Poesía: alientos nipones
          Kirigirisu Traducción de Andrés Claro Tácitas, Santiago, 2010, 93 páginas. 
              Jardines imaginarios Alquimia, Santiago, 2010, 53 páginas.          
        Roberto Onell 
          Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 15 de abril de 2012 
            
         
        
          
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        Kirigirisu es una traducción de haikús por Andrés Claro   (Santiago, 1968). Ensayista, escritor y docente, ha publicado dos  libros de   poemas y otros sobre teoría del lenguaje; esta vez entrega algunas decenas de   "versiones" de estos brevísimos poemas, cuyos orígenes se remontan al siglo XV   japonés. Recordemos que el haikú es un poema de tres versos, dispuestos en la   secuencia: pentasílabo, heptasílabo, pentasílabo, según el conteo ligeramente   variable hecho en lengua romance. El haikú suele proponer escenas   autosuficientes, enunciados de enigmática simplicidad, en un ánimo contemplativo   en relación con la naturaleza. Así al menos los conocimos con José Juan Tablada   (1871-1945). De ahí la posibilidad de una revelación asombrosa, tanto como el   riesgo del más excluyente enigma. Tras una instructiva "Nota preliminar" sobre   las cualidades compositivas y culturales del haikú, estas versiones se componen   de dos momentos por cada página: el poema en japonés castellanizado y luego en   castellano propiamente tal. Así, nos encontramos con la reciprocidad natural en   "Moritake": "Pétalos caídos/ vuelven a la rama/ Una mariposa". La ligazón   secreta entre naturaleza y humanidad en "Yoso": "Cricrea el grillo/ bajo la   mesa/ del que parte"; también en el yo meditativo de "Rosen": "Al ir partiendo/   la voz me fue devuelta/ por las totoras" (28), y en el intitulado: "Quiebro un   brote/ de ciruelo en invierno/ Eco en mi codo". El fotográfico misterio de   "Buson": "Luna de otoño/ Conejos que cruzan/ el lago Suwa". Si carecemos, como   este reseñador, de competencias idiomáticas para evaluar este trabajo como   traducción, encontraremos aquí una incitación para aprender el japonés y, de   este modo, adentrarnos en una cultura cuya sabiduría sigue palpitando también en   forma de palabras. Asimismo, se trata de versiones que nos reenvían a la poesía   vivida como asombro: tímida u osada tentativa de verbalizar, es decir, de   comunicar, la maravilla del mundo.
libros de   poemas y otros sobre teoría del lenguaje; esta vez entrega algunas decenas de   "versiones" de estos brevísimos poemas, cuyos orígenes se remontan al siglo XV   japonés. Recordemos que el haikú es un poema de tres versos, dispuestos en la   secuencia: pentasílabo, heptasílabo, pentasílabo, según el conteo ligeramente   variable hecho en lengua romance. El haikú suele proponer escenas   autosuficientes, enunciados de enigmática simplicidad, en un ánimo contemplativo   en relación con la naturaleza. Así al menos los conocimos con José Juan Tablada   (1871-1945). De ahí la posibilidad de una revelación asombrosa, tanto como el   riesgo del más excluyente enigma. Tras una instructiva "Nota preliminar" sobre   las cualidades compositivas y culturales del haikú, estas versiones se componen   de dos momentos por cada página: el poema en japonés castellanizado y luego en   castellano propiamente tal. Así, nos encontramos con la reciprocidad natural en   "Moritake": "Pétalos caídos/ vuelven a la rama/ Una mariposa". La ligazón   secreta entre naturaleza y humanidad en "Yoso": "Cricrea el grillo/ bajo la   mesa/ del que parte"; también en el yo meditativo de "Rosen": "Al ir partiendo/   la voz me fue devuelta/ por las totoras" (28), y en el intitulado: "Quiebro un   brote/ de ciruelo en invierno/ Eco en mi codo". El fotográfico misterio de   "Buson": "Luna de otoño/ Conejos que cruzan/ el lago Suwa". Si carecemos, como   este reseñador, de competencias idiomáticas para evaluar este trabajo como   traducción, encontraremos aquí una incitación para aprender el japonés y, de   este modo, adentrarnos en una cultura cuya sabiduría sigue palpitando también en   forma de palabras. Asimismo, se trata de versiones que nos reenvían a la poesía   vivida como asombro: tímida u osada tentativa de verbalizar, es decir, de   comunicar, la maravilla del mundo.
            
              
          
          Jardines imaginarios es el quinto   poemario de David Bustos (Santiago, 1972), quien ha sido antologado varias veces   y  recibido distinciones diversas, aparte de desempeñarse como guionista y   editor. Este libro comienza con "El parque de los venados", poema que marca la   pauta anímica, compositiva y temática: "Después de 49 días de meditar bajo una   higuera/ Después de mortificarme con frío, sueño y hambre/ [...] Después de esto   y lo otro y en el principio// Apago mis palabras como si se tratara de una vela/   Humedezco mis dedos con saliva/ Abro los ojos". Un clima iniciático perceptible   también en "El templo ha abierto sus puertas", con la serena solemnidad de un   ritual: "[...] Los pies son una voluta de raíces azules,/ mis brazos abiertos y   quebrados se mecen con el viento,/ escucho a los queltehues graznar rasantes en   la hierba.// Mientras, un bosque húmedo despierta dentro de mí". Atmósfera   nipona traducida con dejos de haikús, en cuanto brevedad, calma, inminencia,   como en "El estanque de los nenúfares (1899)", cuya sección final dice: "Monet   descompone su paleta de colores/ traza a una muchacha pelirroja/ galopando   desnuda sobre un tigre de bengala./ Los pezones flotan en las aguas del   inconsciente". Poesía de la cadencia prosística y la línea desbordada; no de la   métrica: el justo aliento para su fértil imaginación. Según el poético y   elogioso epílogo de José Kozer, "estamos ante un libro que respira disolución,   aspira a la disolución, quiere ser inscripción abierta a su propia disolución,   claro está, después del registro, la huella, el trazo (la escritura)". El   problema es la escritura disuelta a veces en desbordes injustificados, y en   hermetismos de cerrazón poco poética (ver la eclipsada belleza de "Paisaje   marino"). El peligro de la contingencia: cuando un pasaje podría funcionar   también de otro modo. Cuando la poesía estuvo cerca, pero no cuajó en poema.   Como fuere, esta continuidad ofrece parques valiosos, que conviene visitar.
recibido distinciones diversas, aparte de desempeñarse como guionista y   editor. Este libro comienza con "El parque de los venados", poema que marca la   pauta anímica, compositiva y temática: "Después de 49 días de meditar bajo una   higuera/ Después de mortificarme con frío, sueño y hambre/ [...] Después de esto   y lo otro y en el principio// Apago mis palabras como si se tratara de una vela/   Humedezco mis dedos con saliva/ Abro los ojos". Un clima iniciático perceptible   también en "El templo ha abierto sus puertas", con la serena solemnidad de un   ritual: "[...] Los pies son una voluta de raíces azules,/ mis brazos abiertos y   quebrados se mecen con el viento,/ escucho a los queltehues graznar rasantes en   la hierba.// Mientras, un bosque húmedo despierta dentro de mí". Atmósfera   nipona traducida con dejos de haikús, en cuanto brevedad, calma, inminencia,   como en "El estanque de los nenúfares (1899)", cuya sección final dice: "Monet   descompone su paleta de colores/ traza a una muchacha pelirroja/ galopando   desnuda sobre un tigre de bengala./ Los pezones flotan en las aguas del   inconsciente". Poesía de la cadencia prosística y la línea desbordada; no de la   métrica: el justo aliento para su fértil imaginación. Según el poético y   elogioso epílogo de José Kozer, "estamos ante un libro que respira disolución,   aspira a la disolución, quiere ser inscripción abierta a su propia disolución,   claro está, después del registro, la huella, el trazo (la escritura)". El   problema es la escritura disuelta a veces en desbordes injustificados, y en   hermetismos de cerrazón poco poética (ver la eclipsada belleza de "Paisaje   marino"). El peligro de la contingencia: cuando un pasaje podría funcionar   también de otro modo. Cuando la poesía estuvo cerca, pero no cuajó en poema.   Como fuere, esta continuidad ofrece parques valiosos, que conviene visitar.