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Roberto Onell: Rotación

Por Adriana Valdés
http://www.letrasenlinea.cl
Octubre 2010


No sé por qué un libro tan placentero de leer me crea tantas dificultades a la hora de escribir un comentario…[1] Tal vez porque no responde a las expectativas comunes acerca de la “poesía contemporánea” así entre comillas, tal vez porque los placeres que me está dando me recuerdan placeres más antiguos, que suelen considerarse desfasados. ¿Y cuáles serían esos placeres? ¿Y dónde encuentro las proximidades que me permitan compararlos, ir encontrando palabras relativamente adecuadas para describirlos?

Parto desde lo más lejano a este libro.  Confieso un agotamiento progresivo con los excesos de algunos poetas que lanzan cientos de páginas sin molestarse en releerlas, que confiesan que no corrigen[2], que buscan sobre todo seguir escandalizando a un público que a estas alturas no se escandaliza de nada, al menos en la poesía.  Roberto Onell se ubica en las antípodas de esa maniera. Entrar en su libro es encontrar un espacio acotado, medido; un trabajo que no es de acumulación, sino más bien de poda, hasta alcanzar una exactitud, una evidencia de la palabra necesaria, de la palabra precisa. Como en la poesía china, aquí el poeta quiere dar forma a la palabra, para hacerla capaz de ser recordada, de sobrevivir; lo suyo es escritura, lo que permanece en la página, y no lo que se confunde con el ruido ambiental. Aquí el poeta –para usar parte del título de un libro chino– procede “al cincelado de los dragones”[3] .  Las muchas fuerzas –los dragones– son sometidos al cincel en el lenguaje de cada poema.

El resultado es uno de los modos posibles de ser poeta, hoy por hoy. No el más común; uno de los que se están dando, una de “las varias escrituras (que) coexisten en la actualidad de la poesía latinoamericana”.[4] Estamos en un período en que, a diferencia de los tiempos de las “vanguardias” y de sus herederos, no hay en la poesía una sola dirección, sino diversas alternativas posibles. De hecho, la poesía no va “hacia adelante”, vuelve sobre sí misma de maneras inesperadas, como cuando resurgen en los años ochenta los poetas-profetas que parecían haber quedado atrás hacía décadas. ¿Sobre qué vuelve la poesía de Roberto Onell? ¿Y con qué escrituras de hoy emparentar la suya,  que llega a resultar sorprendente en los tiempos que corren?

No puedo negar que algunos de los placeres que provoca este libro me remiten a poesía del pasado. Tuve una curiosa experiencia, la de sentir placeres mistralianos en relación con este libro; en el metro a veces, en las imágenes y en el temple de ánimo, en otras. Sentí, además, placeres afines a los del mejor Arteche, a los de la mejor Rosa Cruchaga. En conversación posterior con el autor, me confirmó que Arteche había sido decisivo para su trabajo poético, para su oficio poético.

Y la palabra oficio me remite a una especie de hambre de oficio poético que se está dando entre nosotros. En las ediciones Tácitas, y ahora en las ediciones Pfeiffer también, se han reunido en torno al amor al oficio poético escritores de distintas generaciones:  Gonzalo Rojas, Pedro Lastra, Óscar Hahn, Floridor Pérez,  Manuel Silva Acevedo,  Juan Cristóbal Romero, Rafael Rubio. Se dedican a “cincelar dragones”, me parece.  Leamos lo que dicen unos de otros,  Rubio acerca de Romero, por ejemplo:   “poesía urdida en la discreción más estricta, en el silencio más noble… a años luz de la figuración y el exhibicionismo… la miel de la poesía no se saca a patadas del panal.  Se la extrae con cautela y sorna, con paciencia estoica…”[5]

En Rotación hay oficio poético, qué duda cabe. Pero debo agregar más.  Hay una dimensión órfica, una vuelta a las fuentes de la poesía, a Orfeo cuya música encantaba a las ninfas. Imágenes y pensamiento están,  fulguran. Pero lo hacen desde la entonación y la música, desde una “recóndita armonía”[6] lejos de la ópera y más afín a la “música callada” de alguien como Federico Mompou –alguien que estuvo en la órbita musical de Debussy, de ciertas piezas de Prokofiev, de Scriabin, de Satie. De una música que se insinúa, y se disgrega. Expectativas musicales que se  presentan y se crean,  y al mismo tiempo fuga de cualquier regularidad excesiva,  huida de cualquier sonsonete; ritmos, no metros; y ritmos sutiles, de eso se trata. “Nace de nada el ritmo”, comienza un poema de Gonzalo Rojas, y termina “parpadea/ en esta página.”  Gonzalo Rojas, como poeta que es, conoce bien el oficio, y no renunciaría  a las posibilidades que este le abre a su pensamiento poético.

Al oficio de Roberto Onell, y a su dimensión órfico-musical, yo debo agregar aquí un  talante nocturno, esencial a su poética.  Otros poetas con oficio son más irónicos, tal vez, más apegados a la anécdota biográfica, cotidiana y feroz,  que se trasciende a sí misma (pienso en Rafael Rubio al escribir esto).   En contraste,  la poesía de Onell se manifiesta escasamente en el día; más bien, diría yo, espera la noche y sus incertidumbres, sale “sin ser notada”, “estando ya mi casa sosegada”. “Sin más, sin ver” es como se le da la poesía;  “de sombra espera y subsiste”. La poesía, siempre inminente,  deja la duda:  “que no supe”, “que no pude”, y excede al sujeto, transformado sobre todo en un oído atento al “eco que contiene”.

El último poema del libro, “Déjenme”,  leído al sesgo, podría ser su ars poetica. De noche, en la oscuridad, los sonidos. “Déjenme ir a otro nombre.” La poesía es, aquí, la “otra luz”, las “otras voces”, el “otro nombre” al que se aspira desde la oscuridad llena de ecos.  No quiero citar mucho, más bien lo que he hecho hasta ahora es intentar una ubicación y una descripción del proyecto poético implícito en este libro, Rotación. No es, por cierto, el único proyecto posible. De hecho, yo misma me apronto para reflexiones muy diferentes a propósito de otros libros notables de poesía chilena actual, los de Alfonso Grez y los de Martín Gubbins.[7] Pero sí es una posición poderosa.

Entre los estudiosos de la poesía latinoamericana se ha hablado de una “embestida neoclásica”, “vertiginosamente convencida de esa verdad del arte que consiste de tanto en tanto (digamos de agotamiento en agotamiento) en remojarse en las fuentes, que sucede (…) a un comprobable hartazgo de todo los sospechoso de vanguardia y de su hijo pródigo, el experimento verbal…”  Podría pensarse, y de cierta manera yo lo pienso. Podría pensarse también, siguiendo al mismo autor,   que esta es, hoy por hoy, no una vuelta al pasado, sino una “formulación poética dura”,  una posición que se toma ante una práctica desmanteladora del hacer poético, y no en la ignorancia de los antecedentes inmediatos, sino como cuestionamiento a estos. La tradición aparece entonces como el otro discurso, “lugar que ocupaba el experimento verbal en los comienzos de la modernidad ilustrada”.[8] Es una posición que la poesía de Onell comparte con varios de los poetas que he nombrado a lo largo de esta presentación; es una posición a la que hoy su libro se suma, y es un aporte notable.

 

* * *

Notas


[1] Rotación, de Roberto Onell,  Santiago de Chile, Ediciones Tácitas, 2010.  Texto leído en la presentación, sala del Instituto de Chile, 7 de octubre 2010.

[2] Carmen Berenguer, “Exceso y chorreo en la obra de Héctor Hernández Montecinos”, en Cuaderno, Revista de cultura No.66, invierno 2010, de la Fundación Pablo Neruda.

[3] Agradezco la referencia al seminario de poesía china dictado por Andrés Claro y Fernando Pérez V. en el programa de doctorado de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile,segundo semestre 2010.

[4] Eduardo Milán, en el prólogo a la antología Pulir huesos – veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965), Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.

[5] Rafael Rubio acerca de la poesía de Juan Cristóbal Romero, en el prólogo a

XXXIII poemas, Santiago, Ediciones Pfeiffer, 2010.

[6] Frase de Óscar Hahn a propósito de la poesía de Pedro Lastra, en el prólogo al libro Diálogos del porvenir, de P.L., Santiago, Ediciones Pfeiffer, 2010.

[7] En otra ocasión, habría que  hablar de la sorprendente, extraña fanopea de Alfonso Grez, en Centrífuga, o de la logopea que estalla, hecha trizas, en Fuentes del derecho, de Martín Gubbins, en contraste con la melopea que es esencial en Rotación.  Esta nota da cuenta de un andamiaje “poundiano” no explicitado en este texto, pero que estuvo en su génesis

[8] Eduardo Milán, op. cit., p. 36.


 

 

 

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