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De este mundo y del otro, con Jaime Quezada
Así de cosas de arriba como de abajo. Ediciones de la Isla de Siltolá, S.L.
Por Roberto Onell
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 11 de Mayo de 2014
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La poesía de Jaime Quezada (Los Ángeles, 1942) se caracterizó en el panorama chileno de la década de 1960, principalmente por un tono conversacional y por el énfasis en zonas de realidad menos tocadas por el lirismo aún en su vigor tradicional. El debut de Quezada con Poemas de las cosas olvidadas (1965) seguido por Las palabras del fabulador (1968) marcó la pauta personal que lo situó como una de las cuerdas del arco generacional -junto a Floridor Pérez, Óscar Hahn, Waldo Rojas y otros- que debió procesar, en pos de expresión propia, los paradigmas del momento: el profetismo nerudiano y la voz particularizada de Parra. Equilibrismo difícil, según Gonzalo Rojas, Armando Uribe, Stella Díaz Varín, Enrique Lihn, Miguel Arteche, Jorge Teillier y otros que venían intentándolo con buenos resultados desde hacía un par de décadas.
Así de cosas de arriba como de abajo, de impecable factura objetual, se presenta en nueve secciones precedidas de una presentación firmada por Toni Montesinos. El autor español traza una rápida biografía del chileno y destaca en él la "australidad" -término de Quezada- como pertenencia al extremo suramericano, junto a un talante celebratorio de cosas y seres, que motivan un estado de maravilla permanente. Así, la primera sección es un solo poema, "Datos poco conocidos para una autobiografía", que se inscribe en la tradición del autorretrato, con visos huidobrianos por lúdico, nerudianos por cantor, parrianos por cómico y prosaico, y hasta sanjuaninos por el misticismo y mistralianos por su amor a lo precolombino, y que da la clave del libro, si anotamos el tinte bíblico, de profundis , entreverado: "Tengo miedo tengo miedo Padre/ Y sobreviviré a las ruinas del templo/ Tan solo para ser aquel alguien/ Que escribe en sus muros la palabra Desamparo " ("Desamparo", sección II).
Meditación histórica y nostalgia asoman en la sección III, como en "1945 Agosto 5", poema de un paralelo visionario entre estallido atómico y explosión colorida de flores y árboles aldeanos. Similar finitud, condición de creatura carente, que encontramos en "Pobre yo pálido adamita/ Que no tiene más sábanas que el cielo/ Blanco de mi cuarto [...]/ Pero amado por tus ángeles caídos oh Dios/ En esta hora de ortiga" ("Leprosía", IV). Niñez y familia parecen consolarlo cuando ingresan por una hendidura del presente: "Por el vidrio roto de la ventana/ Ha entrado una plumilla de cardo/ Soy un hombre dichoso/ Visitado por mi infancia" ("El visitante", V). Lo colectivo, en cuanto al año 73 chileno, tiene un poema central, de un yo poderoso, autoconscientemente maligno, esperpéntico: "Me paso revista frente al espejo/ Busco una parte de mi cuerpo donde pegarme un tiro/ No tengo corazón/ [...] El vómito se me sube a la garganta/ Me orino como un oso viejo/ [y] me veo en la pantalla del televisor/ Cubierto con la bandera de Chile/ Manchada de sangre" ("Yo Augusto o elegía lírica a mí mismo", VI). Otros poetas -Borges, San Juan de la Cruz, Mistral, Cardenal- animan y apoyan la peripecia del hablante (VII), mientras mariposa y flores se invocan como posibilidades de nueva vida (VIII). Un "Autorretrato (A manera de colofón)" cierra el libro (IX) con una insistencia en el aliento que el hablante inspira optimistamente.
Así de cosas de arriba como de abajo es un canto a lo humano y lo divino, como en la llamada poesía popular de cantores y payadores, si no fuera por la escritura sin métrica de Quezada, librada a la cadencia del habla con efectos de saludable espontaneidad. Poemario buenamente liviano, a ratos alegre, como es difícil encontrar hoy por hoy -¿signo de nuestros tiempos?-, pero quizá demasiado holgado, de una expresividad cuya tensión imaginativa, simbólica y anímica decae de trecho en trecho, para apoyarse inestablemente en esas buenas intenciones que podemos compartir, por qué no, pero al margen de la versificación.