años.
Al igual que acá, Bilbao es un territorio húmedo, frío, en el que la xirimiri, esa ligera lluvia tan fina que no moja, se vuelve una costumbre entre quienes caminan bajo nubes grises. Visité Bilbao y recorrí por ambos lados del Nervión. Me fui a los barrios de Portugalete y Barakaldo, donde también arrendé un cuarto, en la casa de un pakistaní con un respetable español que me contó cómo cruzó el Mediterráneo en una barcaza que pudo no llegar a las costas de Grecia. Después partí a Amurrio, en un pequeño pueblo donde nació el líder de Vox, el partido de ultraderecha español. Allí, nadie lo quiere. La familia que me recibió, fanática de Chile gracias a los realitys chilenos que llegaron a la televisión pública española, me entregó ese cariño de cercanos que se conocen de toda la vida que, mezclado con esa brisa otoñal tan familiar, me permitió descansar y trabajar en un lugar de tranquilidad. Dicen por ahí que si te haces amigo de un vasco es para toda la vida y no lo pongo en duda.
Como en La Araucanía, en Bilbao tienen el euskera así como nosotros tenemos el mapudungun. Me dediqué a escuchar a la gente. Me dediqué a no entender qué significaba la mezcla de esas palabras a aglutinantes, a imaginar la destrucción de Guernica, o a perderme por los cascos viejos de Vitoria y Pamplona, donde Hemingway encontró una pasión en las fiestas de la tauromaquia.
Lo cierto es que quizás todo lo que digo no significa nada. Las ciudades cambian al momento de abandonarlas. No pasa ni un segundo tras dejar los pies en la tierra y las calles comienzan a revolucionar sus luces, algún plato se quiebra, otro negocio clausura. Creer que estas pueden mantenerse como acostumbramos es no pensar en la naturaleza del hombre que solo alcanza a ver un pequeño tono, una sombra, algo nublado, de lo que un lugar puede ser. Así con todas las ciudades que he pisado, que las mantengo vivas pero siguen siendo una aliteración.
Pero algo en nosotros, esa resistencia a dejar morir lo que ya tiene que descansar, nos hace mantener palpables los mapas y las rutas por las cuales acostumbramos a caminar, las que cambio a menudo para encontrar algún grafiti, las tonalidades del sol sobre el ladrillo que bien se mantiene con el paso del tiempo, los azulejos, y podría sumar un cuantioso etcétera.
No ha pasado ni un año y, con sus males y sus demonios, Andalucía y específicamente su capital, Sevilla, sigue proyectándose como un lugar lleno de placer y vida. A diferencia de Cádiz, ciudad que solo pude visitar por un par de días sin disfrutar de lleno su substrato, Sevilla, mi lugar en el mundo, es una ciudad puerto que no tiene gaviotas ni mar, pero la gente va y viene en los barcos mentales con los que transitan por sus pequeñas calles de noche. Durante nueves meses sus calles rebosan gente, ningún sitio está vacío, tampoco las copas que no alcanzan a vaciarse para que el mesero traiga algo fresquito para la garganta. Todo bar tendrá una persona esperando conversar de cualquier cosa, para que a la mañana siguiente este se olvide de quién eres y te desconozca en la calle. Los otros tres meses son un calor húmedo en los que la gente se esconde hasta que la noche da algo de tregua para seguir bebiendo.
En ese contexto conocí a Raquel en el festival O Sul, encuentro de poetas españoles y portugueses que, desde el punto cero de Sevilla, el antiquarium, leían sus poemas en medio de mosaicos de casas romanas que dan cuenta de los primeros habitantes que llegaron a esas tierras. Acá en Temuco, la ciudad menos ciudad de Chile según José Bengoa, no poseemos ningún yacimiento que nos cuente de la misma forma cómo viven los mapuche. Solo la naturaleza, aún indomable, sobreviviente virgen en algunos lados, habla por nosotros.
Estos días pensando en esta presentación me reía recordando una frase de un programa de televisión, Sábado Gigante internacional, que decía separados por las distancias, unidos por el lenguaje. Y lo que escucharemos ahora será eso, cómo el idioma encuentra diferentes palabras para seguir redescubriendo el mundo desde el lugar al que llegamos. Nuevamente doy la bienvenida a Raquel por estar aquí con nosotros y compartir un poco de ese mundo que tan lejano se ve desde el frío Temuco.
Volverá la mañana en que uno vuelva a pasar por ríos que recuerdan a otros ríos perdidos en ciudades oscuras, combatiendo los males del mar y la distancia generan en aquellos que viajan buscando respuestas que nunca llegarán. Y siempre será mía la penúltima cerveza antes de volver a casa.
Hace un tiempo, Europa era una masa uniforme llena de privilegios, y de a poco la fui amasando armando con mis propias palabras este lugar del mundo que todos conocemos por el colonialismo y sus bellezas. Recorrí el continente sin vergüenza y pude vivir en el País Vasco y Andalucía. Su riqueza vive ahora en mi corazón.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Bilbao, Cádiz y Temuco: La labor del poeta de re descubrir el mundo con sus propias palabras.
Presentación del encuentro poético que reunió a los poetas
Raquel Zarazaga, Javier Aguirre y Ricardo Olave-Montecinos.
Biblioteca Galo Sepúlveda. Temuco 15 de abril de 2024.
Por Ricardo Olave Montecinos