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Rodas
Juan Cristóbal Romero. Santiago, Tácitas, 2008. 67 pps.

Por Roberto Onell H.
ronell@uc.cl

Pontificia Universidad Católica de Chile
Revista Taller de Letras, N°45, segundo semestre 2009

 

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Juan Cristóbal Romero (Chile, 1974) ha publicado dos poemarios anteriores a Rodas: el primero es Marulla (Tácitas, 2003) y, el segundo, Libro segundo de las cartas de Horacio (Tácitas, 2006). Este último se ofrece al lector, en primera instancia, como una traducción de las epístolas del gran poeta latino; sin embargo, en la breve nota preliminar, el mismo Romero nos advierte acerca de las diversas opciones que hizo para plasmar su propio trabajo. Es decir, se sitúa él y nos sitúa a nosotros en la noción de la traducción como experiencia de reescritura y, al cabo, como recreación. Más allá o más acá del interesante debate que se abre siempre, casi siempre, en torno a semejantes avatares del oficio de escribir, me detengo en ello porque las lecturas de dicho poemario y del anterior nos confirman, por parte de su autor, una particular forma de practicar la escritura. Quiero decir: Romero, ya antes de Rodas, ha dado muestras de una escritura que procede con una constancia no solo sosegada sino también eficaz. A distancia de la estridencia rupturista y de la nostalgia continuista escogidas por otros principiantes, lo suyo viene siendo, al parecer, el descubrimiento sin pausa y sin silencio de una vocación traducida en poemas lúcidos, que además han sido premiados: el presente poemario, Rodas, ya ostenta en Chile el Premio de la Crítica Literaria y el Premio Municipal de Santiago, ambos de 2009. Vayamos a mirarlo un poco más de cerca.

El nombre Rodas, que nos lleva más bien a la isla griega cuya cultura data de la Antigüedad grecolatina, y no a la poeta guatemalteca Ana María Rodas, nos abre la expectativa de encontrar aquí un conjunto de poemas de asunto histórico o, al menos, de reminiscencias históricas. Según esta expectativa, se observa que Romero ofrece una alternancia en la índole de los títulos de sus poemas: por una parte, están los de asunto histórico, como "Pigafetta tras circunnavegar el globo" (8), "Consolatio ad Séneca" (18), "Felipe II recibe los últimos óleos" (24), "Manuel Lacunza al Provincial de la Compañía, 1801" (36), "Francisco Serrao ve llegar el monzón de mayo" (48), "En vísperas del cumpleaños de César" (50), "Howard manda incendiar ocho brulotes en Calais" (58) y algunos más; por otra parte, están los títulos de condición más variada, como "Una muchacha descalza" (7), "Ciclistas" (16), "Insectos" (17), "A propósito de una cita con un vate de moda" (22), "Burgueses bienestares" (37), "Florero" (38), "El río Ímola desde los capuchinos" (56), entre otros. Sin dedicatorias ni epígrafes, ni al comienzo del libro ni en su transcurso, los cuarenta y tres poemas acontecen en una sola sucesión, sin ser reagrupados en conjuntos menores; todos llevan un título y, en su mayoría, no superan una carilla de extensión. Poemas trabajados, muchas veces, con atención a la métrica y la rima, ya sea según moldes de versificación (soneto, tercetos y otros), ya sea según configuraciones circunstanciales.

Tan solo tres aspectos ofrezco como principio de valoración de Rodas. Por un lado, cierto prosaísmo; no, desde luego, el prosaísmo de la mera prosa versificada, ni de la vulgaridad o el coloquialismo bien poetizados, sino el prosaísmo narrativo, el de la actitud enunciativa, aquel que desarrolla una anécdota y sabe, simultáneamente, densificarse como poema. Romero incorpora desde dentro, por ejemplo, a Enrique Lihn. Por otro lado, el recurso a la Historia o la historiografía; un saber puesto en marcha como enciclopedia dispuesta por el autor y exigida al lector. Romero apela a un horizonte de expectativas bien informado acerca de personajes y situaciones. En tercer lugar, el recurso a la Historia eclipsado en calidad de expediente literario; esto es, la Historia se hace presente a lo Borges, como variación de un mismo despliegue lingüístico, como otro momento de ese Hablante por antonomasia que es toda persona en situación de lenguaje. Esto último es crucial para un inicio provechoso en la lectura de Rodas y de los poemarios anteriores del autor. En los muchos casos de poemas que anuncian asuntos históricos, Romero plantea circunstancias con poco o nada de estricto pasado; es decir, cada poema es un instante de la condición humana cristalizado aquí y ahora, posible de reconocer en tiempos antiguos y en momentos presentes; de un modo similar, por ejemplo, al Alejo Carpentier de "Semejante a la noche" y otros relatos. Permanencia como pervivencia: presente perdurable. En suma: la métrica, la rima, la cuidada acentuación, el frecuente prosaísmo y esta apariencia anacrónica, convergen en la consecución de poemas extrañamente sabios, que nos hablan hoy, como si hubieran sido exhumados de la antigua Rodas, a nosotros, los de entonces.


 


 

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